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Estoy sentada en el prado, viendo cómo las nubes se transforman sobre mí. A veces parecen animales, otras veces solo manchas que se desvanecen, pero no dejo de mirar. Hay algo calmante en ellas. Me gusta estar aquí sola, aunque sé que no lo estoy de verdad.

—¿Puedo sentarme? —una voz me saca de mis pensamientos.

Levanto la vista y veo a una chica que ya se ha dejado caer a mi lado. Apenas me molesto en asentir. No me importa.

—Te veo siempre sola. ¿Por qué? —me pregunta, mientras me mira de reojo.

Suelto una risa suave, manteniendo la vista en las nubes.

—No estoy sola —respondo—. De hecho, tengo un novio... más o menos.

La chica se gira hacia mí, sorprendida.

—¿En serio? Creo que nunca lo he visto. ¿Dónde está?

—Vive debajo del suelo. Solo hablamos de madrugada. No conozco su cara, pero lo he dibujado muchas veces. Tiene cicatrices en la cara. Parece el muñeco de un niño malcriado.

—Eso suena... genial —dice la chica tras una pausa—. Yo también quisiera tener novio, pero no me dan permiso.

—¿Qué dices? —respondo burlona—. Nadie puede ordenarte si quieres o no novio.

—Las enfermeras le dicen todo a nuestros padres, hacen reportes y eso... —contesta, encogiéndose de hombros—. Si mis padres se enteran, tal vez me dejen aquí. Abandonada.

Me giro y la miro por un momento. No sé si siento lástima o fastidio.

—Yo estaré aquí diez años. Me da igual lo que piensen los padres. —Vuelvo a mirar al cielo, las nubes son más entretenidas que esta conversación.

Ella no responde, y yo tampoco necesito que lo haga. Me quedo en silencio, viendo cómo las nubes desaparecen, al igual que todo lo demás.

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⏰ Última actualización: Sep 24 ⏰

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