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—Mal ahí que no puedas hoy.

Nicolás había estado los últimos veinte minutos intentando convencerme de ir a comer con sus compañeros, mi cuñada y las mujeres de sus compañeros. No era que no quisiera ir, pero la idea de estar rodeada de tantas personas importantes y a su vez desconocidas me generaba una sensación de inquietud para nada agradable.

Por eso le había dicho que no, en realidad, había inventado una mentirita piedosa que no lastimaría a nadie. Una mentirita blanca.

—Bueno, pero podemos otro día. No pasa nada —respondí intentando animar la situación.

Mi hermano esbozó una sonrisa decaída y se encogió de hombros, atrás de él estaba Leandro haciéndome caras chistosas mientras intentaba imitar los gestos de Nico.

El xeneize se acercó a mi y me puso un brazo por encima de los hombros, guiandome lejos de mi hermano mientras me daba un chocolate como a un nene chiquito al que querés despachar de una conversación.

—Yo tenía ganas de que conozcas a Camila, la última vez que nos vimos no habías podido tampoco —empezó a decir con un tono acusatorio—. A mí se me hace que estás escapando de la situación o de algo más.

Arrugué la nariz comenzando a sentir el bichito de la culpa en la panza por haber mentido, pero abrí el chocolate y comí un pedacito para mantenerlo entretenido. Aunque pareció no funcionar en absoluto, el bichito culposo seguía picando.

—¡Ay bueno! No te puedo mentir si me tiras el comodín de conocer a Camila —terminé por decir, agradecida de que ese interrogatorio o test de culpa se me haya hecho fuera del campo auditivo de mi hermano—. Pasa que me da vergüenza porque ustedes se conocen entre todos hace años y bueno, no sé. Me da vergüenza Leandro qué querés que haga.

Leandro soltó una carcajada y me sacó el chocolate para comer un pedazo él, aunque no me lo devolvió después y arrugué la nariz. O sea que probablemente lo había usado de señuelo para hacerme sentir más culpable, él más lindo regalandome un chocolate y yo la villana mintiendo porque no quería conocer a las demás personas.

—¿Y cuando vas a trabajar te da vergüenza también conocer gente nueva? —cuestionó burlón—. Porque me imagino que la profesión de actriz te hace conocer a una banda de gente nueva. Qué risa ver a una pibita escondiéndose para no ver a nadie.

—Ay no, nene. Es diferente —dije de inmediato—, o sea, conocer personas del trabajo no es para nada parecido a conocer a personas importantes para el círculo social y laboral de mi hermano. Con decirte que nunca conocí a los Messi porque me daba miedo que se me trabe la lengua al hablar y en mi enredo haga quedar mal a Nicolás.

Lean enarcó una ceja y me miró con una mezcla de curiosidad y burla, si supiera leer mentes –cosa que el tarot no me enseñó todavía, por desgracia–, probablemente me encontraría con los pensamientos de que soy una tonta o algo asi. Y si tuviera que adivinar, también diría que piensa que soy una tonta habladora de tonterías.

Si hubiera una conferencia de tontas, yo sería la anfitriona.

Y si hubiera alguna premiación a los tontos, probablemente no lo ganaría porque existe gente más tonta que yo.

Y porque nunca gano ningún premio.

—Pero si vos sos re... Extrovertida y ponele que hiperactiva —frunció el ceño—. No te dió vergüenza conocerme a mí y al licha cuando Ota nos presentó, ¿Y te da vergüenza conocer a Messi?

—Es que... Messi es Messi, no te vas a querer comparar con Messi.

El premio a los tontos lo ganaría Leandro.

—Ay bueno perdón, "Messi es Messi" —fingió ignorancia—. Vamos a practicar, vení.

Me agarró de la mano y me estiró por la recepción del plantel hasta la zona de catering y casi se me cae la mandíbula al notar comida para nada dietética y sana en la mesa, o sea que la maquinola esa me había engañado.

—¿Practicar de qué? —pregunté con curiosidad una vez que me acordé por qué el amigo de mi hermano me había llevado ahí.

—Mira, ese que está ahí es Paulo Dybala. El pibe que te saludó hoy cuando nos cruzamos, anda a hablarle tipo preséntate y eso. Vas a ver que le caes bien —animó pegándome despacito en la espalda—. Además si te hace sentir mejor, no es tan importante como Messi.

Suprimí una risa porque a pesar que era partidaria del "Todos somos un mundo e importantes en nuestro propio mundo", había encontrado cómica la forma en la que Leandro se las ingeniaba para usar mis propias palabras en mi contra.

Después de pensar en todos los posibles escenarios en los que todo salía mal y el pobre chico me terminaba odiando, tomé una respiración profunda y con un empujoncito del xeneize, me encaminé a la larga mesa de catering.

Aproveché el momento para agarrar un sanguchito de miga y un juguito de manzana, ví que Dybala se estaba sirviendo ensalada en el plato con pollo y admiré su capacidad de hacer la vista gorda al hecho de que había pastel de papa y sanguchitos de miga en la mesa. Cosa que yo sin duda no podría hacer nunca.

Me aclaré la garganta y me mentalicé que si podía aprenderme libretos enteros en una semana, socializar con un extraño no sería tan tedioso como eso.

—Hola.

Paulo levantó la vista de la ensaladera y me miró, una sonrisa se estiró por su rostro y sus ojos se achinaron. Pensé que era lindo, y al parecer también era bastante buena gente. Yo probablemente habría corrido al ver a una loca con un sanguchito acercarse así.

—Hola, Agus.

Me quedé en blanco, ¿Cómo se suponía que seguía una conversación después de un "hola"? Por lo general yo solo saludaba y me iba para no quedar como una mal educada, y si tenía conversaciones era porque la otra persona las iniciaba.

Mire su plato de comida y solté la primer estupidez que se me ocurrió.

—¿Comes mucho pollo?

—¿Eh? Sí, sí. Me lo recetó el nutri, es fundamental para la dieta porque es proteína, viste.

Asentí con la cabeza para intentar parecer intelectual y escuché la risa lejana de Leandro, probablemente causada debido a la cara de incomodidad que tenía.

—Yo también como mucho pollo. Bueno, en milanesas —expliqué intentando seguir el hilo de la conversación—. Pero tu pollo se ve re tristón, parece pollo hervido pre empanada.

Paulo soltó una carcajada y asintió con la cabeza.

—Es verdad, pero por lo menos le ponen condimentos que lo hacen saber re rico aunque no se vea apetitoso, te lo recomiendo —dijo divertido y después me inspecciono rápidamente—. Me gustan tus zapatos.

Sonreí y mi respuesta fue automática.

—Ay, gracias. Igualmente.

Retiro lo dicho, yo ganaría el premio a la más tonta. No por el hecho de que no pudiera hablar bien, sino por el hecho de que en efecto, Paulo estaba en ojotas y por su expresión desfigurada no me la iba a dejar pasar esta vez.

—Ay, me está llamando Leandro —dije rápido.

—¿En serio? Yo no escuché nada.

—¿Ah, no? Entonces tenés que lavarte bien esos lindos oídos, dos o tres veces por semana —dije intentando hacerme la graciosa mientras retrocedía—. Nos vemos después.

Me di vuelta y rápidamente volví hacia Leandro, que se descostillaba de la risa.

Definitivamente aprender un libreto era más fácil que socializar.

Casi un ángel || PAULO DYBALA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora