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Tres horas de viaje habían transcurrido. James dormía pacíficamente a mi lado, su tranquilidad era envidiable. Pero yo estaba ansiosa por llegar. Seis horas en un auto eran agotadoras, especialmente después de dejar atrás nuestra vida en California.


Finalmente, llegamos. El alivio se reflejó en mi rostro mientras nos deteníamos frente al apartamento. El encanto del lugar me sorprendió. Observé los espacios vacíos y las paredes desnudas. Era un lugar diferente al que estábamos acostumbrados.


Después de desempacar, James y yo nos sentamos en el sofá, exhaustos pero aliviados. Nuestra nueva casa era acogedora, aunque más pequeña que nuestro antiguo hogar. James se estiró, bostezando.

—¿Qué hora es? —preguntó, frotándose los ojos.

—Las 5 de la tarde —respondí, mirando mi reloj.

—Vamos a buscar algo de comer —dijo James, sonriendo.

Asentí, y juntos salimos del apartamento en busca de un lugar para cenar. Mientras caminábamos por la calle, noté que la gente nos miraba con curiosidad. Éramos nuevos en el pueblo, y nuestra presencia llamaba la atención. Sentí un poco de nerviosismo, pero James me tranquilizó con una sonrisa.

De repente, James se detuvo frente a un restaurante.

—¿Qué tal este? —preguntó, mirando el cartel.

Miré el nombre del restaurante y sonreí.

—Sí, vamos —dije.

Y así, entramos en el restaurante, listos para descubrir nuevos sabores y retomar nuestra vida en otro lugar. Una vez dentro, nos recibió un aroma delicioso que nos hizo agua la boca. Pedimos nuestra comida y nos sentamos a esperar, disfrutando del ambiente acogedor del lugar.

Mientras esperábamos, James y yo hablamos sobre nuestros planes para el futuro. Queríamos hacer amigos, explorar el pueblo y encontrar nuestro lugar en este nuevo hogar. La comida llegó y nos sumergimos en un festín de sabores y texturas. Era exactamente lo que necesitábamos después de un largo día de viaje.

Después de cenar, salimos del restaurante con sonrisas satisfechas, el pueblo parecía menos intimidante ahora que habíamos encontrado un lugar donde sentirnos como en casa, decidimos caminar un rato por la ciudad. La noche era fresca y tranquila, y la luna brillaba en el cielo.

—¿Sabes qué me gustaría hacer mañana? —pregunte

—¿Qué? —respondio mi mellizo

—Ir a un dojo de karate. Quiero ver si puedo encontrar algún lugar donde entrenar.

—Esa es una excelente idea —dijo—. He visto unos carteles sobre un dojo llamado Cobra Kai en la valle.

Me detuve en seco.

—¿Cobra Kai?—.repetí—. Ese es el dojo de Kreese y Silver. ¿Quien lo reabrió?

—Sí, lo sé —dijo—. No sé quién lo reabrió pero si he visto que hay otro dojo llamado Miyagi-do, dirigido por Daniel LaRusso.

Eso logro sacarme una sonrisa.

—Ese es un dojo el cual quiero ir a visitar.—dije con una sonrisa sarcástica plasmada.

Al día siguiente, nos dirigimos al dojo Miyagi-do. Cuando llegamos, vimos a Daniel LaRusso entrenando a un grupo de estudiantes.

—¡Hola! —nos saludó Daniel—. Bienvenidos al Miyagi-do.

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⏰ Última actualización: Sep 25 ⏰

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