II

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Capitulo dos;
Las reinas del Hangar

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EL HANGAR SOHO ABRIÓ SUS PUERTAS para las audiciones. Inmediatamente una fila inmensa de cuadras largas se formó afuera.

Por el lado de Cielo, observaba desde su ventana, sin embargo no lograba distinguir las caras de los postulantes, ya que todos llevaban unos paraguas sobre ellos, debido a la lluvia que se había desatado.

Algo que llamó su atención fue que habían dos personas que se encontraban completamente empapados por la lluvia: una chica con vestimenta amarilla y un chico junto a ella de verde. Le parecieron extraños, pero le restó importancia, ya que su atención estaba en algo más importante.

Se acercó al piano de su habitación, y tocó el primer acorde...

Me pasan cosas que no comprendo, estas en todo lo que yo pienso
sueño despierta con tu mirada, y si me miras me siento rara...

Me pasan cosas cuando te veo
Estoy distinta, hay algo nuevo
Me da vergüenza que lo descubras, es tan dificil decir

Te quiero nunca lo dije, te quiero
Te quiero y nunca me lo dijeron
Te quiero, lo digo suave
Te quiero y nadie lo sabe...

Te quiero mi mas que amigo...

Tres toques en la puerta interrumpieron su canto.

—¡Adelante!

La persona detrás de la entrada abrió la puerta suavemente.

La sorpresas fue inmediata, al ver a Delfina ahí. Cielo frunció el ceño, su expresión suavizándose por un segundo, solo para endurecerse de nuevo. La sorpresa inicial se desvaneció, y en su lugar apareció una evidente molestia.

—¿Qué haces acá? —preguntó la castaña, con un tono cortante, sentándose en la cama y cruzando los brazos. Su mirada era fría, distante.

La mujer en cambio, acostumbrada a la actitud, observó el panorama, prestando atención a los detalles de la habitación.

—Sacaste nuestras fotos...—espetó Delfina, con cierta decepción en su voz.

Su hija levantó sus cejas.

—¿Hablas de las fotos con tu sobrina?—ironizó—. Porque nosotras dos, solas, no tenemos fotos juntas...—concluyó, desviando su mirada de los ojos de la mujer.

—Cielo, yo te pedí que le hagas un lugar a Daisy. Todo esto también es muy dificil, para mí, para vos, para ella.

—Si, me imagino—. Espetó sarcástica—. Pobre princesita, es igual de ambiciosa que vos me parece. Quiere lo que no tiene... Pero ya está, ya se quedó con todo lo mío, no puedo hacer más nada por ella.

𝘽𝘼𝙄𝙇𝘼 𝙋𝙍𝙄𝙉𝘾𝙀𝙎𝙄𝙏𝘼, 𝙈𝙖𝙧𝙜𝙖𝙧𝙞𝙩𝙖¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora