Es mi culpa, pedí que cayeran

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Estaba ahí. Yacía en aquel rincón de mi mente, flotando en aquella masa acuosa que no permite que me hunda o que me empape. Quizás es mi poder, pensé. Soy tan fuerte, tan inmutable. Nada puede conmigo. 

Desde aquí, veo las estrellas con total nitidez y solo pienso en lo bella que es mi vida en un espacio tan imperenne.

¿Qué pasaría si intentara tocar alguno de esos lindos puntitos parpadeantes en el cielo? Debería dejar de hacerme preguntas tontas y hacerlo de una vez por todas.

...

Así fue, como aquella niña intentó robar unas cuantas estrellas. Sin embargo, cuando intentaba arbitrariamente cogerlas, desaparecían. Caían del cielo como si fueran estrellas fugaces y desaparecían como si fueran la chispa de una fogata encendida.

...

"¿Qué sucede? ¿Por qué no puedo ni siquiera tocarla? Con constancia y dedicación lo lograré. No me rendiré". Se decía a sí misma con mediana incertidumbre, quizás con el único propósito de apaciguar y consolar su mente.

...

Lo intentó cada noche, más nunca lo logró. Al final, solo quedaba una estrella, pero la niña, son toda la terquedad universal, se dijo a sí misma:

"La última es la vencida y lo mejor siempre viene al final. Es la última y definitivamente veré lo bella que es de cerca".

En su intento altivo de agarrarla, estiró la mano y dio un pequeño salto. Pero, todo fue en vano. La brillante y titubeante estrella, en toda su razón de ser, cayó sin la más mínima piedad.

Desde entonces, la niña vive arrepentida. Ya no hay estrellas... Ya no hay puntitos de consuelo en su cielo tan negro. Ahora, lo único que le queda es un vacío inconmensurable y un deseo ferviente de volver al pasado y corregir el error que ya no puede borrarse.


Fin

Lo siento, estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora