Cap. 25

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"No me importa, da igual lo que haya hecho"

"No me importa, da igual lo que haya hecho"

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POV BECKY

Durante los próximos cuatro meses, intento recomponer las piezas de mi vida. Tras otro día más en el hospital de Bangkok, me dan el alta y puedo viajar a Illinois, a casa con mis padres. Dos agentes del FBI nos acompañan en el avión, los agentes Wilson y Bosovsky, que aprovechan el vuelo de veinticuatro horas para hacerme más preguntas. Los dos parecen frustrados porque, según sus bases de datos, Freen Sarocha no existe.

—¿No habías oído usar otros apodos? —pregunta el agente Bosovsky por tercera vez, después de que la consulta a la Interpol no haya obtenido resultados.

—No —digo pacientemente—. Solo la he conocido como Freen. Los terroristas la llamaban Sarocha.

La suposición de Nam sobre los hombres que nos secuestraron en la clínica de Freen era cierta: eran integrantes de una organización yihadista particularmente peligrosa llamada Al-Quadar. Al menos, eso había averiguado el FBI.

—Esto no tiene ni pies ni cabeza —dice el agente Wilson, a quien le tiemblan las mejillas de la frustración —. Alguien con tanta influencia tendría que haber aparecido en nuestro radar. Si era jefa de una organización ilegal que fabricaba y distribuía esas armas tan avanzadas, ¿cómo es posible que ni una sola agencia gubernamental esté al corriente de su existencia?

No sé qué decirle, así que me limito a encogerme de hombros. Los investigadores privados que contrataron mis padres tampoco pudieron encontrar nada sobre ella.

Mis padres y yo barajamos la posibilidad de contarle al FBI lo del dinero de Freen, pero al final decidimos no hacerlo. Revelar esta información a esas alturas hubiera puesto en peligro a mis padres y podría provocar que el FBI pensara que yo estaba compinchada con Freen. Al fin y al cabo, ¿qué secuestrador envía dinero a la familia de su víctima?

Cuando llegamos a casa, estoy hecha polvo. Estoy cansada de tener encima a mis padres y de que el FBI no deje de hacerme preguntas para las que no tengo respuesta. Y, sobre todo, estoy cansada de estar rodeada de tanta gente. Después de más de un año con un contacto humano mínimo, me abruma la multitud del aeropuerto

Mi habitación en casa de mis padres sigue prácticamente intacta.

—Siempre tuvimos la esperanza de que volverías — explica mi madre, exultante de felicidad. Sonrío y la abrazo antes de hacerla salir del cuarto. Ahora mismo solo quiero estar sola, porque no sé cuánto tiempo más podré mantener esta fachada de «normalidad».

Esa noche, mientras me estoy duchando en el cuarto de baño de mi infancia, por fin cedo al dolor y me echo llorar.
Dos semanas después de llegar a casa, me mudo de casa de mis padres. Ellos intentan persuadirme, pero yo los convenzo de que lo necesito, que tengo que estar sola y ser independiente. Pero, en realidad, por mucho que quiera a mis padres, no puedo estar con ellos las 24 horas del día. Ya no soy esa chica tranquila y despreocupada que recuerdan, y me resulta agotador fingir que aún lo soy.

Rosas y cenizas [freenbecky]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora