Prólogo

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Lara Cave:

La escuela nunca me agradó. Cada día era una repetición monótona, un ciclo que parecía no tener fin. Pero el día que la vi a ella, todo cambió. Fue como si el universo hubiera decidido dar un giro, y de repente, mi mundo —mi pequeño y aburrido mundo— se llenó de color. No sabía cómo, no sabía por qué, pero Elizabeth Cliff era diferente. Ella era el caos que mi vida tranquila necesitaba, la chispa que iluminó mis días grises, y aunque no lo sabía entonces, mi vida estaba a punto de dar un giro enorme.

Antes de que ella apareciera, ya estaba enfrentando algo que ni siquiera podía entender del todo. Mis padres habían comenzado a sospechar que algo en mí era diferente. Hubo un día en que mi madre me miró de esa forma inquisitiva, como si estuviera intentando descubrir un secreto que yo misma aún no comprendía. '¿Te gustan las chicas?' me preguntó con una completa seriedad, pero que escondía la preocupación y el juicio que temía encontrar. Me apresuré a negarlo, convencida de que era solo una idea equivocada suya, un malentendido de mis propios sentimientos. Porque en ese momento, todavía creía que me gustaban los chicos. O al menos, quería creerlo. Pero entonces llegó Elizabeth, y con ella, todas las certezas que creía tener se desvanecieron.

Recuerdo la primera vez que la vi. Su cabello castaño, algo oscuro, caía en ondas suaves, reflejando la luz de una manera que lo hacía brillar como si cada hebra estuviera tejida con la calidez del sol. Su sonrisa, esa encantadora y traviesa sonrisa, tenía el poder de desarmarme con un solo vistazo. Y sus ojos... Dios, sus ojos. Eran de un marrón oscuro, pero para mí, siempre brillaban como si guardaran todas las estrellas del universo. Cada vez que ella me miraba, aunque fuera solo por un segundo, sentía como si mi corazón se detuviera para luego latir con una fuerza que me asustaba. Su forma de caminar, tan segura y despreocupada, parecía desafiar al mundo; y la manera en que hablaba, cada palabra era una melodía que yo quería escuchar una y otra vez. Hasta su forma de vestir, siempre elegante, siempre fascinante, reflejaba la esencia de quien era: alguien tan increíblemente bella como misteriosa.

Y su risa... ah, su risa era simplemente un sonido que encantaba. Cada vez que reía, era como si el mundo a su alrededor se iluminara, y su voz, tan suave y melodiosa, me atrapaba y me hacía querer quedarme en ese momento para siempre.

Sin embargo, no todo sería fácil. Había un nudo en mi historia que pronto tendría que desatar. Mi corazón se debatía entre la emoción y el miedo. Elizabeth, con su encanto inigualable, parecía ser la persona que siempre había anhelado, pero desde el principio, ella parecía dudar, como si una parte de ella no quisiera dejarse llevar. Mientras yo, con claridad y determinación, aceptaba mis sentimientos, anhelaba que ella también pudiera ver lo hermoso de lo que podíamos ser. Era una búsqueda de un amor utópico, donde cada mirada y sonrisa prometían un futuro lleno de posibilidades, pero me encontraba esforzándome al máximo para ganarme su amor en medio de nuestras dificultades.

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