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Madara, como era de esperarse, no perdió el tiempo en formalizar su compromiso con Aisuru. Apenas unos días después de haberla proclamado su prometida en medio de la noche—sin pedir permiso, claro—ya hablaba de arreglos matrimoniales. Aisuru suspiraba con resignación. No es que no lo amara, claro que lo hacía, pero la intensidad con la que Madara se lanzaba a todo la dejaba sin aliento. Para colmo, ahora no solo Madara estaba orgulloso de tenerla como prometida, sino todo el clan Uchiha.

Claro, Aisuru era consciente de que el clan no compartía exactamente las mismas motivaciones que su amado prometido. Para ellos, ella no era solo la mujer que había conquistado el corazón del líder, sino un activo político invaluable. La unión entre los Uzumaki y los Uchiha llevaba tiempo siendo un sueño colectivo, algo que fortalecería ambos linajes. Y si algo valoraban los Uchiha por encima de todo, era el poder.

Los meses que siguieron vieron a la aldea prosperar como nunca antes. Más clanes se unían a Konoha, lo que significaba expansión, construcciones interminables, y un consejo de líderes cada vez más fuerte. Hashirama y Tobirama encabezaban el crecimiento, y Madara—siempre bajo su propio código—jugaba un papel clave en la consolidación del poder. Aisuru observaba todo desde su nueva posición privilegiada, aunque a veces sentía que los días se le escapaban demasiado rápido.

Un año pasó volando, y Aisuru había dejado de ser Aisuru Uzumaki para convertirse en Aisuru Uchiha. Vivir en la villa Uchiha junto a Madara le trajo un ritmo diferente a su vida, pero algo de su esencia rebelde permanecía intacto. Esa chispa que siempre lograba irritar a Madara con tan solo una frase, era su marca personal.

—o—


Una tarde tranquila, algo raro en su agitada rutina, ambos disfrutaban de un momento de paz en el patio trasero de la residencia. El sol estaba en su apogeo, y las hojas marchitas del otoño caían sobre el suelo tiñendolo de un rojo suave. Con una taza de té en la mano, Aisuru disfrutaba de esa calma tan poco común.

—¿Te acuerdas de lo que te dije la primera vez que nos conocimos? —preguntó de repente, su mirada perdida en los pétalos que caían suavemente desde los árboles.

Madara, quien estaba tomando un sorbo de té, la miró de reojo. Claro que lo recordaba, ese momento en particular lo tenía grabado en la memoria. La pequeña con cara de tomate que había irrumpido en su vida de forma tan audaz.

—¿Te refieres a cuando me dijiste que serías mi esposa y llenarías mi vacío con amor? —respondió Madara, con ese tono grave que hacía que cualquier comentario sonara como una sentencia.

Aisuru sonrió con sorpresa. No esperaba que lo recordara con tanta precisión.

—No pensé que lo recordarías —dijo con un toque de sarcasmo—. Pero parece que he cumplido mi promesa. Mírate, casado conmigo, y ese vacío… bueno, al menos ya no eres el lobo solitario que conocí en ese claro del bosque.

Madara bajó la taza de té y la observó con detenimiento, como si estuviera decidiendo su próximo movimiento. Su mirada tenía ese brillo familiar de desafío, uno que Aisuru conocía muy bien.

—Eso está por verse —respondió con una media sonrisa—. Mi vacío puede ser más profundo de lo que crees. Todavía queda mucho espacio por llenar.

Aisuru rodó los ojos, pero no pudo evitar reír.

—¿En serio? ¿Me vas a decir eso después de la tormenta que causaste anoche? —replicó, levantando una ceja con una mezcla de incredulidad y diversión—. Creo que tú eres el que necesita más espacio para respirar.

El Uchiha dejó escapar una ligera sonrisa, algo que rara vez mostraba, pero que siempre lograba descolocar a Aisuru.

—Siempre me haces hablar de más —admitió con un suspiro teatral.

—Solo digo la verdad —dijo Aisuru encogiéndose de hombros—. Además, me divierte verte hacer esfuerzos por no admitir que me adoras.

—¿Adorarte? —El azabache arqueó una ceja, fingiendo ofensa, aunque estaba claro que seguía el juego—. No te confundas. Te tolero, que no es lo mismo.

Aisuru se inclinó hacia él, apoyando los codos en la mesa, con esa mirada desafiante que siempre lograba encender algo en él.

—Vamos, Madara. Sabes que no puedes resistirte a mí —dijo con un tono juguetón—. Por eso estás aquí, casado conmigo, tomando té en lugar de entrenar a los muchachos o planear tu próxima gran conquista.

Madara soltó una pequeña carcajada, un sonido raro y profundo que Aisuru encontraba fascinante.

—Tienes demasiada confianza en ti misma, mujer —dijo, recostándose en su silla pero sin apartar la mirada de ella.

—Y tú en tus estrategias, pero aquí estoy, ¿o no? —Aisuru sonrió con sarcasmo—. Casada contigo, sentada en la villa Uchiha, y tú no puedes pasar un día sin recordarme que te pertenezco. ¿No suena eso a que he ganado?

Madara la observó en silencio, evaluando sus palabras. Finalmente, asintió con una ligera sonrisa, pero no sin antes darle su propio giro.

—Quizás tengas razón —admitió, aunque su tono mantenía esa intensidad característica—. Pero recuerda, Aisuru, que aunque creas que ganaste, siempre serás mía. Y eso, de alguna manera, me convierte en el verdadero vencedor.

Aisuru sonrió ante la familiar arrogancia de su esposo, que ya le resultaba entrañable.

—Como quieras, Uchiha —dijo, tomando otro sorbo de té con aire despreocupado—. Mientras sigas aquí, creo que ambos hemos ganado.

Madara permitió que una sonrisa ligera cruzara su rostro antes de volver a concentrarse en su té. En esa tarde tranquila, ambos sabían que habían alcanzado algo que pocos en su posición podían tener: un equilibrio entre poder, afecto y desafío, algo único entre ellos dos.

𝗥𝗼𝗷𝗼 𝗘𝘀𝗰𝗮𝗿𝗹𝗮𝘁𝗮 〞 完了。 (   𝙈𝙖𝙙𝙖𝙧𝙖 ; 𝙏𝙤𝙗𝙞𝙧𝙖𝙢𝙖.  )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora