La Leyenda del Árbol ♦️1♦️

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  El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, sumiendo al pequeño pueblo de San Miel en una penumbra dorada. A medida que los últimos rayos de luz se desvanecían, los habitantes del pueblo se apresuraban a concluir sus tareas, lanzando miradas cautelosas hacia el oscuro bosque que bordeaba el pueblo. Era un lugar que muchos evitaban, especialmente después de los rumores que comenzaban a circular de nuevo.

Lía, una joven de dieciocho años, con el cabello castaño desordenado y una chispa de determinación en sus ojos, llegó a San Miel con sus amigos de la universidad. Su mejor amigo, Rubén, siempre había querido explorar las leyendas locales; sin embargo, un rumor en particular había capturado su atención: el famoso "Árbol de la Ira".

—Vamos, Lía —dijo Rubén, sonriendo—. Solo será una pequeña aventura.

Los otros amigos, Eva y Samuel, compartieron miradas de complicidad. Mientras Rubén hablaba con entusiasmo sobre el árbol, Lía sintió un escalofrío recorrer su espalda. Su abuelo le había contado historias sobre ese árbol, relatos sobre desapariciones y oscuras maldiciones. Decidió no compartir su inquietud; tal vez lo que necesitaban era aventurarse más allá de sus miedos.

Después de subir una colina que conducía al bosque, las sombras comenzaron a alargarse y el aire se volvió más fresco.

—¿Saben realmente en qué nos estamos metiendo? —preguntó Samuel, con tono burlón—. Solo son cuentos para asustar a los niños.

—A veces, las historias tienen un fondo de verdad —replicó Lía, sin poder evitar que su imaginación comenzara a divagar.

Rubén se burló. —¿Vas a dejar que unas viejas leyendas te asusten?

Finalmente llegaron al borde del bosque y se detuvieron frente a un camino angosto que se adentraba entre los árboles. Una sensación extraña impregnaba el aire.

#### **A medida que avanzaban**

Mientras caminaban, las ramas de los árboles parecían acercarse, como si intentaran atraparlos. Lía se detuvo y observó la maleza. Avanzaron, bromeando para mantener a raya el desconcierto, pero conforme se adentraban en el bosque, la risa se desvaneció, reemplazada por un silencio ominoso.

—¿Qué se supone que debemos buscar? —preguntó Eva, intentando ignorar la creciente opresión que la rodeaba.

Rubén sonrió con confianza. —El árbol no está lejos. Dicen que puedes sentir su presencia, incluso puedes oírlo susurrar si estás lo suficientemente cerca.

—¿Susurrar? —replicó Samuel, frunciendo el ceño—. Eso suena... aterrador.

Lía sintió que su corazón latía más rápido. La curiosidad la empujaba hacia adelante, pero también el deseo de volver a casa. En su mente, recordaba las advertencias de su abuelo, quien solía decirle que el Árbol de la Ira no solo era un árbol, sino una entidad que se alimentaba de las emociones negativas.

Finalmente, después de unos minutos que parecieron horas, llegaron a un claro. Allí, en el centro, se alzaba el legendario árbol. Era un roble antiguo, con hojas marchitas y ramas retorcidas que traqueteaban con el viento como dedos huesudos. La corteza estaba cubierta de extrañas inscripciones, casi como si contaran una historia oscura.

Lía sintió un escalofrío recorrer su espalda u observó que al acercarse, el aire se tornaba más denso. De repente, ella sintió una vorágine de emociones, una mezcla de ira, tristeza y miedo que parecía emanar del propio árbol. En ese momento, un silencio sepulcral reinó en el claro.

—Increíble —susurró Rubén, acercándose un poco más—. Dicen que quienes se sienten traicionados o llenos de rabia aquí quedan atrapados en su abrazo.

Lía intercambió miradas con Eva y Samuel. Su corazón latía con fuerza contra su pecho.

#### **El instante del reto**

—¿Y si nos quedamos un rato? —sugirió Rubén, retador—. Veamos si sentimos algo.

—No sé, Rubén —dijo Lía, un poco preocupada—. ¿Y si esos susurros son reales?

Samuel soltó una risa nerviosa. —No seas aguafiestas, Lía. Ven, no hay nada que temer.

Lía sintió que una parte de ella quería retroceder, pero la curiosidad la mantenía en su lugar. Sus amigos comenzaron a sentarse en un círculo alrededor del árbol, como si estuvieran en un ritual. Al principio, todo lo que podían escuchar era el crujir del viento, pero conforme las sombras comenzaban a alargarse, la atmósfera se tornó pesada.

Lía se sentó en el suelo, sus rodillas abrazadas contra su pecho. Observó a sus amigos cerrar los ojos, respirando profundamente, como si intentaran sintonizar con el espíritu del lugar.

Los susurros comenzaron. Lía no estaba segura si eran reales o simplemente su imaginación, pero la voz parecía llenar el aire como un eco lejano. "Ira... tristeza... traición", resonaban las palabras en su mente.

Instintivamente, apretó los ojos, intentándose centrar en el sonido de sus amigos, pero algo dentro de ella comenzó a agitarse. Vio imágenes fugaces: traiciones, discusiones absorbentes, y un último enfrentamiento con una amiga que la había herido profundamente.

—Lía... —susurró Rubén, sacándola de su trance—. ¿Estás bien?

Ella lo miró, y en su rostro vio una mezcla de preocupación y algo más. Algo que la hizo sentir incómoda.

#### **La sombra del pasado**

—Necesito hablar —dijo Lía, sintiéndose repentinamente vulnerada. —No sé si puedo quedarme aquí.

Rubén asintió, frunciendo el ceño. —Puede que esta no sea la mejor idea. Volvamos.

Pero antes de que pudieran levantarse, una ráfaga de viento frío azotó el claro, y las hojas comenzaron a girar en espiral. Las sombras se alargaron aún más, mezclándose en formas distorsionadas que parecían burbujear alrededor del árbol.

Lía sintió un terror paralizante. De repente, la sombra comenzó a moverse con vida propia. En un abrir y cerrar de ojos, formó la silueta de una figura oscura, emanando una ira palpable. Las imágenes en la mente de Lía se intensificaron, cada traición, cada dolor que había sentido podía verse reflejado en la sombra.

—¡Hay algo aquí! —gritó Eva, mientras la figura se acercaba, haciendo que el aire temblara.

Samuel intentó levantarse, pero fue repelido por una fuerza invisible. Lía, al borde de un ataque de pánico, se dio cuenta de que lo que estaba frente a ellos no era solo una manifestación física, sino una representación de sus propios miedos, de la ira que habían estado guardando.

—¡No! —gritó, intentando romper la atmósfera tensa—. Debemos unirnos.

Los amigos temblaron y se miraron unos a otros. Era un desafío, un momento que los obligaría a enfrentarse a lo que habían tratado de ignorar. La ira y el dolor se arremolinaban entre ellos, pero Lía sabía que debían liberarse.

Y así, en medio de la oscuridad que se cernía sobre ellos, decidieron enfrentarse al árbol, juntos.

El Árbol de la IraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora