Tengo miedo a morir

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Ohhh, tú, lector mío que siempre me entiende, hace tiempo que callo este sentimiento, y, por más que he tratado, soy incapaz de hallar la forma de expresarlo. He pensado que tal vez refugiándome entre las páginas que ahora lees hallaré perdón o salvación alguna, pero solo mi conciencia se salvará del agravio que se me hace. Si te soy sincero, tengo miedo.

El miedo es algo normal, más que un sentimiento, es un mecanismo de adaptación, una forma primitiva de supervivencia. Pero hoy temo a algo tan grande que con solo pensarlo tiemblo; tengo miedo a morir. ¿Cómo se supone que pueda vivir, si sé que luego me espera la muerte?

Hace días que no salgo de casa. Unos pájaros negros revolotean sobre el cielo de mi hogar, golpeando las ventanas y haciendo ruidos extraños. Las paredes de mi casa son tan endebles que siento que la más leve tormenta podrá tirarlas abajo. Tengo miedo de salir a la calle y que pueda ocurrirme algo. Veo a través de los ventanales como una figura sombría me observa. Desde aquí noto su gélido aliento, desde aquí siento ese beso sombrío que enaltece mis temores y desvanece mis esperanzas.

No sé andar, no tengo mano que me guíe y me ayude a afrontar ese frío que hay fuera mediante la calidad de sus abrazos; solo siento mis propios sollozos. Hace tiempo que estoy solo, pero recuerdo cuando era joven. Era atrevido y sincero, no temía salir, y, mucho menos, me preocupaba por terminar sobre mi lecho de muerte.

Ya repudio las flores, he estudiado mucho sobre ellas, y solo algunos ejemplares son lo suficientemente de mi agrado como para terminar siendo parte de mis arreglos florales. Me encantan esas rosas rojas, pero temo sus espinas. Veo su tallo tan espléndido, esos pétalos que crecen de manera furiosa y lucen como una corona salvaje y elegante, pero tengo miedo a envolverme entre sus hojas, buscar el olor entre esos pétalos y acabar ensartado con una de sus espinas. Es por eso que desde hace unos días dejé de regar las flores de mi ventana, y hoy ya están marchitas. Pero no solo ellas, la hierba en mi jardín también lo está.

Afuera de mi casa ya el césped es gris, escucho el lamento de los caracoles y las hormigas al transitar por él, y también oigo el zumbido quejumbroso de las abejas que no encuentran flor alguna en la que posarse. El viento ya rompe las ramas secas de afuera. Sé que le doy mucha lástima, pues lo escucho llorar afuera, pero a veces cuando no llora, me siento solo, no hay ruido alguno, pues ese silencio incómodo me abraza; el silencio es el llanto más triste.

No hace mucho leí en un libro de una madera muy especial, ni recuerdo bien su nombre, pero otra de las opciones favoritas es el ébano. Ya dejé una carta a los de la funeraria con las especificaciones de la caja, y, por supuesto, escogí el diseño, ya que como sé que moriré tan pronto, prefiero gastar este tiempo de espera e incertidumbre en hacer los arreglos adecuados. Pero ese pensamiento tan optimista no es más que una tapadera, un camuflaje para ese miedo incesante que siento, pues, aunque me cueste admitirlo, tengo demasiado miedo.

Escondí todos los cuchillos de mi hogar, cada objeto punzante que encuentre es objeto de mi magia de desaparición. Cualquiera podría entrar en mi casa y acabar conmigo haciendo uso de mis propios instrumentos. Motivo por el que tampoco mantengo relaciones sociales, no puedo esperar cosa buena alguna de las nefastas amistades, de esos traidores ocultos que seguramente se esconderán de mí al caminar para clavarme tremendo puñal o maldecirme con sus lenguas de serpientes. Pero no solo las personas, esas ratas inmundas que rondan mi casa, las veo salir en la noche, cuando la oscuridad reina, y las veo parlotear y planear mi muerte, por eso escondí las agujas y alfileres, pero no ha sido suficiente, aún se siguen reuniendo en el comedor de mi casa y planean mi muerte con detenimiento.

Mi madre me escribió ayer, hace mucho que no sé de ella ni de nadie, dice que necesitaba hablar conmigo, pues se encuentra en la misma situación que yo, pero no vino hoy, en su lugar hay alguien afuera, está tocando la puerta, pero no comprendo su idioma, dice cosas como que mi madre ha muerto, o que tengo que pagar algún tipo de factura, pero sus intenciones son nefastas, pues habla en la lengua de los insensibles, y esa no me la conozco. Pero ya hace un rato que paró, y su presencia en el exterior continúa, pero silenciosa.

Tengo miedo a morir, pero creo que ya no hay forma de salvarme, así que esto que haré será una forma de salvar mi conciencia, mientras que esto que escribo será una forma de legar la evidencia, pues cuando se enteren de mi muerte y lean lo que escribí, acusarán al culpable, los cielos pagarán por abandonarme en la desgracia y obligarme a ser miserable.

¿A quién se le ocurre que pueda vivir sabiendo que mi destino es la muerte? Me parece cruel, pero sé que alguien le hará pagar a esos fulanos por mi muerte, y a partir de ese entonces todos podremos vivir sin pensar en que moriremos, aunque lo malo será que nos aburriremos de tanto vivir, pues no niego que lo que le da sentido a una historia, siempre es el final. Por eso que escribo, acepto mis miedos a la muerte, acepto que me horroriza la naturaleza y el mal llamado ciclo de la vida, que a mis ojos es la espera de la muerte. Hoy es mi último día, pero para romper el hielo, dejaré el miedo a la muerte y hablaré con ella, pues en víspera del destino que me toca, no puedo esperar otra cosa que no sea morir, mas haciendo uso de la razón seré yo quien se acerque a ella, pues entre la muerte y yo, la primera palabra será la mía…

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Tengo miedo a morir; un brevísimo relato de ATX444Donde viven las historias. Descúbrelo ahora