Mi abuela, siempre con su rosario en mano, me dijo una vez:
"No te quedes mirándola. No es un animal, es Juana."
Había salido tarde de las plantaciones, mi caballo cansado y yo cubierto de sudor. Mientras cruzaba el sendero que bordeaba el monte, el aire se volvió frío de repente. No había viento, pero algo se sentía... mal. Un olor extraño invadió mis sentidos, como a tierra húmeda y carne podrida. Mi caballo se detuvo en seco, agitando sus orejas nervioso.A lo lejos, entre las sombras de los árboles, se movía una figura. Parecía una vaca, grande, más grande de lo normal, y su pelaje era de un color grisáceo, casi enfermizo. Al principio, no entendí por qué sentía ese pavor, hasta que la criatura se giró y la luz de la luna iluminó su rostro.
Mi corazón se detuvo.
No era el rostro de una vaca común. Tenía facciones humanas. Era el rostro de una mujer, retorcido, con ojos huecos y brillantes, y una sonrisa torcida que no debería pertenecer a un ser vivo. La piel del rostro estaba tirante, como si no encajara del todo en su cabeza, y la boca, aunque sonreía, estaba llena de dientes afilados, demasiado grandes para ser de humano.
La criatura me miró fijamente. No hacía ruido, no mugía como una vaca, solo me observaba con esos ojos vacíos y brillantes, como si esperara algo. Sentí un frío intenso recorrerme el cuerpo. Quise moverme, pero mis pies estaban pegados al suelo, paralizados por el terror.
De repente, la cosa empezó a caminar hacia mí, sus pasos lentos pero pesados. El sonido de sus pezuñas al golpear el suelo era como el retumbar de tambores en la oscuridad. Mi caballo, desesperado, comenzó a retroceder, relinchando de puro pánico. Yo tiré de las riendas con todas mis fuerzas, pero no podía desviar la mirada de esos ojos. Había algo en ellos que me congelaba, como si estuviera mirando directamente al abismo.
La criatura se detuvo a unos metros de mí. Podía sentir su aliento, caliente y húmedo, y el olor pútrido era insoportable. Esa sonrisa torcida se amplió, como si disfrutara del miedo que yo sentía. Y entonces, ocurrió lo más aterrador.
El rostro comenzó a cambiar. Los ojos se agrandaron aún más, la piel se estiró hasta que sus rasgos humanos se deformaron por completo, convirtiéndose en algo más monstruoso, más inhumano. La boca se abrió de par en par, mucho más de lo que debería ser posible, revelando una hileras de dientes que brillaban a la luz de la luna. Y un sonido salió de su garganta, un gemido bajo, gutural, que no era ni humano ni animal.
Fue en ese momento que mi caballo, en su desesperación, logró moverse. Me sacó del trance y, sin pensarlo dos veces, azoté las riendas y huimos. No me atreví a mirar atrás. Sentía su presencia siguiéndome, como si esas horribles pezuñas aún resonaran detrás de nosotros. Corrimos hasta llegar al pueblo, donde caí al suelo, sin aliento, con el corazón desbocado.
Nadie me creyó, excepto mi abuela. Cuando le narré lo sucedido, sus ojos se llenaron de temor y me hizo prometer que nunca volvería a pasar por esos caminos de noche.
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Noches Macabras en la Isla: Leyendas de Terror Dominicano
Horror"Noches Macabras en la Isla: Leyendas de Terror Dominicano" es una colección de relatos de terror dominicanos narrados en primera persona. Cada historia sumerge al lector en un viaje aterrador a través de los rincones más oscuros de la República Dom...