Spruce Harbor, Maine, 2011

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Molly respira hondo. La casa es mas grande de lo que imaginaba. Un monolito victoriano blanco con arabescos y contraventanas negros. Mirando a través del parabrisas, ve que está es un estafo impecable, sin ningún indicio de nada desconchado ni madera podrida, lo cual significa que la han pintado recientemente. Sin duda, la anciana emplea a gente que trabaja en la casa constantemente: el ejército de abejas obreras de una Reina.
Es una mañana cálida de abril. El suelo está nublado por la nieve fundida y la lluvia, pero ro hoy es uno de esos días raros y casi me empleados que preludian el verano glorioso por llegar. El cielo es de un azul luminoso, con grandes nubes algodonosas. Da la impresión de que han brotado por todas partes macizos de azafrán de primavera.
-Vale -está diciendo Jack, este es el trato. Ella es una mujer amable pero un poco tensa. Vamos, que no es precisamente La alegría de la huerta. -Coloca la transmisión automática del coche en posición de estacionamiento y aprieta el hombro de Molly-. Tu di que si con la cabeza y sonríe y te ira bien.
-¿Que edad has dicho que tiene? -murmula Molly.
Esta enfadada consigo misma por sentirse nerviosa. ¿A quien le importa? Es solo una urraca anciana que necesita desembarazarse de sus trastos. Espera que no sean cosas asquerosas y que no huela mal, como en las casas de esa gente con síndrome de Diógenes que sale por la tele.
-No lo se. Es vieja. Por cierto, presentas estas guapa -añade Jack.
Molly tuerce el gesto. Lleva una blusa rosa de Land's End que le ha prestado Dina para la ocasión.
-Apenas te reconozco -dijo Dina con sequedad cuando Molly salió de su dormitorio con la prenda puesta-. Pareces tan... elegante.
A petición de Jack, Molly ha quitado el aro de la nariz y sólo ha dejado los pendientes en cada oreja. A pasado más tiempo del habitual con el maquillaje, demasiado, mezclando la base en un tono más pálido que fantasmal y sin exagerar tanto con el kohl. Incluso compro pintalabios en el drugstore, Maybelline Wet Shine Lip Color en el tono rosa que llaman maravilloso, un nombre que la anima. Se ha quitado los muchos anillos de tienda de segunda mano que acostumbra llevar y se ha puesto el collar de amuletos de su padre en lugar de la habitual colección de crucifijos y calaveras de plata. Sigue llevando el cabello negro, con una franja blanca a cada lado de la cara , y las uñas también negras; pero está claro que ha hecho un esfuerzo por parecer, como ha subrayado Dina, «más semejante a un ser humano normal».
Después de la intervención a la desesperada de jack, Dina accedió a regañadientes a concederle otra oportunidad.
-¿Limpiar el desván de una anciana? -Resopló-. Si, Claro. Le doy una semana.
Molly tampoco esperaba un mayor voto de confianza por parte de Dina, puesto que ella misma tiene sus dudas. ¿De verdad va a consagrar cincuenta horas de su vida a una matrona cascarrabias en un desván con corrientes de aire, abriendo cajas de polillas y ácaros del polvo y a saber que mas? En el centro de menores pasaría el mismo tiempo en terapia de grupo (siempre interesante) y viendo the view (suficientemente interesante). Habría otras chicas con las que estar. Tal como están las cosas, va a tener a Dina en casa y a esta vieja dama aquí observando todos sus movimientos.
Molly mira el reloj. Llegan con cinco minutos de adelanto, gracias a Jack, que la apremió para que saliera.
-Recuerda: contacto visual -dice el-. Y no olvides de sonreir.
-Eres una mamá.
-¿Sabes cual es el problema?
-¿Que mi novio está actuando como una mamá?
-No. Tu problema es que parece que no te das cuenta de que tu cuello está en el filo de la navaja.
-¿Que navaja? ¿dónde? -mira alrededor, meneando el trasero en el asiento.
-Escucha. -Jack se frota la barbilla-. Mi madre no le hablo a Vivian del centro de menores y todo eso. Ella cree que estás haciendo un servicio a la comunidad para el Instituto.
-¿Entonces no sabe de mi pasado delictivo? Vaya, vaya.
-Ay, diablos -dice Jack en español, abriendo La puerta y saliendo.
-¿Vas a venir conmigo?
El cierra de un portazo, luego rodea la parte posterior del coche hasta el las del pasajero y le abre la puerta.
-No; voy a acompañarte hasta la entrada.
-Vaya, que caballero. -Molly baja del coche-. ¿O es que no te fías de que no eche a correr?
-Simceramente, las dos cosas.
De pie ante la gran puerto de nogal, con su formidable aldaba de latón, Molly vacila. Se vuelve para mirar a Jack que ya está otra vez en el coche auriculares puestos, escuchando lo que ella sabe que es una colección de cuentos de Junot Diaz que guarda en la guantera. Molly se endereza, echando los hombros hacia atrás, se recoge el pelo detrás de las orejas ,juguetea con el cuello de su blusa (¿cuándo fue la última vez que llevó una blusa con cuello? un collar de perro es lo más parecido a un cuello que ha llevado) y llama con la aldaba. Sin respuesta. Llama otra vez, un poco más fuerte. Entonces se fija en un timbre a la izquierda de la puerta y lo pulsa. El timbre suena ruidosamente en la casa, y al cabo de unos segundos ve a la madre de Jack, Terry, saliendo presurosa hacia ella con expresión preocupada. Siempre se sobresalta al ver los grandes ojos castaños de jack en la cara ancha y de rasgos suaves de su madre.
Aunque Jack le ha asegurado que su madre está de acuerdo-« no tiene idea del tiempo que hace que ese maldito proyecto del desván ha estado pendiendo sobre su cabeza»-, ella sabe que la realidad es más complicada. Terry adora a su único hijo y haría cualquier cosa por verlo feliz. Por más que Jack quiera creer que Terry está Encantada con este plan, Molly sabe que se ha visto obligado a aceptarlo.
Cuando Terry abre la puerta, repasa a Molly de la cabeza a los pies
-Bueno, te has puesto decente.
-Gracias, supongo.
No sabe si el vestuario de Terry es uniforme o simplemente es tan aburrido que lo parece: pantalones negros, zapatos negros anticuados con suela de goma y una camiseta de matrona de color melocotón.
Molly la sigue por un largo pasillo donde se suceden pinturas al óleo grabados en marcos dorados, y donde una alfombrilla oriental silencia sus pisadas. Al final del pasillo hay una puerta cerrada.
Terry apoyar la oreja en ella un momento y llama con suavidad.
-¿Vivian? -Entreabre un poco la puerta-. La chica esta aquí. Molly Ayer. Si, vale.
Terry abre la puerta a una sala de estar grande y soleada con vistas a la Bahía, llena del suelo al techo estanterías y muebles antiguos. Una dama anciana, vestida con un jersey de cuello alto de cachemir, está sentada junto a una ventana en saliente en un sillón de orejas rojo desgastado, con las manos venosas cruzadas sobre el regazo y una manta de lana a cuadros escoceses cubriéndole las rodillas.
Cuando llegan delante de ella, Terry dice:
-Molly, te presento a la señora Daly.
-Hola -responde la joven, tendiendo la mano como le enseño su padre.
-Hola. -La mano de la anciana, cuando Molly la agarra, es seca y fría.
Es una mujer viva y delgada, con una nariz estrecha y ojos penetrantes color avellana, brillantes y sagaces como los den pájaro. Tiene la piel fina, casi traslúcida, y lleva el cabello plateado y ondulado recogido en un moño en la nuca. Pecas claras -o son manchas de la edad- le salpican la cara. Un mapa topográfico de venas recorre las manos y continua por encima de las muñecas, tienes e decenas de minúsculas arrugas en torno a los ojos. A Molly le recuerda a las monjas de la escuela católica a la que asistió brevemente en Augusta (una estancia fugaz con una familia de acogida inadecuada), que parecía viejas en ciertos aspectos y sobrenaturalmente jóvenes en otros. Como las monjas, esta mujer tiene un aire ligeramente imperioso, como si estuviera acostumbrada a salirse con las suya. ¿Y por qué no iba a ser así?, pensó Molly. Esta acostumbrada a conseguir lo que quiere.
-Muy bien, pues. Estaré en la cocina si me necesitas -dice Terry, y sale por otra puerta.
La anciana se inclina hacia Molly, ligeramente ceñuda.
-¿Como demonios consigues ese efecto? La cinta de mofeta -dice, levantando La mano y acariciando su propia sien.
-Umm... -Molly esta sorprendida; nadie le ha preguntado eso antes-. Es una combinación de lejía y tinte.
-¿Como aprendiste a hacerlo?
-Vi un vídeo en YouTube.
-¿YouTube?
-En internet.
-Ah. -Levanta la barbilla-. El ordenador. Soy demasiado vieja para aprender esas modas.
-No creo que pueda llamarse moda si ha cambiado La forma en que vivimos -dice Molly, y sonríe con contrición, consciente de que ya se ha metido en un desacuerdo con su jefa potencial.
-No la forma en que yo vivo -replica la anciana-. Ha de consumir mucho tiempo.
-¿Que?
-Hacerte eso en el pelo.
-Oh. No es tanto. Ya hace mucho que lo hago.
-¿Cual es tu color natural, si no te importa que lo pregunte?
-No me importa. Es castaño oscuro.
-Bueno, mi color natural es rojo.
Molly tarda un momento en darse cuenta de que esta haciendo un chiste, porque tiene el pelo gris.
-Me gusta lo que se ha hecho -dice Molly siguiendo La broma-. Le queda bien.
La anciana asiente y se acomoda en su día. Parece aprobarlo. Molly siente que parte de la tensión abandona sus hombros.
-Disculpa mi rudeza, pero a mi edad no tiene sentido andarse con rodeos. Tu aspecto es muy estilizado. ¿Eres una de esas, como se llaman, góticas?
