Capitulo 1

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En la aldea de Konoha, la mañana era tranquila, y los estudiantes de la Academia Ninja estaban más ansiosos que de costumbre. Era el día del examen de graduación, el día que definiría su futuro como shinobis. Los jóvenes estaban alineados en una habitación iluminada, intercambiando miradas nerviosas mientras un ninja veterano con una profunda cicatriz en su rostro los llamaba uno a uno.
—¡Siguiente! —gritó con voz ronca, observando cómo un muchacho de cabellos castaños avanzaba tembloroso hacia el centro de la sala.
La atmósfera estaba cargada de expectativa. Un aire de tensión y esperanza invadía a cada estudiante, que esperaba ser llamado en cualquier momento. Algunos apretaban sus puños con nerviosismo, otros miraban al frente con determinación.
De repente, justo antes de que el siguiente nombre fuese pronunciado, un destello cegador llenó la habitación. La luz se expandió, atravesando no solo la academia, sino cada rincón de Konoha. En cuestión de segundos, la luz cubrió las cinco grandes naciones ninjas, envolviendo a todos sus habitantes en una sensación extraña e inquietante.
Un hombre de piel oscura, musculoso y con una barba dorada, miró a su alrededor confundido. Ya no estaba en la Torre del Raikage, ni en su oficina revisando informes militares. Se encontraba en una vasta sala desconocida, rodeado de figuras que le eran familiares pero que, en ese momento, parecían tan desconcertadas como él.
—¿Dónde diablos estamos? —gruñó con su característica voz autoritaria, cruzando los brazos sobre su amplio pecho.
No muy lejos de él, una mujer de largos cabellos rojos y ojos penetrantes observaba su entorno con el ceño fruncido, sus manos lentamente formando sellos en preparación para cualquier amenaza.
—Esto no es obra de ninguna aldea —dijo Mei Terumi, la Mizukage, con una mirada afilada como cuchillas—. Pero alguien nos ha traído aquí, eso es seguro.
—¡Esto huele a las manipulaciones de Konoha! —rugió Onoki, el anciano Tsuchikage, alzando un puño tembloroso por la ira.
El Hokage de Konoha, Hiruzen Sarutobi, permanecía en silencio, su rostro era una máscara de serenidad, pero sus ojos danzaban de un lado a otro, intentando analizar la situación. Su mente procesaba múltiples posibilidades a la vez, buscando cualquier explicación lógica para lo que estaba ocurriendo.
—Les aseguro que Konoha no está involucrada —dijo Hiruzen con su tono calmo, aunque firme. Sabía que cualquier señal de debilidad en ese momento podría provocar un conflicto innecesario entre los líderes presentes.
Antes de que se pudieran lanzar más acusaciones, una voz desconocida y potente resonó en toda la sala, haciendo que todos los presentes se quedaran inmóviles.
—Tienen razón, Hokage. Ustedes no causaron esto. Yo los traje aquí —la voz era neutral, desprovista de emoción, pero con un toque de autoridad incuestionable.
Todos en la sala buscaron el origen de la voz, pero no encontraron nada. Era como si la voz estuviera en todas partes y en ninguna al mismo tiempo.
—¿Quién eres y por qué nos has traído aquí? —exigió el Raikage, dando un paso adelante con su mano lista para desatar su relámpago.
—No es necesario que sepan mi identidad por ahora. Lo que importa es lo que van a ver —respondió la voz, sin inmutarse ante la amenaza.
Mei Terumi entrecerró los ojos, tratando de ocultar su impaciencia. Su mente estaba a la vez alerta y curiosa. Había algo en esa situación que no encajaba con las típicas amenazas a las que estaban acostumbrados.
—¿Ver? —preguntó Tsunade, la legendaria sanin, que había estado observando con atención—. ¿De qué hablas?
—Miren la pantalla —respondió la voz.
Frente a ellos, una gigantesca pantalla translúcida apareció en el aire. Todos los presentes, Kages, jounin, y civiles que también habían sido transportados a ese lugar, dirigieron su atención hacia la pantalla.
En la pantalla, el paisaje que apareció era sombrío. Un pueblo estaba envuelto en llamas, casas destruidas, árboles arrancados de raíz. La devastación era total. Las calles estaban llenas de escombros, y el sonido de los gritos desesperados llenaba el aire mientras los aldeanos corrían en todas direcciones, tratando de escapar de la inminente muerte.
El cielo estaba teñido de rojo por el fuego, y los gritos de dolor y súplicas de clemencia se mezclaban con el crepitar de las llamas. Hombres, mujeres y niños huían, sus rostros desfigurados por el miedo y el horror.
Caminando en medio del caos, un joven de cabello blanco avanzaba lentamente. Su paso era tranquilo, casi despreocupado, mientras el desastre se desataba a su alrededor. Su mirada fría observaba la destrucción sin emoción alguna, como si no sintiera empatía ni compasión por las vidas perdidas.
Un hombre, cubierto de sangre y con una herida profunda en el abdomen, se levantó con dificultad frente al joven. Su rostro estaba deformado por el dolor, pero había odio en sus ojos.
—¡Te mataré! —gritó con una voz desgarrada mientras alzaba una espada con temblorosas manos.
El joven de cabello blanco lo miró por un momento, y luego sonrió levemente. No era una sonrisa de burla, sino más bien de resignación.
—Siempre dicen lo mismo —respondió con una voz suave pero firme, mientras su mirada se volvía aún más fría.
En un instante, los ojos del joven cambiaron. De un azul brillante, se tornaron en un rojo profundo, irradiando un poder oscuro y opresivo.
—Déjame enseñarte lo que es el verdadero poder... —dijo mientras levantaba la mano hacia el hombre—. ¡Expansión de dominio!
El aire a su alrededor se distorsionó, y una cúpula invisible cubrió el área. El hombre que había levantado su espada apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que todo su entorno se disolviera en la nada.
Los gritos cesaron. El silencio absoluto invadió la escena.
Fuera de la pantalla, los Kages y ninjas de las distintas aldeas observaban en completo silencio, impactados por lo que acababan de presenciar. La técnica del joven era completamente desconocida, pero su efecto era innegable. Nadie en la pantalla había sobrevivido.
—Qué horror... —murmuró un civil, su rostro pálido y lleno de miedo.
Itachi Uchiha, que había permanecido en silencio durante todo el tiempo, entrecerró los ojos al ver la técnica utilizada. Un leve brillo de sudor apareció en su frente, algo que rara vez mostraba.
—¿Expansión de dominio...? —murmuró Itachi para sí mismo—. Nunca había oído de una técnica así...
Los murmullos comenzaron a llenar la sala. Incluso los Kages, que eran conocidos por su dominio en el combate, estaban desconcertados por lo que habían visto.
—Ese niño... —dijo el Raikage, con voz ronca—. ¿Quién es él?
El Hokage, Hiruzen Sarutobi, no apartaba la vista de la pantalla. Sus pensamientos giraban en torno a la figura del joven. Sabía que había algo familiar en él, pero no podía precisar qué era.
La pantalla mostró al joven de cabello blanco caminando entre las ruinas. A sus pies yacían cuerpos, destruidos por su técnica. La destrucción a su alrededor era absoluta. El suelo estaba quemado, el aire era pesado, y nada parecía haber sobrevivido.
El joven llegó a un acantilado que daba al océano. El viento azotaba su cabello, y por un momento pareció que estaba solo, en silencio, contemplando el horizonte.
—No hay salvación... —susurró para sí mismo, con una voz que parecía cargada de resignación—. Todo lo que construyeron se derrumbará. Fuiste un idiota, Yondaime, al confiar en ellos. Dejar a un niño solo entre lobos, cargarlo con ese peso... ¿Qué esperabas que sucediera?
Fuera de la pantalla, Minato Namikaze, el Cuarto Hokage, apretó los puños. Reconocía la voz del joven, aunque había cambiado. Y las palabras... cada una de ellas resonaba profundamente en su corazón.
—Eso no puede ser... —murmuró Minato, sintiendo una profunda angustia crecer en su pecho.
En la pantalla, el joven de cabello blanco continuaba hablando consigo mismo, como si se dirigiera a alguien invisible.
—Convertiste a un niño en el carcelero de la bestia. Lo dejaste solo, mientras todos lo odiaban... Lo hiciste por el bien de la aldea, ¿verdad? —preguntó el joven, dejando escapar una risa amarga—. Así es como pagan el sacrificio de mis padres... pero esto no terminará bien para ellos.
Minato y Kushina, observando desde fuera de la pantalla, se miraron con angustia. Las palabras del joven golpeaban sus corazones como martillazos. Minato sentía que su mundo se tambaleaba al escuchar cada palabra.
Kushina, quien hasta ese momento había mantenido su compostura, dejó que las lágrimas rodaran por sus mejillas. La ira mezclada con la tristeza ardía en su interior.
