Gre: La historia del niño gris.

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Érase una vez un niño que descubrió el amor.

Un débil y estéril amor.

Al ritmo que iba creciendo, el niño se dio cuenta de que cada vez que crecía, las cosas que podía amar también crecían.

Pero dos, tres veces más rápido.

Si su capacidad de amar se agrandaba con el ritmo de sus miembros, solo tendría que arrancarlos, ¿cierto?

Un par de brazos.

Un par de piernas.

Pero el pequeño se vio incapaz de hacerlo, así que para abrirle espacio a todas las cosas que podían ser amadas, él abandonó algo sin importancia.

Él dejó de amar a su estúpido y torpe ser.


Él lloraba.

Por lo mucho que deseaba amar.

Las lágrimas se desbordan de su desastrosa existencia y no había nada que pudiera detenerlas.


Nadie esperó nada de él.

Ni su madre.

O su padre.

Ni siquiera su perro imaginario.


Por lo tanto, el niño decidió montar su propio show.

En un teatro enteramente fabricado por sus deseos.

Sin ninguna audiencia que aplaudiera, el telón se levantó.

El solitario actor se paró en el centro del escenario.

Empezó a presentar la mejor obra que se le ocurrió:

El espectáculo de una vida que ya ha comenzado.


De pronto nuevos actores se unieron, pero ninguna de sus escenas las compartían con el niño solitario.

Estos nuevos actores presentaron, cabe destacar que espléndidamente, sus roles individuales.


El dolido niño salió de escena.

Y se unió a un nuevo espectáculo.

De nuevo, los demás actores representaban sus roles sin interactuar con el solitario.

Pero estos nuevos participantes cometían errores.

Se trababan.

Se caían.


Él, mirando a su alrededor en aquella puesta en escena, se encontró con aquella actriz con pánico escénico.

Se sentaba en un rincón sosteniendo su guion con manos temblorosas, ocultándose con la sombra de los demás.

El niño sintió que aquel espacio que había desocupado era finalmente llenado.

Y los demás actores le prestaron atención al nuevo protagonista.


Pero aquella actriz tenía temor.

Y huyó de aquel espacio.


Nuestro actor principal se sintió como si padeciese de una mortal enfermedad del corazón.

Pero los medicamentos que conseguía por allí no servían para curarlo.

Y aunque cause vergüenza al solitario, con aquella forma tan voraz de amar, al pobre no le quedaba nada para acudir a un doctor.

Tal vez por eso fue que las heridas jamás cerradas por completo de nuestro niño se infectaron en un pasado olvidado con el pasar de los actos.


Con el fin de vivir.

De respirar.

El niño vendió las cosas más valiosas que albergaba en aquel ficticio corazón.

Sin embargo no importaba lo que hiciese, ni todos los esfuerzos que hiciera, ese gigante agujero no podía ser llenado.


El niño corrió de aquel espectáculo y los actores secundarios se rieron.

El pequeño solitario huyó con su herida desbordándose como una cascada.

Dejando un rastro de su dolor por donde iba, él lleno aquel espacio con preguntas vacías.

A pesar de eso, seguía sangrando.

No podía liberarse de su pesar.


Por aquella codicia de amar tanto, se encerró dentro de un infinito universo donde solo existía su tristeza.

Se sintió abrumado.

Ahogado.

Asfixiado.

La enfermedad de su corazón se agravó.

Y el niño, al no usar su vida como los demás, decidió deshacerse de ella.

Se deshizo de la vida que Dios le regaló y que recibió de manos de su mamá.

Con la basura de la mañana.



El amor es algo que, naturalmente, todos necesitan.

Pero, ¿dónde puedes encontrar al amor dentro de un inexistente corazón?

Y es que, aunque una nueva máquina fuera inventada.

O los humanos pudieran prolongar su vida por cientos de años.

¿De qué serviría?

¿El vacío estaría lleno?

¿Algo se volvería más conveniente?

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⏰ Última actualización: Jul 13, 2015 ⏰

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