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Arco 1: El joven, la niña y la elfo.

Cuando pasa el tiempo suficiente uno se acostumbra a un sinnúmero de cosas. Yo, por ejemplo, hace mucho me había acostumbrado al constante malestar cuando intentaba mover mi rígido cuerpo nuevo, la verdad era algo parecido a mover un maniquí desde dentro. Asumí que era normal, después de todo en un principio este no era el cuerpo al que me había acostumbrado toda mi vida. Pensé que pasado el suficiente tiempo se me pasaría mas no fue así, aún ahora a veces me sentía extraño, pero eran pocas veces y no muy molestas si no me ponía a pensar en eso.

Bueno, uno se acostumbra a casi todo, excepto al saltar de los carruajes de pasajeros. Era peor que el transporte público en el que solía moverme antes de morir, mucho peor, porque ni siquiera había asientos, solo la dura madera que te hacia olvidar que alguna vez tuviste piernas.

Y no es que fueran pocos en los carruajes, pese a que eran pequeños, se solían subir de diez a quince personas, muy apretadas, en el carro de madera tirado por los "caballos".

Bueno, al menos si tenían un parecido a los caballos, solo que estaban cubiertos de escamas. Al menos se podían ver ya que recordaban a varanos, con la excepción de que tenían seis patas robustas y una especie de cresta azulada sobre sus cabezas. Aparte de eso solo eran lagartos muy grandes.

Dos de esos caballos llevaban el carruaje, por suerte está vez solo estábamos montados en él Sarah, un grupo de tres que parecían ser mercenarios, el chófer, un montón de costales con mercancía de dudosa procedencia que me hacían tener que recorrer los pies para no tocarlos, ya que estaban babosos y yo.

Ya habían pasado cuatro días desde que salimos del pueblo y nos dirigíamos a Sarte, un pueblo costero en la zona sureste de este país, Ulien. Si bien antes había ido a otros pueblos o a las montañas que rodeaban la aldea, jamás había estado en una verdadera ciudad, está sería mi primera vez y estaba intrigado de como sería, cuáles serían sus características y su arquitectura. Mi destino final era Mirie, la cuidad capital, ubicada justo al norte de Sarte, aunque para llegar hasta allá había que recorrer un gran trecho, más aún si no tenías dinero para pagar el viaje en barco que no era para nada barato. Eso era porque las costas de Ulien formaban una media luna, siendo Sarte el extremo sur y Mirie el norte. Existían otras ciudades, cinco según había escuchado, pero casi todas rodeadas por montañas que las protegían. Y lo que no era montaña se trataba de inmensos bosques en los que era fácil perderse.

Por eso muy pocos niños conocían más allá de sus pueblos o de la Capital, pues no era conveniente ni aconsejable ir de un lado a otro como si nada. Si bien las personas aquí eran mucho más fuertes de lo que serían en mi mundo, los animales tampoco eran poca cosa. Al menos los que vivían muy adentro en los bosques, dónde tenían que luchar por comida unos contra otros. Los de la periferia eran más controlables, sin embargo, algunos tenían veneno lo cuál era peligroso para cualquiera.

Es por eso que nos habíamos desviado un poco del camino y el trecho que debimos recorrer en un día lo terminamos alargando a cuatro, casi cinco pues llegamos al anochecer y básicamente corriendo para alcanzar el transporte. Es por eso que a mí lado Sarah dormía profundamente, sin reparar en el trasteboleo del vehículo.

Al principio quería regresarla a casa, ella no debía acompañarme, pero se negó y con cada paso que dábamos la opción de volver se hacía cada vez más difícil. Al menos yo sabía usar una espada, ella, por el contrato, era incapaz de controlar su propia magia. Y es que si lo hiciera sería todo más fácil, ya que poseía dos, magia de agua con la que se la pasaba mojandóme y magia espacial con la que se podía teletransportar a dónde quisiera... en un radio de tres metros. Increíble, si, más no para lo que lo necesitábamos ahora.

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⏰ Última actualización: Sep 25 ⏰

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