—¿Cómo pudimos...? —susurró Kushina, con la voz quebrada—. ¿Cómo le hicimos esto a nuestro hijo?
Tobirama, el Segundo Hokage, frunció el ceño al escuchar la confesión del joven en la pantalla. Mito Uzumaki, la primera jinchuriki de Kurama, cerró los ojos en señal de dolor al reconocer lo que el niño decía. Entendía mejor que nadie el peso de ser un jinchuriki.
—Así que eso es lo que encontraron en nuestra sangre... —murmuró Mito, mirando con tristeza el sufrimiento que había causado la responsabilidad que le impusieron a Naruto.
La voz misteriosa que los había traído a esa dimensión habló una vez más, interrumpiendo sus pensamientos.
—Naruto ha descubierto su verdadero potencial, uno que ni siquiera el Sabio de los Seis Caminos fue capaz de alcanzar.
El shock fue palpable. Ninguno de los presentes, ni siquiera los más poderosos, podían imaginarse tal cosa. La idea de que un simple niño pudiera haber alcanzado un poder tan vasto y peligroso era impensable.
Minato y Kushina intercambiaron una mirada de absoluto asombro, mientras la incertidumbre los invadía.
Antes de que la pantalla se apagara, una última imagen apareció: Naruto, de cabello blanco, de pie frente a un grupo de trece figuras arrodilladas ante él.
Las figuras que se arrodillaban vestían ropajes negros con patrones rojos, y todos tenían el rostro cubierto por máscaras.
—Él los castigará —dijo una figura en la audiencia, con la voz grave y sombría. Era un ninja de la aldea de la Niebla. Al ver la escena, había comprendido que la aldea oculta de Konoha sería juzgada por los errores cometidos contra su propio hijo.
Minato y Kushina seguían observando, inmóviles y silenciosos. No sabían qué pensar. ¿Este era realmente su hijo? ¿El niño que había nacido de su amor y a quien ambos habían sacrificado todo por proteger?
—¿Qué les parece lo que han visto hasta ahora? —preguntó la voz.
Minato se adelantó, su voz quebrada por la culpa y el dolor.
—¿Es verdad todo lo que dijo mi hijo? —preguntó Minato, con un hilo de esperanza de que, de alguna manera, todo esto no fuera real.
La voz respondió sin vacilar.
—Sí. Naruto ha dicho la verdad.
Un silencio sepulcral invadió la sala. Los murmullos se apagaron. La magnitud de las palabras resonó en todos los presentes. Konoha había fallado a su hijo, y las consecuencias de ese fracaso estaban comenzando a desplegarse ante sus ojos.
El Hokage, Hiruzen Sarutobi, cerró los ojos, sabiendo que lo que vendría a continuación no sería agradable.
Un miembro del consejo civil de Konoha, un hombre arrogante con una túnica ceremonial, dio un paso adelante, incapaz de contener su ira.
—¡Esto es un montaje! —exclamó el consejero civil de Konoha, su voz resonando en la vasta sala—. ¡Este niño no es más que una herramienta! ¡No deberíamos sentir remordimientos por lo que hemos hecho! ¡Todo fue por el bien de la aldea!
Su voz temblaba con una mezcla de furia y desesperación. Era evidente que no estaba dispuesto a aceptar lo que acababa de ver, ni mucho menos admitir la culpabilidad de Konoha.
—¿Una herramienta, dices? —La voz misteriosa que los había traído a esa dimensión sonó de nuevo, esta vez con un tono claramente despectivo—. Si eso es lo que piensan de Naruto, entonces todo lo que verán a partir de ahora tendrá aún más peso.
De repente, la sala se oscureció nuevamente, y en la pantalla apareció otra escena, más íntima, más cercana. Los Kages y ninjas observaban en silencio, sus miradas fijas en la pantalla que ahora mostraba a un joven Naruto, de apenas seis años. Estaba solo, caminando por una calle vacía de Konoha. Era de noche, y su pequeña figura apenas se distinguía bajo la tenue luz de las farolas.
Naruto se abrazaba a sí mismo, con la cabeza agachada, mientras avanzaba con pasos vacilantes. Su ropa estaba sucia y desgastada, y su rostro mostraba señales de haber llorado.
—Esto es lo que llamas proteger la aldea, ¿verdad? —continuó la voz misteriosa, mientras la escena se desarrollaba—. Un niño abandonado, rechazado por todos, sin amigos ni familia. Este es el futuro que decidieron para él.
Naruto, en la pantalla, se detuvo frente a una tienda, observando a través de la ventana a una familia que cenaba junta. Los ojos del pequeño brillaban de tristeza y envidia. Apretó los puños, sus pequeños labios temblaban mientras contenía las lágrimas.
—Mamá... papá... —susurró en un tono apenas audible, como si implorara a los fantasmas de sus padres que vinieran a rescatarlo. Pero el silencio fue la única respuesta que recibió.
La escena era desgarradora. Los presentes en la sala se removieron incómodos. Incluso aquellos que no estaban directamente relacionados con Konoha sintieron un nudo formarse en sus gargantas. La crudeza de la soledad de Naruto era palpable.
Kushina, que hasta ese momento había intentado contenerse, rompió en llanto. Minato la rodeó con sus brazos, pero él mismo estaba luchando por mantener la compostura. Sabía que había fallado. No solo como Hokage, sino como padre.
—¡Basta! —gritó el consejero civil de Konoha, dando un paso al frente, su rostro rojo de ira—. ¡No es más que un niño! ¡El destino de la aldea es más importante que los sentimientos de un mocoso!
El Raikage lo observó con desprecio. La dureza en sus ojos reflejaba su propia experiencia con sacrificios, pero lo que estaba presenciando ahora era diferente. Esto no era un sacrificio noble por el bien mayor, era un abuso.
—¿Así es como tratáis a vuestros héroes en Konoha? —dijo A, el Raikage, con una mezcla de furia y desdén—. Si esto es lo que hacéis con alguien que ha salvado la vida de todos, entonces vuestra aldea no es más que un nido de víboras.
Hiruzen Sarutobi, el Tercer Hokage, se adelantó con un gesto solemne. Sabía que la responsabilidad recaía sobre sus hombros.
—Asumo toda la culpa —dijo en voz baja, sus palabras pesadas por la carga de su arrepentimiento—. Fallé en mi deber de protegerlo, tanto como Hokage como amigo de sus padres.
Los murmullos en la sala aumentaron. Algunos veían al Hokage con simpatía, comprendiendo el peso de sus responsabilidades. Otros, como Onoki, el Tsuchikage, lo observaban con frialdad.
—Tu arrepentimiento llega demasiado tarde, Sarutobi —dijo Onoki, con una voz seca—. Los daños ya están hechos. Este chico... Naruto, es una consecuencia de las decisiones que tomaste tú y tu consejo.
Mei Terumi, la Mizukage, se mantuvo en silencio, sus ojos verdes contemplaban la escena con cautela. Había algo en todo esto que la inquietaba profundamente.
—Este niño... Naruto —dijo finalmente, rompiendo su silencio—. Es evidente que ha sufrido, pero ¿qué le ha hecho llegar a ser lo que vimos antes en la pantalla? La persona que destruyó todo sin dudar. ¿Qué lo cambió?
La voz misteriosa se hizo presente de nuevo.
—Verán la respuesta pronto —respondió enigmáticamente—. Pero antes, deben entender que el Naruto que vieron no es solo el resultado de su propio sufrimiento. Es la consecuencia de la traición, de las mentiras, y del peso de un legado que nunca pidió cargar.
La pantalla cambió una vez más. Esta vez mostraba a Naruto, unos años mayor, corriendo por las calles de Konoha, mientras un grupo de niños lo perseguía, arrojándole piedras y gritando insultos.
—¡Monstruo! —gritaban—. ¡Asesino!
Naruto, con una mezcla de miedo y tristeza en sus ojos, continuaba corriendo, pero tropezó y cayó al suelo. Los niños lo rodearon, formando un círculo, riendo y lanzándole más piedras.
—¡Deberías morir como tus padres! —gritó uno de los niños, sus palabras atravesaron a Naruto como dagas.
Naruto cerró los ojos, tratando de bloquear el dolor, tanto físico como emocional. El odio de los aldeanos, de los niños, era un peso constante sobre sus hombros. Y no sabía por qué.
—La verdad fue ocultada deliberadamente —continuó la voz—. La existencia de Kurama, el Zorro de Nueve Colas, dentro de Naruto fue un secreto guardado celosamente, pero los rumores siempre se filtran. Y Konoha, en su ignorancia, eligió culpar al niño por los pecados del pasado.
Minato, al escuchar esas palabras, sintió como su corazón se rompía un poco más. Había confiado en Konoha para cuidar a su hijo, pero ahora veía con claridad que había sido una decisión trágicamente equivocada.
