El viento helado cortaba la piel de Ethan mientras huía de lo que una vez fue su hogar, sosteniendo a Emily firmemente contra su pecho. El terror lo envolvía; la imagen de su esposa, transformada en una bestia sedienta de sangre, todavía se grababa en su mente. Su corazón latía con furia mientras se repetía una y otra vez que no quiero matarte. "No podía hacerlo", se justificaba a sí mismo en silencio, incapaz de borrar la expresión vacía y hambrienta en los ojos de la mujer que amaba.Mientras corría por las calles oscuras y desiertas, el silencio era interrumpido por los gritos lejanos de la ciudad, donde la vida como la conocía se desmoronaba en cuestión de horas. El caos se había apoderado del lugar. El cielo, una vez brillante y despejado, ahora estaba cubierto de nubes pesadas y oscuras, como si la misma naturaleza se hubiera rendido ante la monstruosidad que los devoraba.
Ya no había refugio. Las casas y edificios que antes ofrecían seguridad se habían convertido en trampas mortales. Las luces de las calles parpadeaban, lanzando sombras siniestras que parecían moverse por cuenta propia. Ethan se detuvo un momento, respirando con dificultad, observando el panorama infernal que lo rodeaba. Y entonces, lo vio: a lo lejos, un grupo de personas estaba siendo devorado vivo. Los gritos de dolor y súplica perforaban el aire mientras las criaturas, antiguamente humanas, rasgaban la carne de sus víctimas con dientes afilados. Los cuerpos se retorcían en el suelo mientras los infectados desgarraban con violencia sus miembros, arrancando piel, músculos y huesos como si fuera carne de un banquete.
Emily, acurrucada en los brazos de Ethan, enterraba su cabeza contra su pecho, incapaz de soportar lo que sus pequeños ojos habían alcanzado a ver. "No mires, cariño", susurró Ethan, sus labios temblando de horror y rabia. ¿Cómo había llegado el mundo a esto? ¿Cómo, en cuestión de días, todo se había desmoronado tan rápido? La cordura parecía una fantasía lejana. La humanidad había sido devorada por la enfermedad, la violencia, y ahora, por la locura.
20 días después
Las calles estaban aún más desoladas, si es que eso era posible. El hedor a muerte y descomposición llenaba el aire, mientras los cuerpos mutilados de los desafortunados que no habían logrado escapar decoraban las esquinas. Los infectados no solo acechaban en la noche; durante el día, también merodeaban, buscando presas, olfateando la carne como depredadores hambrientos. Los que aún estaban vivos no se diferenciaban mucho de los muertos: algunos se habían convertido en bestias, otros en cazadores de personas. La ciudad había caído en un abismo de crueldad.
Ethan, con el rostro más cansado y lleno de heridas, se encontraba en una farmacia revisando los estantes. Emily había enfermado hace días, y la fiebre la consumía lentamente. Las esperanzas de encontrar algún hospital en funcionamiento eran escasas, pero no tenía otra opción. Mientras recorría lo que quedaba de una farmacia destrozada, escuchó ruidos. Los infectados nunca estaban lejos, pero el peligro más real eran los humanos, aquellos que habían dejado atrás toda moralidad.
A lo lejos, en una esquina de la calle, vio una escena que le revolvió el estómago. Un hombre, o lo que quedaba de él, yacía en el suelo con las tripas esparcidas, mientras tres infectados se agachaban sobre su cuerpo, desgarrando su abdomen y comiendo sus entrañas aún humeantes. Los sonidos eran grotescos: el chasquido de los huesos al quebrarse, los gruñidos hambrientos de las criaturas. La sangre formaba un charco negro en la acera. Ethan apartó la mirada rápidamente, sintiendo que el mundo estaba devorado por la desesperanza. "No queda nada", pensó, mientras sostenía a Emily más fuerte.
Caminaba sigilosamente por las calles, manteniéndose fuera de la vista, con Emily en brazos, intentando calmarla mientras la fiebre continuaba. La ciudad había dejado de ser un lugar seguro, se había convertido en un campo de caza. Las pocas personas que quedaban estaban demasiado aterrorizadas, y la locura que los infectados trajeron con ellos también infectó a aquellos que no habían sucumbido a la enfermedad.
"Papá... me siento mal", murmuró Emily con voz débil. Ethan tragó saliva, su pecho apretado por la desesperación. No había encontrado nada útil. Ni comida, ni medicinas. Las estanterías estaban saqueadas, las farmacias vacías. Solo quedaba muerte y sufrimiento.
Mientras cruzaba un callejón, tres figuras emergieron de la oscuridad. No eran infectados, pero lo que reflejaba en sus ojos no era menos peligroso. Ethan, con Emily en brazos, los observó con cautela. Los hombres lo miraron de arriba a abajo, evaluando la situación. "¿Qué tenemos aquí? Un padre y su niña... ¿dónde crees que vas?", dijo el más alto con una sonrisa cruel. El corazón de Ethan se aceleró. Sabía lo que esos hombres querían, y no podía permitirse perder el control.
"Déjenos en paz", advirtió Ethan, su voz temblando de furia contenida.
Uno de los hombres rió mientras sacaba un cuchillo del bolsillo. "Vamos, hombre, no queremos herirte... solo queremos jugar un poco con la niña."
Las palabras hicieron que el estómago de Ethan se revolviera. La sangre en sus venas se encendió de rabia, y sin pensarlo dos veces, dejó a Emily escondida detrás de un contenedor de basura. "Cierra los ojos y tápate los oídos, cariño. No escuches nada", le susurró. Emily, aterrorizada, obedeció mientras su padre se preparaba para lo inevitable.
Los hombres se lanzaron sobre Ethan al mismo tiempo. El cuchillo del primero se dirigió hacia su costado, pero él lo esquivó por poco, sintiendo el viento cortante rozar su piel. En un movimiento rápido, Ethan empujó al hombre contra la pared con todas sus fuerzas, hundiendo su codo en su garganta hasta sentir cómo su tráquea se quebraba bajo la presión. El hombre cayó al suelo tosiendo y ahogándose con su propia sangre.
El segundo hombre lo golpeó en el rostro, haciéndolo tambalearse. El sabor metálico de su propia sangre llenó su boca mientras caía al suelo. El tercer hombre se abalanzó sobre él, intentando clavarle su cuchillo. Ethan luchaba por mantenerse despierto mientras el filo del arma rozaba su brazo, provocando una herida profunda. Con un grito desesperado, se retorció en el suelo, logrando patear al hombre en el estómago y hacer que cayera hacia atrás.
El tercer hombre, viendo la ferocidad de Ethan, intentó escapar, pero Ethan no iba a dejarlo ir. Con un rugido salvaje, se levantó del suelo y corrió hacia él, lanzándose sobre su espalda. Sus manos encontraron el cuchillo del hombre y, con todas sus fuerzas, lo clavó en el cuello del agresor, sintiendo cómo el metal atravesaba la carne y el hueso. La sangre brotó en un chorro oscuro, empapando sus manos y rostro. El hombre cayó de rodillas antes de desplomarse muerto.
El último hombre, el más grande de los tres, aún jadeaba en el suelo, intentando respirar con su tráquea colapsada. Ethan, jadeando, recogió el cuchillo que había caído cerca de él y, con un movimiento rápido y brutal, lo hundió en el pecho del hombre, una y otra vez, hasta que dejó de moverse.
Ethan cayó de rodillas, cubierto de sangre, respirando con dificultad. Su cuerpo temblaba, no solo por el dolor físico, sino por la desesperación y el horror de lo que acababa de hacer. "Mierda", murmuró entre dientes, mirando los cadáveres de los hombres que había asesinado.
Se levantó con dificultad y fue hasta Emily. "Vamos, cariño. Tenemos que seguir", le dijo con voz temblorosa. Ella lo miró con ojos llenos de miedo, pero sin decir una palabra. Ethan la levantó en sus brazos una vez más y siguieron caminando por las calles desiertas, buscando desesperadamente un lugar donde poder estar a salvo, aunque solo fuera por un momento.
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"Hasta Mi Último Aliento",
Short StoryEn un mundo que se desmorona rápidamente bajo una amenaza desconocida, Ethan, un hombre común, se enfrenta a lo impensable. Después de regresar de un día de trabajo normal, una noche de tranquilidad con su esposa y su pequeña hija se convierte en un...