Molly no puede evitar sonreír.
-Mas o menos.
-Supongo que te han prestado esa blusa.
-Eh...
-No Tendrías que haberte molestado. No te queda bien.
-Hace un gesto para que Molly se siente frente a ella-. Puedes llamarme Vivian. Nunca me ha gustado que me llamen señora Daly. Mi marido ya no vive, ya sabes.
-Lo siento.
-No hace falta que lo sientas. Murió hace ocho años. De todos modos, tengo noventa y un años. No mucha gente que he conocido sigue viva.
Molly no esta a segura de como responder. ¿No es educado decirle a la gente que no aparenta la edad que tiene? No habría supuesto que esa mujer tuviera noventa y uno, pero no tiene mucha base para la comparación. Los padres de sus padres murieron cuando él era joven; los padres de su madre nunca se casaron y ella no conoció a su abuelo. La única abuela que Molly recuerda, la madre de su madre, murió de cáncer cuando ella tenia tres años.
-Terry me dice que estas en una casa de acogida -dice Vivian-. ¿Eres huérfana?
-Mi madre está viva, pero... Si, me considero huérfana.
-Pero técnicamente no lo eres.
-Creo que si no tienes padres que se ocupen de ti, puedes considerarte como quieras.
Vivian mira, como si considerará esa idea.
-Me parece justo -dice la anciana-. Háblame de ti, pues.
Molly ha vivido toda su vida en Maine. Ni siquiera ha cruzado nunca la frontera del estado. Recuerda retamos de su infancia en la reserva de Indian Island, antes de ir a una casa de acogida: la caravana donde vivía con sus padres, el centro de la comunidad con furgonetas aparcadas por todas partes. Sockalexis Bingo Palace y la iglesia de St. Anne. Recuerda una muñeca india de hoja de maíz y un traje tradicional nativo que conservaba en un estante de su habitación, aunque ella prefería las barbies donadas por centros benéficos y entregadas al Centro Comunitario en Navidad. Nunca eran Las populares, por supuesto, jamás la barbie cenicienta o la barbie súper modelo, sino algún modelo raro que los cazadores de gangas encontraban en liquidaciones: Hot Rod Barbie, Jungle Barbie. Daba igual. Por más peculiar que fuera el vestido de la muñeca, sus características físicas siempre eran Las mismas: los pies listos para ponerse tacones, la cintura de avispa, la nariz con forma de pendiente de esquí y el pelo de plástico brillante...
Pero eso no es lo que Vivian quiere oír. ¿Por donde empezar? ¿Que revelar? Ese es el problema. No es una historia feliz, y Molly ha aprendido por propia experiencia que la gente o bien retrocedia o no la creía, o peor, sentía lastima por ella. Así que ha aprendido a contar una versión abreviada.
-Bueno -dice-, soy india penobscot por parte de padre. De pequeña viva en una reserva cerca de Old Town.
-Ah, por eso el pelo negro y el maquillaje tribal.
Molly se sobresalta. Nunca había pensado en establecer esa conexión. ¿Es cierta?
Una vez, en octavo grado, durante u. Año particularmente duro -padrew de acogida malhumorados y chillones; «hermanastros» celosos; un grupo de niñas amenazadoras en la escuela-, cogió un tinte de pelo L'Oreal diez minutos y perfilador de ojos negros ébano Cover Girl y se transformó en el cuarto de baño familiar. Una amiga que habia trabajado en la tienda Claire's del centro comercial le hizo los piercing el fin de semana siguiente: una serie de orificios en cada oreja, a través del cartílago, un arete en la nariz y un pendiente en la ceja (aunque este no duró: enseguida se le infecto como una telaraña). Los piercings fueron la gota que colmó el vaso y la sacó de esa casa de acogida. Misión cumplida.
Molly continúa su historia, que su padre murió y su madre no pudo ocuparse de ella, como acabo con Ralph y Dina.
-Bueno, Terry me dice que estas asignada a alguna clase de proyecto de servício a la comunidad. Y a ella se le ocurrió La brillante idea de que me ayudes a vaciar mi desván -señala vivian-. Parece un trato desventajoso para ti, pero, ¿quien soy yo para decirlo?
-Soy un poco rara, lo crea o no. Me gusta organizar cosas.
-entonces eres aun mas rara de lo que aparentas. -Vivian se echa hacia atrás en el sillón, uni ni las manos-. Te diré una cosa. Según tu definición, yo también me quede huerfanazcasi a la misma edad. Así que tenemos eso en común.
Molly no esta segura como responder. ¿Vivian quiere que pregunte por eso o solo lo esta exponiendo? Difícil de saber.
-Sus padres... -se aventura- ¿no cuidaron de usted?
-Lo intentaron. Hubo un incendio... -Vivian se encoge de hombros-. Fue hace tanto tiempo que apenas lo recuerdo. Bueno, ¿cuando quieres empezar?

El tren de los huérfanos - Christina Baker KlineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora