Parte uno.

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Llevaban tres semanas en España todos juntos. Luzu había venido a ver a Koa para acabar el diseño de su nueva tabla y Willy y Vegetta para trabajar en uno de sus proyectos juntos. Todos habían estado muy ocupados y no se habían visto aún, pero Mangel decidió poner orden en el asunto.

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Mangel: ¡Oye! ¿Qué pasa, que no se piensa quedar en este grupo o qué?

Frank: ¡Eso! Que llevamos un montón de días todos aquí y no os he visto el pelo a ninguno.

Luzu: Estáis esperando que vengamos los americanos para quedar, ¿eh?

Vegetta: Sabemos que no podéis vivir sin nosotros.

Rubius: Venga, ¡cenaca y juegos en mi casa esta noche!

Willy: Por mi bien, paso de salir de discotecas.

Luzu: Yeah, bitch.

Alex: Uuuuh, me gusta el plan.

Vegetta: Me apunto.

Frank: ¡Y yo, chavales!

Rubius: Pues listo. 22:30 aquí.

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Y así fue como acabaron todos aquella noche de Viernes, habiendo comprado todo lo necesario para ponerse a hacer pizzas caseras para cenar. Tendrían que hacer varias si querían no quedarse con hambre ninguno, así que se pusieron manos a la obra con la masa. Todo iba normal hasta que a Vegetta se le ocurrió la genial idea de pringar a Willy en la cara con harina.

- ¡Pero qué haces! - dijo este con su tono particular -. ¡Ven aquí!

Y echó a correr detrás de él por toda la cocina hasta que le pilló en un rincón y le pringó la cara de la misma manera que el castaño había hecho con él. Lo peor fue que a esa guerra se unieron todos. Luzu pringó a Alex, Alex a Mangel, Mangel a Frank y Frank a Rubius, hasta que todos empezaron a pringarse los unos a los otros sin saber ni a quién le iba ya la harina.

Al final terminaron todos con la cara y el pelo blancos y muertos de la risa, aunque la cocina de Rubius también sufrió la batalla. Limpiaron un poco por encima la harina de encimeras y suelo y extendieron la masa en las placas de horno. Hicieron el borde ancho y lo rellenaron de queso, después pusieron en cada una los ingredientes que les apetecieron y se fueron al salón a jugar a algo mientras esperaban, no sin antes pasar por turnos al baño a mojarse el pelo para quitarse toda aquella harina.

Las pizzas se hicieron y todos se pusieron a comer tranquilamente, riendo y haciendo bromas. Pero de repente, la conversación se tornó un poco más subida de tono. Empezaron las frases obscenas, las anécdotas pervertidas y las confesiones vergonzosas. De repente, Mangel estaba mirando el móvil y vio un artículo que le hizo gracia y le pareció que venía al tema.

- ¡Eh! Escuchad esto - dijo, levantando un brazo para llamar la atención del grupo -. Aquí dice que, con los adolescentes de hoy en día, juegos como el de la botella se están perdiendo, que la gente ahora se presenta en las discotecas, dos besos de cortesía, morreo y a la cama, o al baño público o a la esquina escondida de la calle en su defecto.

- Y razón que no le falta - dijo Frank, riendo -. El otro día, en una discoteca, vi una escena que flipé en colores. Vi como un chico y una chica se miraban desde lejos, el tío empezó a acercarse, llegó a la altura de la chica, se vio como le dijo "hola, soy nosequién" y ella le respondió, "hola, yo soy nosecuántas", y ni dos besos ni mierdas, el tío la cogió y le pegó un morreo que casi le da la vuelta, y después la tía lo cogió del brazo y se lo llevó al baño.

- Flipas con la adolescencia, ¿sabes? - rió Rubius -. Cuando nosotros teníamos dieciséis las cosas no eran así de fáciles, macho.

- Buah, pues no habré jugado yo a la botella para poder pillar cacho con la tía que me gustaba - dijo Alex, levantando una ceja.

- Pues como todos - respondió Luzu, riendo -. Lo peor era cuando te tocaba darte el filetazo con un colega.

- Joder, y tanto - coincidió Willy -. Ellas se lo pasaban de puta madre, pero nosotros...

Todos rieron recordando aquellos momentos que habían pasado jugando a aquello con sus respectivos grupos de amigos cuando empezaban a salir hasta tarde y a ver mundo. Pero la cosa no acabó ahí, porque, como siempre, a alguien se le ocurrió una genial idea; a Mangel, cómo no.

- Eh, no hay huevos - retó a todos, poniendo cara de pillo, cogiendo una botella de cerveza vacía y poniéndola tumbada en la mesa.

Todos le miraron primero a él y después cruzaron miradas entre ellos, copiando la expresión de picardía con la que Mangel había empezado la provocación. Nadie se resistía a esa maldita frase; el orgullo podía más. Se movieron coordinados y se sentaron en el suelo al rededor de la mesa, notando cómo la adrenalina subía por su tripa. Rubius se frotó las manos y se adelantó un poco, tomando la iniciativa del juego.

- Si jugamos a esto, jugamos bien - empezó a decir, mirando a todos -. Y si tenemos huevos los tenemos bien puestos. Reglas completas, es decir, primera vez que te toque con esa persona, pico; segunda, beso sin lengua; y si el destino quiere que toque una tercera, hay que pegar un señor morreo que haga arder la mesa.

Todos rieron por la ocurrente frase y, aunque estaban nerviosos por lo que pudiese pasar, eran amigos y aquello era un tonteo sin más. Sería un rato divertido; después de esa noche las bromas entre ellos serían épicas.

- ¿Preparados? - dijo Rubius poniendo la mano en la botella.

&quot;SOLO FUE UN JUEGO INOCENTE&quot; · LEMMON WIGETTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora