Secuestrado

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Lo peor de todo aquello eran los terrores nocturnos.

 Cuando la noche caía, la luz de un solo foco no era suficiente para iluminar todo el sótano, extendiendo las sombras se proyectaban en criaturas que lo miraban desde los rincones, acechadoras, esperando que cerrara los ojos para devorarlo, descuartizarlo.

 No podía.

 Lloraba de terror cada noche, bajo su mordaza. ¿Por qué sus muchachos lo abandonaban allí? ¿Por qué lo torturaban obligándolo a verlos a ellos? A esos fantasmas burlones que lo acosaban. No podía. No podía. No podía. Necesitaba medicinas, cualquier píldora que ordenara a su cerebro a apagarse a dejar de ver y sentir. 

Sollozó, desconsolado. Su ropa antes de radiantes colores pastel ahora estaba reducida a esos trapos opacados por la suciedad, tanto propia como la del sótano. La manta que le habían colocado encima apenas era suficiente para que no muriera congelado de frío de cada noche.

Volvió a sollozar. Malditos desagradecidos. Les había dado una oportunidad de vivir ¿y así lo pagaban? Quizá hubieran preferido terminar congelados en algún callejón, muriendo de hambre porque la basura que recogían cada día no era suficiente y las monedas recolectadas por lástima se iban en estupideces. Seguramente deseaban que el mundo los siguiera viendo con lástima y desconfianza, en lugar de ser esos hombres en que él los había convertido. Sollozo. Sus niños. Sus bebés ¿Por qué eran tan crueles? ¿Por qué no entendían? No creían cuando les decía que todas esas pastillas de colores eran una necesidad.

Sollozó. Su único consuelo en su lento descenso a la locura eran esas alucinaciones que Dios le concedía. Aquellas donde podía a sus niños, siendo unas personas felices. Podía intuirlos grandes, fuertes, saludables... En otra vida, con rostros distintos. Quizá así se veía el cielo.

Quizá su tormento iba a acabar pronto.


Había dormido horrible.

 Eso era una mentira, apenas había podido dormir. 

Oliver había tenido uno de sus ataques de risa incontrolable en la madrugada, incluso con la mordaza fue difícil ignorarlo. Inmediatamente después tuvo un ataque de llanto que duró demasiado tiempo hasta que se volvieron gritos.

 Tuvo que bajar a callarlo él mismo.

 Estaba harto, las amenazas ya no funcionaban. Golpearlo era peligroso porque ni de chiste lo llevarían a un doctor si le fracturaba algo, suficiente deuda tenían ya. Sabía que Matt le había dicho que nada de pastillas pero mierda, estaba pensando que seria la única manera de tener una noche tranquila.

 Aparte una pastilla no le haría más daño a su mente de por sí destrozada ¿no? 

Bufó y se levantó de la cama. En la sala estaba dormido Matt, había apenas llegado hace unas horas. Claro, como ese imbécil trabajaba ahora de noche, no tenía que soportar a Oliver y sus disparates nocturnos.

 Lo miró un momento antes de ir a hacer alguna mierda para desayunar. Con suerte todavía quedaba comida. Bostezó perezoso mientras buscaba algún traste limpio para freír unos nuggets. 

Media hora después estaba camino al sótano. Oliver finalmente parecía dormido... quizá si dejaba el plato y se iba, no tendría que... 

Oliver abrió los ojos ante el menor rechinido de madera de los escalones.

 Mierda. Bueno, no había de otra. El sótano de cualquier manera no era el lugar más cómodo para dormir. Era frío, estaba lleno de cosas que habían bajado para dejar arrumbadas. El único foco del lugar colgaba se un solo cable por encima de la cabeza de Oliver, cerca de un pilar de madera del cual tenían amarradas las manos. 

Le habían apilado mantas a un lado por si quería dormir y el cubo que usaba de baño lo vaciaban regularmente. Bueno, un secuestro no tenía que ser necesariamente cómodo, incluso si era por tu propia seguridad.

 Oliver se sentó con mucha tranquilidad para alguien retenido en contra de su voluntad. Tenía unas ojeras rojas debajo de los ojos, su ropa se veía sucia y su cabello estaba de un café opacado por la suciedad. Y aún así se acomodó para recibir la comida como si Allen se tratara de un sirviente con su desayuno. 

—Buenos días, mi vida.—Dijo en un tono sumamente cariñoso y con una sonrisa que lo complementaba ¿Por qué parecía tan cuerdo de día y de noche era la representación misma de la locura? Se puso de cuclillas, dejó el plato en el suelo y encajó uno de los nuggets con el tenedor. 

—¿Y tus modales, Allen? Debes saludar, yo te eduque mejor que eso. —Oliver hizo una leve mueca de disgusto cuando le puso el nugget enfrente, pero la disimulo con la sonrisa amable enseguida.—Mi niño, no me dirás que están viviendo a base de comida precalentada. —Comenzó diciendo buscando contacto visual con él, pero sólo encontró una mirada vacia, fue más insistente con el tenedor. 

—Come o voy a tener que hacer que te lo tragues de nuevo. —Amenazó. Y pareció funcionar porque Oliver puso un pequeño gesto de terror y abrió la boca resignado. Tragó lento y con dificultad. 


Era cierto que tenía hambre, pero no por eso la comida le sabía más sabrosa. En realidad, sentía asco de ese sabor congelado y grasoso al mismo tiempo. Tragó. 

—¿Sabes? Yo podría ayudarles con la comida. —Dijo casi cantarín, moviendo la cabeza para verlo mejor y evitar el siguiente bocado que ya venía en el tenedor. 

—¿Y que le pongas pastillas como la otra vez? No gracias—Respondió inexpresivo, Oliver tuvo que tragarse con dolor otra de esas porquerías aceitosa. Forzó una sonrisa cuando se lo pudo pasar. 

—¡No no! Nada de eso mi corazoncito. —Se apresuró a decir.—Te lo juro, Allen. Solo estoy preocupado porque se la pasen comiendo esa... clase de comida poco nutritiva. —Allen alzó una ceja, encajando el siguiente nugget que Oliver miró en un momento de pánico. 

—Pueden tenerme amarrado si quieren, yo solamente les voy a cocinar, como en los viejos tiempos ¿Recuerdas?—Le sonrió ansioso, incluso cuando tuvo el tenedor frente a su boca. Retorció las manos amarradas. 

No quería comer más. Por favor ya no. 

Se tuvo que obligar a hacerlo sin vomitar. El sabor era insoportable, la textura hizo que le diera una arcada. Pero no podía devolverlo frente Allen porque lo obligaría a comer mas, o peor, le daría esa asquerosa comida licuada. Entonces cerró los ojos, siguió masticando y  se lo pasó con los ojos llorosos. Le sonrió cuando acabó, incapaz de quitarse las lagrimas que le corrieron por la cara. 

—Piénsalo por favor, corazoncito. Te puedo preparar las hamburguesas que tanto te gustan. —Dijo con un hilo de voz y dulzura. Allen no respondió, se limitó a seguirlo alimentando y cuando hubo acabado se levantó con el plato en la mano.

 —Voy a saber si lo vomitas.—Anunció, con lo que Oliver asintió derrotado, todavía fingiendo una sonrisa. 

Lo observó subir las escaleras hasta que estuvo solo y hizo esfuerzos sobre humano para que esa asquerosa comida se quedara en su lugar.

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⏰ Última actualización: Oct 12 ⏰

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