Conocí a una muchacha en una fiesta. Ella era más baja que yo, presumía tener un altar y conocimientos esotéricos fuera de lo común. Ignoré sus comentarios, me centré en consumir alcohol hasta que mi cerebro diera vueltas. La alta ingesta por parte de ambos mareaba nuestros sentidos. Ella me invitó a su casa, al principio dudé, pero para evitar algún regaño por parte de mis padres al estar borracho, pensé que era mi mejor opción. Cerca de las doce de la noche tomamos un bus para ir. Tenía dos perros muy similares a los míos, de hecho, uno de ellos parecía recordar mi olor. Dentro de su casa había un gato negro. La muchacha me decía que ese gato nunca estaba abajo cuando había un hombre, por alguna razón yo era la excepción. Crudos de tanto beber, comimos una pequeña cena antes de irnos a dormir. Yo dormí en su cuarto, la pared a los pies de la cama tenía dibujos de figuras difusas, caminando a través de lo que parecían árboles escuálidos excesivamente rectos, llamó mi atención un atrapasueños en la cabeza, de plumas grises y doce cuerdas amarradas dando un círculo perfecto en el centro.
En la noche, sin luna en la ventana, desde la habitación contigua escuché un ruido crujiente, presumiblemente de cera, pues arriba de la puerta estaba una ventana desde la que atravesaban luces de colores cambiantes producidas por el fuego de lo que yo suponía eran velas. Un olor a incienso inundó la habitación mientras el ruido crujiente se detenía. Algo comenzó a golpear la puerta desde afuera, la fuerza de sus golpes eran irregulares, la puerta cedió, desde la cama se veía la puerta de la otra habitación, la luz lunar cortaba entre las entradas de los cuartos, pero, incluso así, la oscuridad no me permitió ver con claridad que había entrado. Una figura difusa caminó al lado de la cama, la luna enderezaba los marcos de ambas puertas mostrando una rectitud impensable para mi ebriedad.
Abrí mis ojos, la muchacha entró a la habitación dándome los buenos días, me preguntó cómo dormí para luego reprenderme por haber apretado las lanas de su atrapasueños. Me acompañó al paradero más cercano, me despedí y llegué a mi casa. Se hizo la noche, me acosté a dormir, abrí la ventana como mi rutina habitual y evité pensar en lo sucedido.
Desde ese día sueño con alguien acostándose en la cama de la muchacha. El ruido empezó, luego las luces y por último el olor. Golpeaba la puerta para que la persona dentro no durmiera, siempre que conseguía entrar, esta tenía los ojos entrecerrados, cuando me acercaba el atrapasueños me ahorcaba evitando mi actuar.