Un hombre ingresó casualmente a una taberna. No había nada particular en esto, se trataba de una de las tantas tabernas que existían en el vasto oeste de 1867. Lo inusual era otra cosa. Una mujer se encontraba sentada de espaldas en la barra, vistiendo un sombrero negro de ala ancha, chaleco de cuero, camisa con mangas arremangadas, botas y (lo más importante) un cinturón con sus correspondientes funda y revólver. El atuendo estándar, podríamos decir. Y era la única persona en la taberna.
El hombre caminó lentamente hacia ella mientras la puerta se cerraba a su espalda, para finalmente sentarse a su lado
—¿Se le ofrece algo? —dijo ella sin hacer contacto visual mientras sostenía un pequeño vaso con whisky.
—¿Es usted Cassandra Smith?
La mujer dejó el vaso en la barra, esbozó una sonrisa, se giró en dirección al hombre y respondió:
—¿Es usted "El Loco"?
—Veo que me conoce.
—Bueno, señor, es difícil que no lo reconozcan con esas pintas que se trae.
Estaba en lo cierto. Nada llamaba la atención en la complexión del hombre y en principio su atuendo era similar al de su interlocutora, pero no pasaba lo mismo con los colores que lucía: llevaba el cabello y la barba azulados, así como guantes y pañuelo anaranjados. Una elección poco usual que la mayoría no se tomaría en serio, mas no era este el caso de Cassandra, quien le daba toda su atención.
—¿Dónde está su compañero? ¿Cómo es que le dicen? Ah, sí, ya recuerdo: "El Serio".
—No se encuentra disponible. Verá, no siempre estamos juntos.
—Es una pena, me hubiera gustado conocerlo —dijo la mujer con una sonrisa de satisfacción—. Pero en fin, ¿qué trae al gran mercenario Drash a otro triste pueblo de la frontera?
Drash meditó un momento cómo responder. El ambiente era tenso y todas las señales indicaban un posible conflicto, lo que si bien no hubiera sido extraño en un pueblo fronterizo, era algo que prefería evitar, pues pese a su apodo, no era su estilo que las cosas se salieran de control fácilmente. Le ocurría seguido, sí, pero no por su iniciativa. Antes de que pudiera pensar en una buena respuesta, sin embargo, Cassandra lo increpó con una nueva pregunta.
—Estás muy lejos de San Luis, ¿no, soldado? —preguntó de manera despectiva mientras apuraba lo que le quedaba de whisky.
Entendiendo la indirecta y notando que la mujer sabía mucho más sobre su persona que lo superficial, decidió ser directo.
—Creo que usted sabe bien qué es lo que hago en este lugar.
—Ilústreme, por favor. Para una pobre mujer como yo es difícil.
Era verdad que no le gustaba escalar conflictos, pero tampoco tenía paciencia para aquellos que lo tomaban como estúpido. Las indirectas descaradas o personas que obviamente fingían desconocimiento eran cosas que no toleraba. Esta actitud era lo que mucha veces terminaba metiéndole en problemas y le había generado una reputación en parte buena y en parte mala. Y por supuesto, su apodo.
—No creo que haga falta, señorita. Esta taberna ya lo ilustra muy bien: en su pueblo hay niños, ancianos y mujeres, pero ningún rastro de hombres —dijo con un tono molesto.
—¿Es usted acaso algún representante del Estado? Disculpe, no sabía que para nuestro gobierno este pueblo sin nombre era de vital importancia, pero si un ex-unitario lo dice, debe ser así —dijo Cassandra con un tono burlón—. Oh, disculpe, me confundí. Es usted tan sólo otro de los tantos hombres que busca no responder por acciones pasadas. Como entenderá, no creo que esté en posición de preguntarme nada.
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DICKRIDERS
ActionViejo Oeste, 1867, una amenaza desconocida se cierne sobre Estados Unidos, y solo un grupo particular y extraño de hombres con habilidades inauditas pueden hacerle frente, ellos son..., los DICKRIDERS.