Prólogo

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Creo en fantasmas. Son los que nos afectan, los que nos han dejado atrás. A lo largo de mi vida los he sentido muchas veces a mi alrededor, observando, siendo testigos cuando nadie del mundo de los vivos sabia lo que ocurría, cuando a nadie le importaba.

Tengo noventa y un años, y casi todos los que alguna vez formaron parte de mi vida son ahora fantasmas.

En ocasiones, estos espíritus me han resultado mas reales que la gente, más reales que Dios. Llena el silencio con si peso, denso y caliente, como la masa de pan que leuda bajo un trapo. Mi abuela, con sus ojos amables y piel como polvo de talco. Mi padre, sobrio, riendo. Mi madre, entonando una canción. Estas encarnaciones fantasmales se han despojado de la amargura, el alcohol y la depresión, y una vez mue no os me consuelan y protegen como nunca lo hicieron en vida.

He llegado a pensar que eso es el cielo: un lugar en el recuerdo de otros donde pervive lo mejor de nosotros.

Quizá tengo suerte, porque a los nueve años me regalaron los fantasmas de lo mejor de mis padres y a los veintitrés el fantasma de lo mejor de mi amor verdadero. Y mi hermana Maisie, siempre presente, un ángel en mi hombro. Tenia dieciocho meses a mis nueve años, trece años a mis veinte. Ahora tiene ochenta y cuatro a mis noventa y uno, y sigue conmigo.

Tal vez no sustituyen a los vivos, pero a mi no me dieron elección. Podía consolarme con si presencia o podía derrumbarme, lamentando lo que habia perdido.

Los fantasmas me susurraron, diciéndome que continuara.

El tren de los huérfanos - Christina Baker KlineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora