Capítulo 2: El Frío en las Aulas
El timbre de la escuela sonó con fuerza, rompiendo el silencio incómodo del salón de clases. Los estudiantes se levantaron rápidamente de sus asientos, conversando entre ellos y dirigiéndose al pasillo. Para la mayoría, era solo otro día común. Para Kaito Kobayashi, era solo otro día que debía soportar.
Sentado en la última fila, Kaito observaba cómo sus compañeros se movían en grupos, siempre rodeados de risas, conversaciones triviales y bromas que no le interesaban. No es que no entendiera lo que decían, simplemente no le importaba. Sabía que no era como ellos. No podía serlo, no después de todo lo que había pasado.
El aula comenzó a vaciarse, pero Kaito no tenía prisa. Prefería quedarse un momento más en la tranquilidad de la soledad, lejos de las miradas curiosas o, peor aún, de las miradas de lástima.
Flashback:
Cuando era más joven, Kaito no era invisible. De hecho, solía ser bastante social. Pero los rumores comenzaron a correr después de que se extendiera la historia de su familia y de su comportamiento extraño. "El chico raro", lo llamaban. "El que se aísla". Y así fue como las burlas empezaron. Al principio eran comentarios susurrados, apenas audibles. Pero con el tiempo, los susurros se convirtieron en palabras más directas, en risas que resonaban en los pasillos y en los rincones del patio.
—¿Qué te pasa, Kaito? —le decían algunos, con la intención de provocarlo—. Siempre con esa cara de perdedor.
Kaito había aprendido a ignorarlos. O, al menos, lo intentaba. Pero las palabras dejaban huellas, pequeñas cicatrices invisibles que se acumulaban con el tiempo. Cada burla, cada insulto era una piedra más que cargaba en su espalda. Hasta que ya no pudo soportarlo.
Presente:
—Kobayashi, ¿vienes o te vas a quedar ahí todo el día? —La voz del profesor resonó en el aula vacía.
Kaito lo miró, sin expresión alguna, antes de ponerse de pie y caminar hacia la puerta. Los profesores no esperaban mucho de él. Era conocido por ser problemático, explosivo y distante, el chico que nunca entregaba sus tareas a tiempo y que siempre parecía estar al borde de un enfrentamiento. Pero lo que nadie entendía es que Kaito no estaba buscando problemas. Simplemente ya no le importaba nada.
Caminó por el pasillo en dirección a la azotea. Ese era su refugio. El lugar donde podía estar solo y pensar sin interrupciones. Las voces de los demás se desvanecían al alejarse, y la tranquilidad comenzaba a llenar el vacío.
Cuando llegó, el viento frío golpeó su rostro. La nieve cubría el borde de la barandilla, pero a Kaito no le molestaba el frío. De alguna manera, se sentía más cómodo rodeado de ese ambiente helado que reflejaba su propio estado emocional. Se apoyó en la baranda y dejó que sus pensamientos vagaran.
—Ahí está el emo —una voz resonó desde atrás.
Kaito ni siquiera se molestó en girar. Ya conocía ese tono. Eran los de siempre. Los chicos que siempre buscaban provocarlo, los que intentaban hacer que reaccionara para luego acusarlo de ser el agresivo.
—¿Qué, no hablas? —dijo otro, acercándose—. ¿O estás demasiado ocupado en tus pensamientos depresivos?
Uno de ellos, el líder, se colocó justo al lado de Kaito, empujándolo ligeramente contra la barandilla. Kaito apretó los dientes, pero no hizo nada. No porque no pudiera defenderse, sino porque sabía que no tenía sentido.
—Déjalo en paz —una voz interrumpió.
Kaito levantó la mirada. Un chico, alguien nuevo, se había acercado. No era común que alguien interviniera por él. De hecho, era la primera vez en mucho tiempo que alguien lo hacía.
—¿Qué dijiste? —preguntó uno de los agresores, molesto.
—Dije que lo dejen en paz —repitió el chico, con una firmeza inesperada—. No han hecho más que molestar a todos los que creen que son más débiles. ¿No les cansa ser patéticos?
Los otros chicos se miraron entre sí, sorprendidos por la respuesta. Pero tras unos segundos de silencio incómodo, se alejaron, murmurando insultos por lo bajo.
Kaito se quedó en silencio, observando cómo el chico se giraba para marcharse. No sabía quién era, y sinceramente, tampoco le importaba. La intervención no significaba que ahora tuviera un aliado o que las cosas fueran a mejorar.
—No necesitaba tu ayuda —murmuró Kaito.
El chico se detuvo y lo miró por encima del hombro, con una sonrisa ligera.
—No te estaba ayudando. Solo odio ver idiotas comportándose como idiotas.
Kaito lo observó mientras se alejaba, sin entender del todo por qué alguien se molestaría en intervenir. Pero no se quedó pensando en eso mucho tiempo. Estaba acostumbrado a que las personas entraran y salieran de su vida sin dejar huella.
El timbre volvió a sonar, anunciando el final del recreo. Kaito suspiró y se apartó de la baranda. Otra clase, otro momento que debía soportar. Pero mientras caminaba hacia las escaleras, una ligera sensación diferente lo recorrió. No era esperanza ni alivio. Pero, al menos por ese momento, el peso en su espalda se sentía un poco más ligero.
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COLD BOY
ActionKaito Kobayashi es un adolescente con una personalidad explosiva, pero su arrogancia y narcisismo son solo una fachada que oculta un profundo sufrimiento. Abusado en su infancia, problemas familiares, víctima de bullying y marcado por la tragedia de...