ECOS DEL SILENCIO
El pasillo parece más largo de lo que imaginaba. Cada paso que doy resuena con fuerza, como si el eco quisiera recordarme lo sola que estoy aquí. Miro a mi alrededor, buscando desesperadamente una cara conocida, alguien que me haga sentir que no soy una extraña, pero no hay nadie. Solo rostros que pasan de largo, personas que ni siquiera notan mi existencia, cada una atrapada en su propio mundo, en sus propias preocupaciones.
Hace meses, pensé que estar aquí sería liberador, una oportunidad para empezar de nuevo, lejos de todo lo que me pesaba. Pero ahora, en este lugar que debería representar un nuevo comienzo, me siento más perdida que nunca. El silencio es ensordecedor, incluso en medio de todas estas voces. Ninguna es para mí. Cada palabra que flota en el aire se siente distante, como un murmullo que nunca logra alcanzarme.
Mis manos tiemblan, y hago lo posible por mantener la calma, pero la verdad es que me siento al borde de un precipicio. Me detengo un instante, apoyando mi espalda contra la fría pared del pasillo, intentando que el contacto me devuelva a la realidad. Daría cualquier cosa por escuchar la voz de mi madre, por un abrazo que siempre deseé, por un mensaje de mi padre que me recordara que siempre estaría ahí, aunque nunca lo dijo en voz alta. Pero, ¿qué voz podría llegar de quienes nunca estuvieron presentes? El recuerdo de sus borracheras y peleas se cierne sobre mí como una sombra que no puedo ignorar. Las palabras no pronunciadas resuenan en mi mente, y la ausencia de su apoyo se siente como un vacío inmenso, una caverna oscura donde las dudas y los miedos se agolpan.
Recuerdo los momentos en que solía tratar de llamar su atención. Las veces que me sentaba a la mesa, esperando que papá dejara su botella a un lado, que mamá apagase el televisor para escucharme. Pero lo único que recibía eran murmullos y gritos, la discusión de fondo cubriendo mis palabras. Aquellos días, sentía que cada intento de acercamiento se perdía en la niebla del alcohol y la desidia. Mi madre, tan distante, con la mirada perdida en sus pensamientos; mi padre, ausente en su propio mundo, incapaz de ver el daño que causaba.
Pero aquí, en este nuevo lugar, no hay espacio para esos recuerdos. O al menos eso me decía. Este entorno, lleno de promesas y nuevas experiencias, debería ser una hoja en blanco, una oportunidad para redibujar mi historia. Sin embargo, todo lo que siento es un anhelo profundo de conexión, de pertenencia. El bullicio a mi alrededor se convierte en un recordatorio constante de lo que me falta.
A medida que avanzo por el pasillo, el miedo comienza a tomar forma. No solo tengo miedo de estar sola, sino de serlo eternamente. El temor se apodera de mí, como un ladrón que me roba el aliento y me paraliza. Mi corazón late con fuerza, cada pulsación resonando en mi pecho como un tambor que retumba en un espacio vacío. Quiero correr, quiero escapar de esta sensación abrumadora, pero mis pies están anclados al suelo.
El pasillo parece alargarse aún más, como si las paredes se cerraran a mi alrededor. Me detengo frente a una ventana y miro hacia afuera. La ciudad está viva, llena de luces, colores y sonidos. Pero a pesar de la actividad, no siento que pertenezca a ella. Las personas pasan como sombras, ajenas a mi dolor y mis luchas. Me pregunto si alguna vez sentiré que encajo en este lugar, o si siempre seré un extraño, un observador silencioso de vidas ajenas.
Un grupo de jóvenes ríe a lo lejos, y la risa me golpea como una ola de nostalgia. Me recuerda a los días en que tenía amigos, cuando las risas eran parte de mi rutina diaria. Pero ahora, esas risas se sienten como ecos lejanos de un tiempo que ya no existe. Mis antiguas amistades se desvanecieron con el mismo impulso que me llevó a este nuevo país. ¿Dónde están ahora? ¿Acaso piensan en mí como yo pienso en ellos?
Tomo una respiración profunda, intentando calmar el torbellino emocional que amenaza con desbordarse. Miro de nuevo por la ventana, sintiendo cómo la brisa fresca acaricia mi rostro. Es un pequeño consuelo, una promesa de que, aunque me siento sola en este momento, el mundo sigue girando, y tal vez, con el tiempo, yo también pueda encontrar mi lugar en él.
Decido que no puedo quedarme aquí, atrapada en esta tristeza. Con cada paso que doy, me recordaré que tengo la fuerza para seguir adelante, para enfrentar lo desconocido. Este lugar no puede definirme; soy más que mis circunstancias. Con una determinación renovada, empiezo a caminar de nuevo, sin rumbo fijo, pero con la esperanza de que, en algún momento, encontraré lo que busco: un sentido de pertenencia, una razón para sonreír en este nuevo capítulo de mi vida.
Sigo caminando, dejando que el eco de mis pasos se convierta en una melodía de nuevo comienzo. Cada paso es una afirmación de que estoy aquí, que existo, y que, aunque ahora me sienta sola, el futuro está lleno de posibilidades. Con cada latido de mi corazón, siento que el cambio está a la vuelta de la esquina, esperando ser descubierto.
Quizás, en este nuevo capítulo, finalmente pueda encontrar el afecto que nunca tuve.
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Horizontes de Cambio
RomanceDicen que el verdadero valor de una nueva vida no radica en la ausencia del pasado, sino en la fuerza que encontramos para dejar nuestra huella en el presente.