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Qué fácil y qué difícil es entender el nombre de una persona. Y eso lo sé porque mucha gente no sabe cómo es mi nombre. 

Todo empezó un día cuando mi papá llegó de trabajar. Al entrar al cuarto ve a mí mamá, con unos meses de embarazo, en la cama leyendo y librito. Le preguntó qué estaba leyendo, a lo que mi madre respondió que era una lista de nombres de niño.

—Se va a llamar Edward y listo —respondió mi padre.

Después de discutirlo y pensarlo, al final el nombre se quedó. O al menos eso es lo que recuerdo que me contaron una vez. Pero en realidad no sé hasta qué punto esto es cierto o no. Ni siquiera recuerdo si esto me lo contó mi mamá, mi papá o alguien más de mi familia.

En cualquier caso, ese pasó a ser mi nombre. Edward. Viene del antiguo nombre anglosajón Ēadweard, que a su vez se componía de los elementos ēad, «riqueza, afortunado, próspero», y weard, «guardián» o «protector». Por tanto, el nombre Edward vendría a ser “Protector de riquezas”. Un significado muy bonito.

Este nombre era usado durante la Heptarquía anglosajona, tiempo en el que la actual Inglaterra estaba dividida en siete reinos. Sin embargo, con la llegada de la dinastía normanda y posteriormente la Plantagenet, el nombre Edward y muchos otros nombres de origen anglosajón cayeron en desuso a favor de otros nombres de origen francés y nórdico.

No sería hasta siglos más tarde cuando el nombre de Edward resurgió por el rey Henry III de Inglaterra, quién nombró así a su primogénito y heredero, en honor de Edward el Confesor, rey y santo anglosajón, último de la Casa de Wessex. Más tarde este príncipe Edward pasaría a ser el primero de su nombre como Rey de Inglaterra y Señor de Irlanda entre los años 1272 y 1307, más tarde apodado «El Martillo de los Escoceses» debido a sus intentos de someter al Reino de Escocia, que por aquel entonces se encontraba en una guerra civil, y convertirlo en vasallo de la corona inglesa. Como curiosidad, es en este contexto en el que se ambienta la película histórica de Braveheart o Corazón valiente (que más bien de histórica tiene poco, pero ese es otro tema), en donde también aparece este mismo monarca como antagonista principal.

Tras Edward I le sucederían muchos otros monarcas y príncipes homónimos dentro de la familia real inglesa. Como era de esperarse, este nombre se haría popular a través de las generaciones y muchos otros personajes históricos llevarían este nombre. Destacan varios piratas en el siglo XVIII, y el más célebre de todos fue Edward Teach, uno de los piratas más infames del mar Caribe y que infundía miedo y terror con solo la mención de su apodo por el cual pasaría a la historia: Barbanegra.

Y cómo no, muchos Edwards se han visto en incontables obras de ficción. Quizás el más famoso de la cultura popular es aquél vampiro de apellido Cullen de la saga Crepúsculo, y que fue el objeto de anhelo y deseos de muchas adolescentes allá entre los años 2008 a 2012. Para mi fortuna y mi desgracia, el nombre es lo único en lo que nos parecemos. Fortuna por no ser alguien tan tóxico cómo él. Y desgracia por no tener ningún parecido físico con él.

Cómo pueden ver, el nombre Edward tiene un extenso legado de tras de sí, a pesar de que mis padres no tuvieron en cuenta todo lo relatado. Por lo que no tendría nada de malo. Pero si hay un pequeño detalle muy importante a mencionar.

Los que me conocen en persona habrán escuchado decir mi nombre como «Eduar». Porque toda la vida me han llamado así, a pesar de que se escribe de forma anglosajona, lo pronuncia criollamente. Ya puestos, me hubiesen llamado «Eduardo». Pero no.

Recuerdo que cuando era niño preguntaba varias veces por eso. La respuesta que recibía, casi siempre de mi madre porque era a ella a quien más le preguntaba, era tajante y firme.

