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1—lengua suelta, oídos sordos

Juanjo y Martin siempre han sido compañeros de vida. Cuando iban de excursión en el colegio se sentaban el uno al lado del otro. Funcionan como una constante el uno para el otro en cada nueva etapa que han empezado.

O al menos era así hasta hace tres años. Empezaron carreras distintas, y poco a poco se han ido viendo menos de lo que les gustaría. La distancia es mayor desde que Juanjo empezó a trabajar en una cafetería para sus prácticas de repostería.

Menos tiempo para verse y más tiempo para que Martin se desespere por ello. El vasco se dio cuenta de que sentía algo por su amigo a los catorce años. Nunca había dado ningún indicio de ello, causando que sus sentimientos fueran creciendo poco a poco silenciosamente.

Un enamoramiento silencioso que acaba hoy. Martin se ha decidido, de manera inconsciente al inicio, a visitar a Juanjo cada día en la cafetería y no callar los pensamientos que lleva reprimiendo todos estos años.

Este cúmulo de circunstancias han hecho que Martin al salir de clase se acerque a la cafetería, con una mezcla de cansancio e ilusión que hacen que se le suelte la lengua más de lo que debería.

Al entrar en el local, Martin se fija en la fila de clientes que hay esperando a ser atendidos en el mostrador y en cómo se puede ver a Juanjo detrás de la barra dando vueltas de un lado para otro.

El uniforme consiste en una gorra marrón, que él lleva del revés, una camiseta de manga corta blanca y un delantal del mismo tono que la gorra. Ese conjunto combinado con el rubor natural que caracteriza a su amigo hace que el vasco se quede embobado cada vez que lo ve.

Espera pacientemente hasta que llega su turno para pedir, frunce el ceño cuando algún cliente es desagradable y se fija más veces de las que debería en los brazos del maño mientras trabaja. Coge aire cuando la chica que tiene delante termina su pedido y por fin llega su turno de pedir.

— Hola, buenos días. Bienvenido a Café Batman que de...—el más alto levantó la mirada en ese momento.

— Oh, Hola Martin. ¿Qué te pongo?

— Sí, me pones... —Martin quiso que la tierra se lo tragara, pero el mayor pareció no darse cuenta— quiero decir, sí ponme un café con leche, por favor.

— Vale, genial, ¿solo eso? —el menor asintió— pues enseguida lo tienes, Martin. ¿Te cobro ya? Son 2.34.

— Aquí tienes, toma —le paga y espera a que le dé su café— Juanjo, yo...

El mayor se despide de él rápidamente para continuar con su trabajo y así Martin se queda con la palabra en la boca y los sentimientos no dichos, pesándole cada vez más en el estómago.

2— tulipán dejado, marchito y olvidado

Llevaba tres días haciendo lo mismo, hoy definitivamente era el último día que lo intentaría.

El primer día fue un acto casual, realmente había quedado con su amiga Belinda antes de ir a la cafetería, por lo que su camino habitual cambió y pasó por delante de una floristería. Un impulso le hizo comprar un tulipán para llevárselo a Juanjo. Llego a la cafetería como siempre, fue ignorado en sus intentos de ligar y cuando terminó de tomarse algo se fue. Dejando atrás las migas del cruasán que se había comido, la espumilla del café y un bonito tulipán rosa sobre la mesa.

El segundo día decidió que sería divertido llevarle un segundo tulipán a Juanjo para que cuando este le preguntara por el del día anterior, le pudiera sorprender con uno en ese momento. Pero para la decepción del vasco, no recibió ningún comentario de su amigo. De la boca del mayor el único nombre de flor que salió fue el de su jefa, Azucena.
Esto provocó que Martin, algo resignado y frustrado consigo mismo, dejara el tulipán en el mostrador y se fuera de la cafetería sin tomar nada.

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