Una invitación

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Melissa apagaba las luces de la cafetería, sintiéndose aliviada de que finalmente Margot se hubiera ido. Habían tenido una discusión tensa, y como siempre, la "antipática" había salido sin siquiera ofrecerle ayuda para cerrar. Melissa suspiró, mientras recogía las últimas tazas de las mesas, tratando de sacudirse la mala energía.

De repente, escuchó pasos fuera. Con el corazón acelerado, levantó la vista y se dirigió hacia la puerta.

—Está cerrado —dijo en voz alta, pero cuando se giró, ahí estaba Morgan, apoyado casualmente en el marco de la puerta.

Su presencia hizo que Melissa se detuviera. Hacía días que no lo veía, desde aquella noche incómoda en su casa, cuando lo había echado de forma abrupta. Se sentía culpable por la manera en que lo había tratado, y ahora que lo tenía enfrente, no pudo evitar sentir una mezcla de sorpresa y nerviosismo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, tratando de sonar tranquila, aunque su corazón latía con fuerza.

Morgan sonrió, esa sonrisa que parecía tener el poder de desarmarla.

—Pensé que era hora de una visita —respondió él, mirándola directamente a los ojos. Había algo juguetón en su tono, pero también una seriedad implícita.

Melissa tragó saliva y bajó la mirada.

—Siento lo de la otra vez... —comenzó a decir, sin saber cómo continuar—. No quise... echarte así. Mi familia es muy tradicional y...

Morgan negó con la cabeza, su sonrisa suavizándose.

—No te preocupes, Melissa. Lo entiendo. Fue un mal momento, no hay nada que explicar —dijo, acercándose un poco más.

Melissa soltó un suspiro aliviado, pero también nervioso. La cercanía de Morgan siempre lograba descolocarla de una manera que no estaba acostumbrada.

—De verdad, no hace falta que me esperes, puedo coger el bus. No tienes que...

Antes de que pudiera terminar, Morgan la interrumpió con una mirada astuta.

—¿Quién dijo que venía a esperarte para llevarte a casa? —replicó, cruzando los brazos con una sonrisa traviesa—. Tenía en mente algo diferente.

Melissa lo miró, intrigada y un poco desconcertada.

—¿Ah sí? ¿Y qué tenías pensado? —preguntó, arqueando una ceja, jugando con la conversación a pesar de que por dentro sentía un cosquilleo de nervios.

—Bueno, he oído que las hamburguesas del lugar al final de la calle son bastante buenas —dijo Morgan, haciendo un gesto casual hacia la puerta—. Pensé que podríamos ir a comprobarlo... ya sabes, si no tienes otros planes.

La propuesta la tomó por sorpresa. Melissa lo miró, tratando de procesar la idea. Hamburgesas, después de todo lo que había pasado entre ellos, sonaba... diferente. Pero también, tentador. Bajó la mirada por un segundo, jugueteando con las llaves en su mano, mientras una sonrisa tímida comenzaba a formarse en sus labios.

—¿Hamburguesas, eh? —dijo, intentando sonar despreocupada—. ¿Es tu forma de hacer que me olvide de lo que pasó en mi casa?

Morgan soltó una carcajada suave y se encogió de hombros.

—No lo sé, ¿funcionaría? —preguntó, mirándola con ese brillo en los ojos que siempre la hacía sentir expuesta.

Melissa lo miró de reojo, tratando de no sonreír abiertamente.

—Depende de cómo de buena sea la hamburguesa —respondió finalmente, dándole una ligera sonrisa juguetona, aunque por dentro se sentía una mezcla de nervios y emoción.

PAUSADA: Mentes Criminales: La chica de la cabañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora