Viejo periódico

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Melissa le pidió a Morgan que la dejara a una manzana de su casa. La cabaña se erguía a lo lejos, apenas visible entre los árboles que la rodeaban. La oscuridad de la noche y la penumbra del lugar hacían que pareciera más una sombra que una vivienda. Aunque sabía que Morgan no vería nada extraño desde fuera, una sensación de alivio la invadió al bajarse antes de que pudiera acercarse demasiado.

—¿Segura de que no quieres que te deje más cerca? —preguntó él, desconcertado, deteniendo el coche.

—Estoy bien aquí —respondió Melissa sin mirarlo—. Gracias otra vez.

Morgan asintió, aunque claramente no entendía del todo por qué ella insistía en bajar allí. Le lanzó una última mirada, entre curiosa y preocupada, pero no insistió. Melissa cerró la puerta y lo vio alejarse, las luces del coche desvaneciéndose en la distancia hasta que todo quedó en un silencio espeso.

Suspiró, mirando por un instante la cabaña que la esperaba al final del camino. Siempre le costaba regresar, especialmente cuando el ambiente dentro era más sofocante que el aire frío y denso del exterior. Se apuró, tomando el sendero con pasos firmes, pero con un nudo en el estómago que no podía deshacer. Algo en su pecho siempre se tensaba al volver a casa.

Cuando llegó, la puerta se abrió sin crujidos, el silencio la envolvió de inmediato. La penumbra dentro de la cabaña era más densa que la noche afuera. Las paredes parecían absorber la luz, como si los secretos que contenían quisieran mantenerse ocultos de cualquier mirada curiosa. Melissa intentó moverse con rapidez, subiendo las escaleras para llegar a su cuarto antes de que alguien notara su regreso. Pero no tuvo suerte.

—¿Quién te trajo a casa?

La voz de su madre surgió de las sombras del pasillo, como una presencia fantasmagórica. Melissa se detuvo en seco, apretando los puños. Su madre apareció, deslizándose como una figura espectral desde la oscuridad, con su cabello lacio y largo cayendo hasta más allá de la cintura. Parecía flotar mientras avanzaba hacia ella, su delgadez casi irreal, como si fuera un espectro más que una persona.

Los ojos de su madre, grandes y vacíos, se clavaron en los de Melissa, esperando una respuesta.

—Nadie importante —respondió Melissa, intentando sonar casual mientras evitaba la mirada penetrante de la mujer. Sabía que no había escapatoria, que cualquier mentira o evasiva sería rápidamente detectada.

—¿Un hombre? —la voz de su madre era suave, pero cargada de una frialdad cortante—. No me gusta que alguien más se acerque a esta casa. Ya sabes lo que pasa cuando hay extraños, Melissa.

Melissa tragó saliva, sintiendo ese escalofrío correr por su espalda, el mismo que había sentido desde que era una niña. La casa, su familia, todo en su vida parecía estar impregnado de ese terror inconfesable. Intentó ignorar la sensación de opresión, de vigilancia constante.

—Solo me dejó a unas cuadras —dijo, manteniendo su voz lo más controlada posible—. Nada de qué preocuparse.

Su madre dio un paso más cerca, y el aire pareció volverse más denso a su alrededor. El cabello de la mujer rozaba el suelo, moviéndose de manera casi antinatural, como si una brisa invisible lo meciera. Sus ojos no parpadeaban, fijos en su hija como si estuviera tratando de leer más allá de las palabras, de escarbar en sus pensamientos.

—Asegúrate de que no vuelva a suceder —dijo la madre, su tono más bajo, casi un susurro, pero con un peso que presionaba en el pecho de Melissa—. Ya tenemos suficiente con lo que ocurre abajo.

Melissa intentó no reaccionar, aunque el solo hecho de pensar en lo que estaba sucediendo en el sótano hizo que el estómago se le revolviera. Sabía lo que su padre había traído, lo que siempre traía. Y aunque había crecido en ese entorno, con la constante amenaza de la violencia y los oscuros rituales de su familia, nunca lograba acostumbrarse por completo.

—Lo sé —respondió finalmente, con una frialdad que intentaba igualar la de su madre—. No será un problema.

Su madre la observó un segundo más, antes de retroceder lentamente hacia las sombras de las escaleras.

—Ve a tu cuarto, Melissa. Y recuerda lo que te dije.

Melissa no esperó una segunda orden. Subió las escaleras, sintiendo el peso de las miradas invisibles de su madre y los ecos de los susurros que se filtraban desde el sótano. Sabía que, al igual que siempre, la noche sería larga.


Morgan llegó a casa tarde esa noche, y lo primero que vino a su mente fue esa pequeña y desolada urbanización. Dos cabañas aisladas, cubiertas por sombras y rodeadas por una atmósfera que no parecía pertenecer a las afueras de Washington. Había algo en el lugar que lo inquietaba, aunque no podía poner el dedo sobre qué exactamente. Se desvistió rápidamente, optando por una ducha caliente para despejarse. Pero por más que el agua caliente recorriera su cuerpo, su mente seguía enfocada en Melissa.

Había algo en ella. No era solo su aspecto atractivo, algo casi gélido y distante, sino una sensación más profunda, como si estuviera escondiendo algo mucho más grande de lo que aparentaba. Morgan sabía que no debía dejarse llevar por la curiosidad... pero esa parte instintiva que lo hacía ser uno de los mejores en su trabajo no podía quedarse quieta.

Después de vestirse, decidió encender su portátil. "No debería hacerlo", se dijo a sí mismo, pero lo hizo de todos modos. Comenzó una búsqueda simple, "Melissa... cafetería... Washington". Al principio no apareció nada relevante. Pero tras varios intentos y ajustar términos, algo llamó su atención: un viejo artículo de un periódico local.

"Familia misteriosa mantiene perfil bajo en las afueras de la ciudad", rezaba el titular.

Morgan frunció el ceño mientras lo leía. Aparecía una fotografía en blanco y negro, algo borrosa, pero claramente una familia: dos adultos y varios niños de pie frente a una cabaña muy parecida a la que había visto esa noche. El apellido no coincidía del todo con el que Melissa usaba, pero la imagen le produjo una extraña sensación de déjà vu. "Una familia extraña, rodeada de rumores oscuros", decía el artículo, sin muchos detalles, más allá de menciones a desapariciones en la zona.

Morgan cerró el portátil, notando que se le había puesto la piel de gallina. "Bueno, mañana será otro día", se dijo, tratando de dejar el tema atrás, aunque algo le decía que no iba a poder hacerlo por mucho tiempo.

PAUSADA: Mentes Criminales: La chica de la cabañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora