01 | Humanidad.

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15 de julio, 1990.

Padre Adriel.


— Hoy, mientras me paro ante ustedes en esta sagrada iglesia, mi corazón se llena de alegría y gratitud. Veo sus rostros, cada uno de ustedes, y siento una profunda conexión con nuestra comunidad. Es un día hermoso, un día para recordar las enseñanzas de nuestro Señor y para renovar nuestro compromiso de vivir según Su palabra.

     »Hermanos y hermanas, hoy quiero hablarles sobre la importancia de ayudar al prójimo. Jesús nos enseñó que debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, sin importar quién sea. No debemos juzgar ni discriminar, sino extender nuestra mano con amor y compasión a todos aquellos que lo necesiten.

Recuerden, la verdadera caridad no distingue entre amigos y extraños, entre ricos y pobres. La verdadera caridad es un reflejo del amor incondicional de Dios. Cuando ayudamos a alguien, estamos sirviendo a Dios mismo. Cada acto de bondad, por pequeño que sea, tiene un impacto profundo y duradero.

Así que les pido, queridos fieles, que abran sus corazones y sus manos. Que busquen oportunidades para hacer el bien, para ser la luz en la vida de alguien más. No importa cuán insignificante pueda parecer el gesto, para quien lo recibe puede significar el mundo.

Que Dios los bendiga a todos y que Su amor y Su gracia los guíen siempre.

Amén«.

— ¡Amén! 

Y con eso dio por terminado la misa de hoy. Los domingos eran los días más hermosos para mí porque podía ver a todos los habitantes de este lindo pueblo sonreír y cantar, aunque era más porque me sentía escuchado. Los últimos lugares en los que estuve no tenía la atención que esperaba, de hecho, al final nunca la tuve; no obstante, cuando me enviaron a Milky no quise soltar este pueblo jamás. Ya van tres años desde que llegué y fui recibido con tanto amor que creo morir de felicidad. 

Es un pueblo frecuentado por sus inmensos paisajes, lo que hace que más personas se integren a la iglesia aunque sea por un tiempo. Los ancianos son quienes más me ayudan con mi publicidad. 

Y por cierto, ahí vienen.

— Padre, siempre es un placer verlo. Su presencia trae tanta alegría a nuestro pueblo —expresó la dueña de la pastelería de la siguiente cuadra.

— Gracias, señora Collins. Es un honor para mí servir a esta comunidad tan maravillosa. ¿Cómo se encuentra hoy? —le pregunté a su esposo, alguien que espero no conozca pronto a nuestro Señor.

— Muy bien, padre. Desde que llegó, el pueblo ha cambiado mucho. Su juventud y energía nos han dado una nueva vida. Más a mí, que ya olvidé estar triste en mi cama.

— Me alegra escuchar eso, don Pedro. Pero recuerden que la verdadera alegría viene de Dios y de la bondad que compartimos entre nosotros.

— Es cierto, padre. Pero no podemos negar que su belleza y su espíritu joven nos inspiran a todos. Nos hace sentir más vivos —expresó con algo de picardía la señora María.

— Les agradezco sus amables palabras. Mi objetivo es siempre servirles con amor y dedicación. Y ustedes, con su sabiduría y experiencia, son una fuente de inspiración para mí.

— Padre, su mensaje de hoy sobre ayudar al prójimo sin mirar a quién realmente nos tocó el corazón. Es algo que todos necesitamos recordar —habló con tos entre sus palabras el abuelo de uno de mis coristas.

El secreto del cura | '+18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora