El extraño resplandor de una mente sin recuerdos
Nueva York nunca duerme, y ese otoño la ciudad estaba particularmente agitada, como si el caos natural de la metrópolis se hubiese intensificado en los últimos días. Emma solía amar esa sensación: la brisa fría de Manhattan mezclada con el bullicio de las calles, los taxis amarillos cruzando a toda velocidad, las luces que se encendían tan pronto el sol se ocultaba detrás de los imponentes rascacielos. Era una ciudad que vibraba al mismo ritmo que ella, o al menos así lo recordaba.
Pero todo cambió el día del accidente.
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Emma había salido temprano esa mañana. A sus 23 años, se sentía imparable. Tenía una carrera prometedora en una galería de arte emergente, una relación estable con Jordan, un joven diseñador gráfico a quien amaba profundamente, y un futuro lleno de promesas. Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, el mundo que conocía se esfumó.
Esa tarde, mientras cruzaba una concurrida intersección en el Lower East Side, un auto apareció de la nada. El sonido de los frenos chirriando, los gritos ahogados de los transeúntes y el impacto la sumergieron en la oscuridad.
Cuando despertó en el hospital, todo era distinto. No reconocía los rostros, ni las voces, ni siquiera las paredes blancas que la rodeaban. Se sentía atrapada en una niebla densa que nublaba todos sus recuerdos. Los doctores la examinaron detenidamente y le explicaron que había sufrido una amnesia anterógrada: su cerebro había borrado todo lo anterior al accidente.
En un rincón de la habitación, Jordan la observaba en silencio. Tenía los ojos rojos de no dormir y una expresión de desconcierto que ella no podía entender. Para él, Emma lo era todo. Para ella, Jordan no era más que un extraño.
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La primera vez que Jordan la había visto, hacía tres años, ella estaba en un café cerca de la universidad donde ambos estudiaban. Recordaba su cabello castaño cayendo despreocupadamente sobre sus hombros, su mirada absorta en un libro que sostenía con una mano mientras bebía su café con la otra. Él había sentido una atracción instantánea, pero no se había atrevido a hablarle ese día. La vida, sin embargo, le regaló otra oportunidad.
Al cabo de unas semanas, se reencontraron en una galería de arte donde ambos habían ido a ver una exposición de fotografía urbana. Fue allí donde su historia comenzó: entre fotos de calles vacías, luces de neón y esquinas olvidadas de la ciudad. Jordan se presentó, y tras una breve conversación, terminaron riéndose como si se conocieran desde siempre. Desde entonces, habían estado juntos, construyendo una vida compartida.
Pero ahora, esa vida parecía haberse esfumado para Emma.
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Las primeras semanas tras el accidente fueron una lucha constante. Jordan, desesperado por recuperar lo que habían tenido, intentó recordarle quién era él, quién era ella, quiénes eran juntos. Le mostró fotos, videos, le contó anécdotas de sus viajes, de las noches que pasaron hablando hasta el amanecer, de los paseos por Central Park.
—Éramos felices, Emma —le decía con una voz cargada de esperanza—. Te encantaba cómo la ciudad brillaba por la noche, solías decir que era como si Nueva York tuviera su propio corazón.
Emma lo escuchaba, pero no lo sentía. No podía forzarse a sentir lo que no recordaba. Por momentos, su amnesia la hacía sentir culpable, como si le hubiera fallado a alguien, pero al mismo tiempo, una parte de ella quería descubrirse de nuevo, sin las ataduras de lo que alguna vez fue.
Sin embargo, Jordan no estaba dispuesto a rendirse. Si Emma no podía recordar, entonces él haría que se enamorara de nuevo, como la primera vez.
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Una tarde, Jordan la llevó al mismo café donde la había visto por primera vez. El lugar apenas había cambiado: las paredes de ladrillo expuesto, los sofás de terciopelo rojo, y las luces colgantes que daban al lugar un aire acogedor. Se sentaron en la misma mesa donde él la había observado en silencio tres años antes.
—Es aquí donde te vi por primera vez —le dijo, con una sonrisa nostálgica.
Emma miró a su alrededor. Para ella, el lugar no significaba nada, pero la mirada de Jordan la conmovió.
—No recuerdo este lugar —susurró—, pero parece importante para ti.
Jordan la miró fijamente, sus ojos reflejando una mezcla de amor y tristeza.
—No es solo el lugar —dijo con suavidad—, eres tú. Quiero que tengas la libertad de sentir de nuevo, sin presiones. No necesito que me recuerdes, solo quiero que seas feliz.
Las palabras de Jordan resonaron profundamente en Emma. Por primera vez, sintió que él no estaba tratando de forzar los recuerdos, sino que simplemente la estaba invitando a vivir, a descubrirse a sí misma de nuevo, con o sin él. Y aunque no sentía ese amor que él describía, sí sentía algo. Algo nuevo, algo frágil.
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Los meses siguientes fueron una danza delicada entre lo que Emma solía ser y lo que ahora estaba descubriendo de sí misma. Jordan seguía a su lado, ya no intentando que recordara, sino acompañándola en cada paso que daba. La llevó a exposiciones de arte, a caminatas por la ciudad, a lugares que antes significaban algo, pero que ahora eran solo puntos de partida para nuevas historias.
Poco a poco, Emma comenzó a sentir un lazo con él, algo que, aunque diferente a lo que él esperaba, era genuino. No recordaba el amor que alguna vez compartieron, pero estaba construyendo uno nuevo, con los fragmentos del presente.
Una noche, mientras caminaban por el puente de Brooklyn bajo el brillo de la luna, Emma tomó la mano de Jordan por iniciativa propia. Él la miró, sorprendido, y sonrió con ternura.
—No sé quién solía ser —dijo Emma, con la voz suave—, pero quiero saber quién puedo ser, contigo.
Y en ese momento, bajo las luces titilantes de la ciudad, Emma sintió que, aunque no tenía recuerdos, había algo que aún brillaba dentro de ella. Una chispa, una posibilidad. Y quizás, eso era lo único que necesitaba para empezar de nuevo.
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Así, entre la confusión de una mente sin recuerdos y la certeza del presente, Emma y Jordan emprendieron un nuevo camino. No era el mismo amor que alguna vez compartieron, pero era uno que se construía día a día, sin prisas, sin expectativas, pero con una fuerza renovada. Como la ciudad que nunca dormía, ellos también seguían adelante, iluminados por un extraño resplandor.
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El extraño resplandor de una mente sin recuerdos
RomanceNueva York nunca duerme y ese otoño la ciudad estaba particularmente agitada conocí el caos natural de la metrópolis se hubiese intensificado en los últimos días y me solía amar esa sensación la brisa fría de Manhattan mezclada con el bullicio de la...