—Se escribe así y punto.

En la escuela, cuando me pedían mi nombre para un listado, les decía mi nombre y a continuación decía:

—... con w y con d al final.

Si me hubieran dado un dólar cada vez que de niño decía eso, lo más seguro hubiera gastado en chucherías.

Siempre ha sido así. Y toda la vida será así, porque sí hasta el día de hoy sigo siendo Eduar, y casi todos los que me conocen siguen diciéndome Eduar.

Con los años entendí que sonaba un poco ridículo estar ahí pronunciando mi nombre como se supone. «No sí, míralo —dirían los demás—, el que se la dá de gringo», dirían algunos. En ese sentido, mis padres me hicieron un favor.

Y alguno pensará que esto es solo un problema mío. Pero aquí les cuento otra anécdota.

En el liceo (secundaria) conocí a dos compañeros que eran tocayos míos. Tal cual como se escribía el nombre, tal cual como se lo pronunciaban y tal cual los mismos problemas.

Los dos se conocían desde primaria, y para evitar confusiones, se dirigían a ellos por el apellido. Cuando entré a estudiar con ellos, hicieron lo mismo conmigo. Por supuesto, había momentos en los que alguien, sin pensarlo mucho o sin saber, llamaba en el salón «¡Edward!» y los tres volteamos a ver al mismo tiempo a ver quién nos llamaba.

Por esos años, mi hermana también tuvo un compañero que era otro tocayo. Un día, mi hermana contó que estaba en clase listando los nombres de los muchachos cuando le tocó anotar el de este compañero le dice:

—Edward con w y d al final, ¿verdad?

Y el chico se la queda mirando con una cara de estupefacto.

—Primera vez que dicen mi nombre cómo es.

—Sí, yo tengo un hermano que se llama igual.

Entonces no, esto no es algo que únicamente me pasa a mí. Sino que es algo que todos aquellos tocayos han pasado. Creo que deberíamos juntarnos para hacer un grupo de terapia y hablar de esto.

Dicen que el nombre es la identidad de una persona. Pero siguiendo esa lógica, si no conoces el nombre de una persona, cabe preguntarse si realmente la conoces. En este caso en concreto, la gente sabe cuál es mi nombre, pero no como se escribe. ¿Eso qué dice de mí? Pues ahí hay muchas respuestas. La más directa y sencilla sería que simplemente tengo un nombre que no todos saben escribir. La más profunda y más filosófica sería que nadie me comprende del todo. Pero ¿Realmente hay alguien en este mundo que comprende a otra persona al punto de saber qué es lo que piensa?

Pero creo que la cuestión más importante no es esa, sino que es el motivo detrás de este relato: de tantos temas sobre mí de los cuales podría haber elegido para hablar, ¿porque mi nombre?

Todo tiene una historia detrás. Y todos tenemos una historia que contar (especialmente si eres venezolano), y el nombre forma parte de esas historias. Incluso los propios nombres tienen una historia detrás, bien sea el origen del mismo, las personas que lo llevaron o él porque esa persona se llama así.

Ese es el propósito de este relato. Una reflexión narrativa sobre algo que aparentemente es tan simple, pero que cuando le prestas atención te das cuenta de lo realmente complejo que puede llegar a ser, como lo es tu propio nombre.

Empecé este relato diciendo que era muy fácil y a la vez que es difícil comprender el nombre de una persona. Y es cierto. Lo que no era tan cierto era que nadie sabía cuál era mi nombre. Una mentira a medias, porque la gente sí sabe cual es mi nombre. Solamente que no muchos saben cómo se escribe realmente.

Pero es cierto lo que dicen. Si mi nombre es mi identidad, entonces sé quién soy yo. Me conozco y estoy seguro de sé quién soy como persona.

Esas son palabras que no todos pueden decir. Y espero que puedan algún día.

Fin del relato.

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⏰ Última actualización: Sep 26 ⏰

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