—No solo lo abandonaron —prosiguió la voz—. Lo convirtieron en el chivo expiatorio de todos sus miedos y resentimientos. Y cuando llegó el momento de decidir, en lugar de darle la mano, eligieron señalarlo.
Una nueva escena apareció en la pantalla. Naruto, ahora mayor, estaba parado frente al monumento de los Hokages, mirando la imagen de su padre sin saber que era él.
—Nunca entendí por qué me odian —murmuró Naruto, hablando con la imagen esculpida en piedra—. Siempre pensé que, si me esforzaba lo suficiente, si me convertía en Hokage, podrían verme de otra manera... Pero ahora... ya no lo sé.
La soledad y la desesperanza en su voz eran evidentes. Naruto estaba al borde de rendirse, de dejar de luchar por la aceptación que nunca llegaba.
La escena en la pantalla continuaba, mostrando a Naruto mientras miraba la montaña de los Hokages, con su rostro endurecido por la soledad y el rechazo.
—No quiero ser Hokage para proteger a los que me odian —continuó Naruto en voz baja—. Quiero serlo para demostrarles que estaban equivocados, para que me vean como algo más que un monstruo.
Mientras la imagen del joven Naruto seguía mirando el monumento, una sombra apareció detrás de él: era Jiraiya, su maestro, observándolo con preocupación. La pantalla mostró cómo Naruto y Jiraiya comenzaron a entrenar juntos, cómo el sabio ermitaño intentaba enseñarle el poder del Rasengan y guiarlo en su control de Kurama.
Pero lo que los presentes en la sala no sabían era que, aunque Jiraiya le había dado a Naruto algunas enseñanzas, no estaba presente cuando más lo necesitaba. La imagen se desvaneció y apareció una nueva escena, mostrando a Naruto, solo de nuevo, enfrentándose a un grupo de aldeanos que lo miraban con desprecio.
—¡Aléjate de aquí, demonio! —gritó uno de ellos, sosteniendo una antorcha—. ¡No eres bienvenido!
Naruto, cansado y herido, no intentó defenderse. Sabía que cualquier cosa que dijera o hiciera solo empeoraría las cosas. Se giró y caminó en dirección opuesta, soportando el dolor del rechazo una vez más.
Fuera de la pantalla, las miradas de los Kages y los ninjas presentes se volvieron más tensas. Incluso aquellos que no formaban parte de Konoha se sentían incómodos. Era claro que Naruto había sido condenado desde el principio, sin importar lo que hiciera.
—La traición que sufrió Naruto no fue solo a manos de los aldeanos —continuó la voz misteriosa, resonando en la sala—. Fue traicionado por aquellos que debían protegerlo, por aquellos que tenían el poder de cambiar su destino.
Kakashi, quien hasta ese momento había permanecido en silencio, bajó la cabeza, avergonzado. Había sido asignado como el sensei de Naruto, pero sabía que nunca estuvo verdaderamente a su lado cuando el joven más lo necesitaba. Jiraiya también se sentía inquieto. Aunque había entrenado a Naruto, nunca le había brindado el consuelo de una verdadera figura paterna.
—¿De qué sirve el poder si te dejan solo? —dijo Naruto en la pantalla, hablando consigo mismo en una noche oscura—. Si la aldea solo ve en mí a un monstruo, entonces quizás... quizás es lo que debería ser.
Estas palabras provocaron una reacción inmediata en Kushina, quien dejó escapar un sollozo ahogado al escuchar el dolor en la voz de su hijo. Minato, por su parte, apretó los puños con fuerza. Sentía una ira creciente, no solo hacia la aldea que había jurado proteger, sino también hacia sí mismo por no haber estado allí para su hijo.
De repente, la pantalla mostró un cambio radical. Naruto, aún más mayor, caminaba a través de una vasta extensión de tierra arrasada. Estaba completamente solo, y su mirada era fría, casi vacía. El paisaje era una representación física de la destrucción que sentía en su interior.
—¿Es este el Naruto que hemos creado? —preguntó Tsunade, rompiendo el silencio en la sala, con una mezcla de preocupación y tristeza en su voz.
La pantalla mostró cómo Naruto comenzó a descubrir su verdadero poder. Un día, mientras entrenaba solo en las montañas, Kurama, el Zorro de Nueve Colas, habló con él de una manera diferente. Ya no lo insultaba ni intentaba controlarlo, sino que parecía intrigado por la creciente ira y determinación del joven.
—Tu odio... tu resentimiento... —dijo Kurama, con una sonrisa—. Todo eso te hace más fuerte, más poderoso. Lo veo en tus ojos.
Naruto no respondió de inmediato. Estaba luchando internamente, tratando de comprender si debía seguir el camino que lo alejaba de sus propios ideales o mantenerse fiel a lo que le habían enseñado.
—No quiero depender de ti —dijo finalmente, con una voz baja pero firme—. No seré un simple recipiente para tu poder.
Kurama soltó una carcajada, profunda y retumbante.
—Eso no tiene importancia. Lo que tienes dentro de ti es mucho más que yo, mucho más de lo que este mundo ha visto. Tienes un poder en tu sangre, un legado que ni siquiera el Sabio de los Seis Caminos pudo tocar.
Los ojos de Naruto brillaron, no de asombro, sino de desafío. Desde ese momento, comenzó a profundizar en sus propios poderes, en su linaje, descubriendo capacidades que no sabía que poseía. A través de un arduo entrenamiento, logró dominar no solo la energía de Kurama, sino también habilidades que provenían de su herencia Uzumaki y Namikaze.
El Naruto que habían conocido hasta ahora estaba cambiando, evolucionando en algo mucho más peligroso.
La pantalla se oscureció nuevamente y mostró una escena de destrucción. Konoha, la orgullosa aldea de la hoja, estaba en ruinas. Los edificios que una vez representaron el orgullo de los ninjas se habían derrumbado. El cielo estaba cubierto de humo y cenizas, y los gritos de los supervivientes resonaban a lo lejos.
En medio de esa destrucción, Naruto se mantenía de pie, con el cabello blanco y su mirada vacía, observando el caos que había causado.
—¿Es esto lo que querían de mí? —preguntó con voz áspera, casi inaudible, mientras miraba a su alrededor—. Si soy un monstruo, entonces les daré lo que desean.
Aquellos que lo rodeaban, las trece figuras arrodilladas ante él, eran sus seguidores, aquellos que lo habían aceptado por lo que era y lo que representaba. No lo veían como un monstruo, sino como un salvador, alguien que cambiaría el destino de los ninjas para siempre.
—Konoha pagará por lo que me hicieron —dijo Naruto, su voz llena de una calma perturbadora—. No dejaré piedra sobre piedra hasta que todo lo que quede de esta aldea sean sus cenizas.
Fuera de la pantalla, los presentes quedaron en silencio absoluto. Incluso los más duros entre ellos, como Onoki y A, no podían encontrar palabras para describir lo que acababan de presenciar. La destrucción total de Konoha, el odio que Naruto había acumulado durante años de abuso, rechazo y traición, finalmente había encontrado una vía de escape.
Kushina, incapaz de contenerse más, gritó en agonía, mientras Minato cerraba los ojos, incapaz de enfrentarse a la realidad de lo que su hijo había llegado a ser.
—Nosotros lo creamos —dijo finalmente, con la voz rota—. Konoha hizo esto... y yo fui parte de ello.
se adelantó, con una expresión de profundo pesar. Había sido uno de los que más cerca estuvo de Naruto, pero incluso él sabía que había fallado en ser el mentor y protector que necesitaba.
—Yo... también tengo parte de culpa —dijo Kakashi en voz baja—. Siempre vi el potencial en Naruto, pero nunca hice lo suficiente. Me quedé en la distancia, observando, sin intervenir cuando más lo necesitaba.
La tensión en la sala aumentaba con cada revelación. Los Kages, los ninjas y los civiles, todos parecían atrapados en una red de arrepentimientos, mientras la verdad sobre el pasado de Naruto salía a la luz de forma desgarradora.
De repente, la voz misteriosa habló una vez más, esta vez con un tono aún más sombrío.
—El Naruto que han visto es solo uno de los muchos posibles. Pero lo que está por venir... será una encrucijada para todos ustedes. Ahora comenzamos a ver el multiverso de Naruto.
La sala quedó en silencio absoluto. Nadie entendía del todo a qué se refería la voz, pero lo que estaba claro era que lo que habían visto hasta ahora solo era el comienzo. Las realidades alternativas, los posibles futuros, todos comenzaban a entrelazarse, mostrando un destino incierto para Naruto y para todo el mundo ninja.
El multiverso se desplegaba frente a ellos, y lo que vieron a continuación los dejaría sin aliento.

El Naruverso Revelado: Reacciones, Decisiones y Mundos en CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora