Uno.

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Hacía tiempo que Lisandro no dejaba que sus impulsos dictaminen sobre su vida ni que influyan sobre sus decisiones. Sin embargo, ahí estaba: a las tres de la mañana de un viernes, caminando por las (todavía) ajetreadas calles de la Ciudad de Buenos Aires en búsqueda de algo que le hiciera apagar por un momento el quilombo que vivía en su cabeza. Buscaba algo que había dejado en el pasado.

Sorprendentemente, el porro que se había fumado en la tarde no lo había ayudado en nada. Al revés, había empeorado la ansiedad con la que venía esos días, muy diferente al efecto usual de somnolencia que la droga le dejaba. El frío de las últimas noches de invierno le congelaba la nariz, por si no era suficiente seguir con los ojos achinados después de horas.

Las cuestiones con su familia se habían ido para la mierda desde que su padre le dijo que no lo quería ver más, desde que quedó básicamente desheredado y peleado con sus hermanos. Sus amigos avanzaban con sus vidas, dejándolo de lado mientras que en el laburo le dieron una patada en el culo, encima que nunca lo pusieron en blanco. Ni mencionar que el alquiler se iba a cien mil pesos más. Tendría que empezar de nuevo a repartir cv, a ver cómo llegar a fin de mes y a rogar para que Ale o Nahuel hicieran espacio en su rutina para verse un rato y poder desahogarse, poder hablar, tener la compañía de alguien.

Se sentía otra vez en ese pozo del que intentaba salir desde que tenía memoria. Solo, esforzándose por sobrevivir y demasiado orgulloso como para pedir ayuda. Poco a poco volvió a dejar de dormir, a mirar al techo hasta altas horas de la madrugada, a llenarse el estómago con puro mate porque no existían las ganas para algo más.

Otra vez, Lisandro estaba en un pozo depresivo.

Podía jurar que tenía la garganta seca de tanto silencio en el que vivía últimamente. Se encontraba perdido en sus pensamientos, al punto que casi lo chocan cuando cruzó la calle sin mirar a los costados. Qué complicado es Buenos Aires, pensó, entre todos esos susurros que no dejaban en paz a su mente.

La desesperación era tan grande que, en cuestión de minutos, había llegado a aquel edificio que no visitaba desde hacía meses. Entre sus manos, tenía la excusa perfecta para regresar al lugar: un buzo de color negro. La prenda no era suya, no le pertenecía en lo absoluto. Había postergado la devolución a su dueño por diferentes razones; la primera, porque era de Cristian, su ex novio.

Toda la semana ese buzo lo acompañó en su cama, la única cosa que le brindaba consuelo desde hacía meses. No se atrevía a usarlo, tan sólo a hundir el rostro entre la suave tela para inhalar su perfume, que poco a poco iba desvaneciendo. Tal como desapareció todo rastro de Cristian en su pequeño departamento.













Alguna vez pasaron días enteros sin despegarse del otro en el monoambiente de Lisandro. Despertaban juntos, desayunaban juntos, se iba cada uno por su lado a trabajar y volvían para reencontrarse, tomar unos mates y mimarse hasta quedarse dormidos de nuevo. Cualquier conversación banal era la mejor historia del mundo para ambos, se sabían todos sus crímenes y sus bondades. De vez en cuando, Lisandro pasaba a dejarle algo de almorzar a Cristian en su local, normalmente los miércoles. Si llegaba a quedarse, los viernes planeaban echarse en la cama a ver películas o cualquier cosa que estuvieran pasando en la tele. La mejor parte de la semana era volver de la cancha los sábados, transpirados y cansados después de un partido, comerse la boca y terminar con las piernas enredadas sobre la cama.

Cristian era el mejor remedio que la vida le había dado para curar ese vacío que tenía en su alma. El mejor consejero, el mejor acompañante, el mejor espectador y el mejor confidente que podía tener.

La sensación de plenitud que tenía Lisandro no se derribaba ni a patadas. Tan sólo la risa de Cristian, esa sonrisa de atorrante, los golpecitos que le daba para joderlo, los besos que marcaban toda su piel eran suficiente para que, por mucho tiempo, Lisandro se mantuviera a flote con su vida, como si nada pudiera contra él ni contra su novio. Tenían todo planeado, tenían todas las soluciones para cualquier cosa que podría suceder en un futuro. Iban a vivir juntos, se iban a casar aún si no conseguían mejores trabajos, aún si tenían que quedarse en un miserable monoambiente.

El Color del Ayer (CUTILICHA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora