Entre los árboles oscuros del bosque, los gritos desgarradores de un hombre resonaban en el aire, cargados de un terror y dolor que parecían no tener fin. El claro estaba vacío, salvo por una joven que observaba la escena con una calma inquietante, sus ojos fijos en el cuerpo moribundo que yacía a sus pies.
—¿Q-qué clase de monstruo eres? —jadeó el hombre, arrastrándose torpemente por el suelo húmedo, su cuerpo sacudido por el dolor.
La joven, impasible, se inclinó ligeramente hacia él, como si sus palabras no merecieran una verdadera respuesta. Con un gesto lento pero decidido, desenvainó su espada y, sin vacilar, cercenó uno de sus brazos.
—¡Aaaah! —el grito del hombre cortó el aire.
—Perdona mi descortesía... No me he presentado aún —dijo ella, su voz tan serena como fría—. Mi nombre es Ubuyashiki Aiko.
El hombre levantó la mirada, sus ojos empañados por el sufrimiento, intentando enfocar a la figura que se cernía sobre él.
—¿Ubuyashiki? —murmuró con incredulidad.
Durante días, Aiko había estado persiguiendo a un demonio que había sembrado el terror en los alrededores de un pueblo cercano, Nara. Las desapariciones habían sido numerosas, y ni siquiera los cazadores que habían sido enviados antes que ella habían logrado detener la masacre. Ahora, como último recurso, Aiko había sido enviada para acabar con la amenaza.
—Seguro has escuchado ese nombre en algún lugar —continuó, su voz apenas un susurro.
El demonio tembló. Una sensación extraña se apoderó de su cuerpo, como si su sangre comenzara a hervir dentro de sus venas. No era una reacción cualquiera: el nombre que había escuchado despertaba en él algo más profundo, un miedo ancestral vinculado a la sangre de Muzan, el demonio primordial.
—N-no... —mintió el demonio con esfuerzo, pero su cuerpo lo traicionaba.
Aiko observó el temblor y, con la misma indiferencia, le cercenó una pierna.
—¡Basta! ¡Maldita! ¡Detente! —el demonio gritaba mientras se retorcía de dolor, sus uñas arañando la tierra, el corte ardiendo como el sol en su carne.
—¿Yo? ¿Detenerme? —repitió Aiko, inclinándose hacia él y tomando su cabeza entre sus manos.
Con una calma casi inquietante, tiró de su cabello, forzando su rostro hacia el cielo. Los ojos del demonio se encontraron con los suyos: un morado profundo, apagado, vacío. No había vida en esa mirada, ni piedad.
—Tú... no eres como los demás —dijo el demonio, su voz apenas un hilo de sonido.
—¿Te refieres a los que mataste por hambre? ¿O por simple diversión? —respondió Aiko, arrastrando el cuerpo del demonio hasta quedar sentada sobre él, impidiéndole moverse.
El demonio soltó una risa amarga, cargada de locura. Estaba perdiendo la cordura, y lo sabía.
—¡Ja, ja, ja! —rió, con los ojos desorbitados.
Aiko, sin inmutarse, comenzó a cortar su brazo derecho, despacio, con precisión, cada músculo y cada nervio cediendo ante el filo de su nishirin.
—¿No tienes nada que decir? —preguntó ella, haciendo una pausa en su tarea—. Podría ayudarte... si tú me ayudas. Solo necesito información de tu jefe.
El demonio se estremeció al oír esas palabras. Hablar de Muzan no era una opción, ni siquiera en esos momentos. El miedo que le inspiraba su amo era mayor que el dolor físico que Aiko le estaba infligiendo.
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Una espadachín de ojos gentiles (Tanjiro X lector)
Non-Fiction"Una espadachín de ojos gentiles" La familia Ubuyashiki carga con una siniestra maldición: todos sus miembros están condenados a perecer antes de alcanzar los treinta años debido a su conexión directa con Muzan, el maestro de los demonios. Aiko Ubuy...