El Raval

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La mañana siguiente me recibió con la cálida luz del sol que se filtraba por la ventana, un recordatorio de que estaba en Barcelona. El aire fresco de la ciudad, cargado con el inconfundible aroma a pan recién horneado que provenía de alguna panadería cercana, despertaba en mí una sensación de familiaridad. Mientras me estiraba en la cama, el entusiasmo del día anterior seguía palpitando en mi pecho. Barcelona, con sus misterios y encantos, empezaba a convertirse en algo más que mi destino temporal; la ciudad comenzaba a deslizarse bajo mi piel, transformándose en una especie de refugio, un nuevo hogar lleno de posibilidades.

Me vestí apresuradamente, incapaz de contener la urgencia de explorar El Raval, el barrio donde se encontraba el café que Christian había mencionado con cierto aire de nostalgia. Imaginé cómo sería sentarme junto a él en una de esas mesas, compartiendo no solo risas, sino también esas historias no contadas que parecían flotar entre nosotros como un secreto a punto de revelarse.

Caminé por las calles vibrantes de la ciudad, dejándome envolver por la luz que bañaba los edificios en tonos dorados, contrastando con las sombras de las callejuelas estrechas. A mi alrededor, la vida de Barcelona fluía con naturalidad: artistas callejeros dibujaban con pasión en las aceras, músicos alegraban el ambiente con melodías improvisadas, y las familias se congregaban en terrazas disfrutando del desayuno al aire libre. No pude evitar detenerme en más de una ocasión, capturando aquellos momentos con mi cámara, como si cada rincón de la ciudad contara una historia que merecía ser guardada.

Finalmente, llegué al café, un lugar pequeño pero acogedor, decorado con plantas que colgaban del techo y mesas de madera que mostraban el desgaste del tiempo. El aire estaba impregnado del dulce aroma a café recién hecho y a repostería, mientras una suave melodía de guitarra acústica llenaba el fondo con un ritmo nostálgico. Pedí un café con leche y una tostada con tomate, y me senté junto a la ventana. Desde allí, saqué mi laptop y comencé a teclear, describiendo mis primeras impresiones de la ciudad, las calles que ya se sentían como parte de mi rutina, y quizás algunas líneas sobre Christian, quien, sin duda, había dejado una huella que se entrelazaba con mis pensamientos sobre Barcelona.

Unos minutos después, mi teléfono vibró en la mesa, sacándome de mis pensamientos. Era un mensaje de Christian.

Christian: Hola, Isabella. ¿Cómo va la mañana? ☀️

Isabella: Hola, Christian. Estoy en el café que me recomendaste. ¡Es perfecto! ☕️❤️

Christian: ¡Genial! ¿Te gusta? El café es uno de los mejores de la ciudad.

Isabella: Sí, definitivamente. La atmósfera es acogedora. ¿Estás trabajando hoy?

Christian: Estoy en una reunión ahora, pero me gustaría pasar por allí más tarde. 😊

Mientras leía su mensaje, una mezcla de emoción y nerviosismo me inundaba. La idea de verlo en persona me emocionaba, pero también me llenaba de una inquietud inexplicable. Algo en sus palabras siempre parecía estar entre líneas, como si lo que decía fuera solo una parte de lo que realmente pensaba.

Isabella: Claro, me encantaría. ¿A qué hora pasarás?

Christian: Te aviso cuando termine. ¡Nos vemos pronto! 🙌

Una pequeña chispa de esperanza se instaló en mi pecho mientras disfrutaba de mi café. Me imaginaba cómo sería nuestro encuentro, y la anticipación comenzó a transformarse en una sensación punzante de ansiedad. Observé cómo el sol se movía a través de la ventana, proyectando sombras en las paredes del café, mientras la gente entraba y salía, riendo y charlando como si el mundo fuera un lugar lleno de certezas.

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⏰ Última actualización: Oct 28 ⏰

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