Sombras del adiós

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Aquel 23 de marzo en la puerta del cine fue la última vez que sus miradas se cruzaron. Gastón recuerda muy bien ese día, una brisa otoñal acompañaba una luna llena que iluminaba todos aquellos rincones que no querían mostrarse. Todo aquello que prefería mantenerse en la sombra... como Gastón y sus ganas de comerle la boca al chico de la boletería del Gaumont.

La noche era para él el momento del día donde no se permitía guionar nada, y eso ya era un montón. A Gastón le gustaba tener su agenda llena de listas para tachar, mandados que hacer y citas a las que asistir, pero la noche no, la noche era una agenda sin renglones, un papel en blanco donde dejaba al universo vía libre para hacer y deshacer a su manera. Le gustaba eso de las energías y el universo, el haber asistido a una escuela católica lo había dejado un poco 'tocadito' con respecto a dios y todo su show de amor al prójimo. El universo era ateo y eso le daba confianza, sentía un abrazo genuino, aún cuando las cosas no salían como él las esperaba. "Todo pasa por algo", se repetía como método para atravesar esas situaciones. A ver, que a él le servía como herramienta, pero a su amigo Lucio lo volvía loco cada vez que predicaba su frase mágica.

Lucio y Gastón eran amigos desde muy chicos, se conocieron en la escuela católica pero a diferencia de su amigo, Lucio había salido ileso de esa experiencia. Para Gastón él era el hermano que nunca había tenido, cómplice en muchas fechorías y compañero en los momentos de bajón. Luego de terminar el secundario se habían ido a vivir juntos a un departamento en San Telmo. La convivencia era buena gracias a las reglas pegadas en la heladera que Gastón había escrito. Antes de esas reglas todo era un desmadre, Lucio había convertido el departamento prácticamente en un boliche. Eso, claramente duró muy poco.

Gastón era espectador regular en las proyecciones del sábado a las nueve en el Gaumont, era un cinéfilo deseoso de explorar y descubrir películas y directores nuevos. Le gustaban los debates online sobre las técnicas cinematográficas y también los temas sociales o culturales de las pelis. Un 'real deal'. El primer sábado de marzo Gastón estaba con un tremendo resfriado, afuera se veía una cortina gruesa de lluvia y cada tanto el cielo se iluminaba. Era el primer sábado del mes y arrancaba un ciclo sobre directoras argentinas que le hacía mucha ilusión. Si bien se desanimó un poco, encendió la pava para prepararse un té y se fue al sillón con su computadora.

Ese día Gastón conoció a "MovieManiac90" en un chat online. Si bien ese nombre le pareció un poco inquietante, por algún motivo aceptó la conversación y enseguida conectaron. Se pasaron horas hablando de películas, actores, actrices y todo lo relacionado a ese mundo. Gastón había encontrado a alguien con quien compartir esa obsesión, porque con Lucio compartía todo pero el cine no era su fuerte, roncar en las proyecciones, sin embargo sí y eso no era algo que Gastón estuviera dispuesto a aceptar como rutina.

"El maníaco de las películas", como lo apodó Lucio, trabajaba en la boletería del Gaumont, cine favorito de su amigo. Favorito porque le quedaba a diez minutos del departamento y favorito porque le gustaba mucho el cine underground, era su lugar donde recargaba energías, decía Gastón. Y ahora también favorito porque era el lugar donde trabajaba Pedro, "MovieManiac90", su amigo virtual. Esa noche Gastón se fue a dormir con una sonrisa.

Intercambiaron mensajes por un tiempo hasta que un día Gastón tomó coraje y decidió invitarlo al cine. Su infancia y su adolescencia censurada por la cruz convertían esos momentos en incomodidad y nerviosismo que lo hacían dudar de sus acciones. Pero ese día el universo conspiró a su favor y la cita para el 23 de marzo ya estaba anotada en su agenda con un sticker al lado que decía "Importante". Durante los días previos al encuentro Gastón estaba muy ansioso, las listas del súper no se hacían y las reuniones se cancelaban. Lucio no podía creer la versión de su amigo que estaba descubriendo, era la mismísima antítesis. Su habitación era un lío, el canasto de ropa sucia estaba a punto de explotar y los platos con restos de comida en el suelo hacían difícil moverse, aquella habitación era un caos.

