Dolor.

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Cuando Helios me dejó, mi hambre se acrecentó.
Era una mujer maldita que cargaba un dolor,
un dolor enorme, todo por culpa del amor.
Y fue por esa situación que me volví más salvaje,

más podrida, más hambrienta de sangre y carne.
Así que me las ingenié para conseguir a alguien,
alguien, un hombre, o varios, para desquitarme;
para mitigar la agonía causada por la situación.

Y al parecer a los dioses fue una idea que les gustó,
pues días más tarde a mis aguas un capitán llegó,
seguido por tres marines muy bien vestidos,
buscaban agua dulce y donde poder dormir.

En mi profundo bosque los observé y sentí.
Después de tanto tiempo, aquel río se convirtió,
se convirtió en una extensión acuosa de mí,
y cuando los hombres nadaron en él para bañarse

en mi interior sentí el impulso de presentarme.
Salí de los matorrales, con mis finas ropas,
aquellas que dejaban al descubierto mi piel rosa.
Los hombres palidecieron al verme aparecer:

"Mademoiselle ¿Qué hacéis aquí vestida así?"
Sonreí tímidamente mientras iba hacia allí.
"Los vi de lejos y decidí esta tarde escaparme."
Los hombres se miraron con sonrisas de escaparate.

"Es válido, merecéis divertiros." Comentó el capitán.
Y los caballeros, segundones se pusieron a asentir.
Se acercaron todos a mí en cuanto me vieron llegar,
sin embargo, me negué rotundamente a aceptar.

"Pero yo deseo divertirme sólo con usted." Mencioné,
y una sonrisa lúgubre en mi rostro esbocé.
Los otros marineros entendieron al toque,
entonces con el capitán dancé al caer la noche.

Dancé como quien danza una melodía ancestral,
bailé toda la noche con una paz monumental.
En él vertí toda mi furia y mi terrible malestar,
me dejé llevar pensando que estaba en la mar.

Al caer la noche los seduje a todos en la orilla,
los coloqué frente a mí en una pose de cuclillas.
Aquella noche me alimenté de los tres en un frenesí,
uno tras otro, sangre y huesos me dieron un festín.

De todas mis víctimas mi parte favorita es el corazón,
el músculo más sangriento, fibroso y carnoso.
Al moderlo se siente siempre el sabor de la decepción,
de la decepción y ruina de cada uno de ellos.

Es caliente y vibrante. Es el mejor aperitivo.
Decidí entonces ponerlo en mi primer lugar,
y desde ese entonces a cada hombre que veía llegar,
al caer la noche les arrancaba el corazón en un parpadear.

Del capitán atesoré su espada, sombrero y dientes,
sus dientes de oro que permanecen en su cráneo, inertes.
Tengo su esqueleto en el fondo del río y al mirar,
se puede observar también mi tesoro brillar.

Es cierto, soy una sirena que mata por hambre,
pero también por rabia, por culpa de mi madre.
Y mientras mato, aprovecho mi horrible condición,
y atesoro lo que me recuerda a quien por aquí pasó.

Tengo una basta colección de almas en el cuerpo.
En el tracto digestivo se mantienen, aferradas;
suplicando perdón por las noches las escucho,
pidiéndole ayuda a los dioses, pobres ilusos.

Pero aunque no lo acepte, a veces me duele
escucharlos llorar y por sus almas suplicar.
He de decir que por más mala que yo sea, siento.
Aunque no me gustaría hacerlo, lo acepto.

Sólo a veces me duele escucharlos intentar,
intentar hablar con alguien de aquí afuera.
Me duele cuando piden por sus madres o esposas,
me hace pensar que debería detenerme en estas cosas.

Sin embargo, aunque quiera no puedo hacerlo,
tanto victimaria como víctima yo también soy,
presa de esta horrible y eterna maldición.
No hay manera de que pueda algún día detenerlo.

NEREIDA CALMA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora