μια. day of storm

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*Días de tormenta*








Pov Natasha
Belova





Desperté de un salto, agarrándome el cuello mientras mi respiración se trancaba. Pasé las manos por mi cabello desordenado, tratando de tranquilizarme. Conté hasta diez, intentando que cada respiración se volviera lenta, pero los latidos de mi corazón seguían como si de una maquinaria se tratase.

Estaba exhausta. Había tenido otra jodida pesadilla, un ciclo vicioso que no cesaba. Era el mismo sueño que me atormentaba una y otra vez, donde mi madre aparecía en su estado más oscuro, golpeándome con palabras afiladas y acusaciones hirientes. No había un maldito día en el que pudiera dormir en paz, sin sentir que su dolor era culpa mía. Si tan solo hubiera hecho más, tal vez todavía estaría aquí, aunque no estoy segura de si eso sería un regalo o una maldición.

Solté un suspiro de cansancio, acostumbrándome a la luz que entraba por las ventanas de la cabaña 5. Observé a Clarisse, mi hermana mayor, dejar de empujarse con Brutus, uno de mis hermanos, para voltear a verme. Su sonrisa se apagó al verme en mi estado: ojerosa, cansada, sudorosa y con ganas de matar a alguien. Su ceño se frunció levemente y caminó hacia mi camarote.

—¿Estás bien?

No lo estaba, pero detestaba que las personas me vieran en tal estado: inofensiva, asustada, débil. Bueno, de vez en cuando era así, pero asentí, mintiendo. Clarisse me observó con preocupación, sus ojos marrones me escanearon de arriba a abajo mientras me levantaba.

—No tienes que mentir conmigo, Natasha—informó.
—No lo hago, Clarisse —repliqué mientras
buscaba mi ropa y tomaba mis anillos.

—No es tu culpa y lo sabes —me recordó.

—No quiero hablar del tema —comenté, molesta

—Bien, entonces, si no quieres hablar, al menos apúrate, que te quedarás sin desayunar —dijo, y salió de la cabaña.

Habían pasado casi seis años desde mi llegada al Campamento Mestizo. Me gusta el campamento; es divertido correr en la playa por las tardes, practicar con la espada junto con los hijos de Hermes, jugar voleibol de vez en cuando, entrenar hasta no poder más. La tranquilidad que me daba este lugar era increíble. Se podría decir que era feliz lejos de mi madre y sus botellas de vodka pero en mi interior pensaba que podría haber hecho más por ella.

El día había dado paso a la noche, y el cielo se llenó de nubes cargadas de tormenta. Toda la semana había sido un desastre, y no solo porque el clima parecía tener una crisis existencial. Algo estaba pasando en el Olimpo, y lo sabía porque mis sueños no eran exactamente del tipo “florecitas y arcoíris”. Los dioses se estaban peleando como si fueran niños de primaria. Una parte de mí encontraba todo eso un poco divertido, pero la otra sabía que si los todopoderosos estaban en modo telenovela griega, no podía significar nada bueno. Todo había ido en picada desde el primer día del verano, y claro, porque no podía ser una temporada tranquila, ¿verdad?
Estaba en la Casa Grande jugando a las cartas con el señor D —quien, por cierto, es un pésimo perdedor—, Quirón y Annabeth Chase, la chica de la cabaña 6, hija de Atenea.

Su cabello rubio casi le daba ese aire de princesita... pero no te engañes, es una nerd letal con libros de batalla. Atenea y Ares nunca se llevaron bien, y no me sorprende que lo mismo ocurra con nosotras. Sinceramente, su cabaña es como un dolor de trasero constante. Si pudiera, pondría una zona de exclusión alrededor de ellos.

Justo cuando estaba por ganar la partida —cosa que probablemente no iba a aceptar el señor D—, un trueno retumbó por el valle, haciéndome erizar los pelos de la nuca. Deje mis cartas a un lado y miré a los demás. Dionisio estaba absorto en su próxima jugada, Quirón se acomodaba las gafas como si no hubiera un apocalipsis cocinándose allá afuera, y Annabeth... bueno, ella leía tranquilamente, probablemente calculando cómo salvar el mundo, como siempre.
Me levanté. Algo en mi estómago no se sentía bien, y no era culpa del zumo de uva

𝔨𝔦𝔰𝔰 𝔪𝔢 𝔴𝔦𝔱𝔥𝔬𝔲𝔱 𝔣𝔢𝔢𝔩𝔦𝔫𝔤 - - Percy Jackson Donde viven las historias. Descúbrelo ahora