La sorpresa de Lucio era grande, y eso ya era decir un montón, ya que la pulcritud y la higiene no eran necesariamente su lema de vida. Como el fin de semana del encuentro se acercaba y Lucio veía a su amigo que seguía transitando su día a día en piloto automático decide ponerle fin a esto y piensa en una especie de intervención. Él entendía que era su primera cita luego de todo lo que había pasado en el colegio, pero no sabía cuán afectado seguía por todo aquello. Quería a su amigo de vuelta, porque lo extrañaba y porque el olor que salía de su habitación ya se estaba expandiendo por todo el departamento.

Antes que Gastón llegara del trabajo Lucio ya había acomodado toda su habitación. Para ambientar había prendido un sahumerio de lavanda en el living y había hecho una lista de canciones de "Chill Jazz" porque había leído que venía bien para esas situaciones. Gastón llegó y por la expresión de su cara se lo veía un poco mejor, Lucio corrió a abrazarlo y lo empujó al sillón, le dió dos sacudidas y le dijo unas palabras de aliento cual entrenador en medio de un empate, luego ambos se calmaron y tuvieron una conversación más fluida. Resulta que Lucio no sabía todo lo que estaba pasando por la cabeza de su amigo, la intervención había sido una muy buena idea después de todo.

El 23 de marzo llegó, Gastón y Pedro habían quedado en encontrarse en el hall del cine, ese día Pedro tenía franco pero se había asegurado dos lugares para el estreno de esa noche. Gastón parecía muy tranquilo, no había ningún rastro de todas las sensaciones que lo habían atravesado los días previos. Llegó al cine y vio a Pedro al lado de la boletería esperándolo, se saludaron, se sonrieron y caminaron juntos hacia las butacas. En el camino Pedro se desvió por unas bebidas y una caja de pochoclos mientras que Gastón lo veía desde lejos y se moría de ganas de comerla la boca.

La película había sido un éxito, Gastón y Pedro salieron de la sala muy comprometidos en sus debates sobre diferentes escenas. La charla se extendió bastante, cuando miraron la hora se dieron cuenta que ya era muy tarde. Con una sonrisa en la cara y sin mucho qué pensar Gastón lo saluda y le come la boca a Pedro, a quien tomó desprevenido, pero no tanto como al propio Gastón. Sonrieron, se saludaron con la mano y Pedro gritó "¡que se repita eh!" Camino al departamento Gastón tenía doce mensajes de Lucio, estaba deseoso por saber cómo había ido todo, por saber si su amigo había seguido en modo automático o había puesto play. Decide mandarle un audio a Lucio para que bajara su ansiedad, aún sabiendo que en diez minutos iba a tener que repetirle todo eso de nuevo cuando llegara. Mientras Gastón le relataba la cita a su amigo escucha a lo lejos unos gritos, gira inconscientemente para ver qué era, pero sin prestarle mucha atención continúa con el audio. Lo siguiente que recuerda es un ardor en la pierna, su vista se empieza a nublar, gritos, sirenas... fundido a negro.

Gastón abre los ojos muy lentamente porque los pequeños destellos de luces blancas que percibía le impedían ver bien. Como cuando Lucio rezongaba cuando Gastón le corría las cortinas a la mañana después de una larga noche de copas. Esas luces empezaban a atenuarse y de repente nuevamente... fundido a negro.

Gastón despierta y reconoce la voz de Lucio hablando con otra persona, los escuchaba hablar sobre un procedimiento quirúrgico. Al ver que Gastón se movía corrió a su lado y con un tono abatido le dice que había quedado en medio de una balacera y había recibido una bala en la pierna de camino al departamento. Gastón estaba aún un poco grogui por la anestesia y por todas las drogas que tenía en su organismo pero escuchó cuando su amigo le decía "...y como perdiste mucha sangre no sé bien qué pasó con la presión en tus ojos y ya... ya no vas a poder ver, Gastón". Y ahí hizo un click, mientras escuchaba a su amigo hablar se dio cuenta que todo ese tiempo la oscuridad que había en su habitación no era porque las cortinas estaban cerradas... fundido a negro.

Seis meses habían pasado desde que uno de los sentidos de Gastón ya no funcionaba, o como le decía su amigo Lucio, desde que se había convertido en un murciélago urbano. Mucha terapia, mucha rehabilitación y Gastón volvió a estar en pie.

Era sábado, Gastón y Lucio habían estado practicando su ida y vuelta al Gaumont. Resulta que ser ciego en un mundo donde la accesibilidad no es prioridad no es joda, las rodillas y los codos de Gastón eran evidencia de eso. Ese sábado se había prometido ir solo y disfrutar de una peli. Allí lo recibió Pedro, que si bien ese 23 de marzo fue la última vez que sus miradas se cruzaron, no fue la última vez que se tocaron.-

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