El otro lado del Arcoíris.

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Soy un campesino que ha vivido toda mi vida en el monte. Mi cabaña está cerca de un río, el Río de los Espíritus, como lo llaman en el pueblo. Los viejos dicen que tiene un aire extraño, como si escondiera algo. "No te quedes mirando mucho rato", me advertían. Nunca les hice mucho caso. ¿Quién le tiene miedo a un río?

Era una tarde sofocante después de una tormenta tropical. El cielo, aún cubierto de nubes, apenas dejaba pasar un rayo de sol que caía como un suspiro entre los árboles. Salí con mi machete en mano para revisar las plantaciones, pero el calor y la humedad me tenían rendido. Decidí que lo mejor sería caminar hacia el río y beber un poco de agua fresca para calmarme.

El bosque estaba lleno de sonidos: pájaros, insectos, el crujir de las ramas bajo mis pies. A medida que me acercaba al río, todo parecía volverse más tranquilo, casi demasiado quieto. Solo se escuchaba el murmullo del agua fluyendo suavemente. Me arrodillé junto a la orilla, el agua cristalina reflejaba las ramas de los árboles, moviéndose perezosamente con la corriente.

Cuando me incliné para beber, algo captó mi atención al borde de mi vista. Levanté la mirada, y lo vi.

Ahí, en medio del río, flotaba un arcoíris. No un reflejo, no la ilusión que deja el agua y la luz después de la lluvia. No. Era un arcoíris real, vibrante y vivo, bajando como si estuviera bebiendo del río. Me quedé paralizado. La hermosura del arcoíris era desconcertante, y por un momento pensé que estaba viendo una maravilla de la naturaleza.

Ese rostro me miraba, fijo, como si hubiera estado esperando que lo viera. Sentí cómo un escalofrío me recorría el cuerpo entero, y por primera vez en mi vida, sentí el verdadero terror. No podía moverme, no podía gritar. Mi respiración se volvió pesada, y todo el aire a mi alrededor parecía volverse más denso. Quise correr, pero mis piernas no respondían.

De repente, el arcoíris comenzó a moverse, lentamente. La figura, o lo que sea que fuera, comenzó a acercarse a la orilla. Era como si estuviera flotando sobre el agua, deslizándose hacia mí con esa sonrisa grotesca. En ese momento, sentí que el frío del río no venía del agua, sino de algo más. Algo mucho más profundo y oscuro.

Intenté retroceder, pero tropecé y caí de espaldas al suelo. En un intento desesperado, aparté la vista, rogando que desapareciera. Pero cuando volví a mirar, ese rostro estaba más cerca, tan cerca que podía ver cómo su piel parecía derretirse, goteando como cera caliente al tocar el agua. Y entonces, su boca, esa maldita boca, comenzó a abrirse, más grande de lo que debería ser posible. Un sonido bajo, gutural, como el murmullo de alguien ahogándose, salió de su garganta.

Esa noche no dormí. No podía. Cada vez que cerraba los ojos, veía ese rostro. Esa sonrisa. Escuchaba ese sonido. No volví al río. No volví a salir solo al campo después de la tormenta.

A veces, en las noches de lluvia, siento que el río me llama, como si quisiera que vuelva.

Noches Macabras en la Isla: Leyendas de Terror DominicanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora