Nadie podía imaginar que aquel día se truncarían todos nuestros sueños. Que la vida tal y como la conocíamos en el mundo iba a desaparecer, que las reglas del juego iban a ser cambiadas. Al despertar aquella mañana de septiembre, la brillante luz del sol para nada presagiaba lo que estaba a punto de suceder.
Me levanté perezoso, tratando de no hacer ruido mientras me encaminaba hacia la cocina. Necesitaba café, nada más podía quitarme la modorra por la mañana. Miré el reloj de la cocina, entornando los ojos, y pestañeando rápido durante unos segundos, para enfocar bien la vista adormecida aún. Las ocho y media. Guille y Alicia se habían ido a clase momentos antes, pues el ruido de la puerta al cerrarse fue lo que a mí me despertó. La alarma del móvil había fallado, otra vez. Menos mal que aquel día tenía que entrar a trabajar después de comer.
Sin embargo, nunca me había gustado levantarme tarde, por eso tenía la costumbre de levantarme a las ocho; a las nueve como mucho tardar. Me gustaba poder aprovechar el día.
–¡Ah, que bien sienta!–dije con voz algo rasposa pero tranquila, disfrutando del simple aunque gratificante placer de una taza de café caliente. Con la taza todavía medio llena en la mano, fui a sentarme frente al ventanal del salón. Me encantaba ver la vida de las calles de buena mañana.
Pensé que quizá alguna de esas personas que caminaban por la calle en esos momentos podría ser Guillermo o Alicia. Guille se había hecho tan mayor... Ya casi tenía 17 años y se esforzaba mucho por hacer denotar que ya era un muchacho responsable. Y la pequeña Alicia estaba encantada de que fuese su hermanito quien la llevara hasta clase. Meses atrás había cumplido los 6 años y aquella jornada la pasó repitiendo que algún día sería tan mayor como Guille. Bueno, eso y que sería veterinaria.
Sonreí antes de beber otro trago de café. Yo a su edad decía exactamente lo mismo. Su hermano se decantaba más bien por la química, y no podía quejarme ni mucho menos de las notas que estaba sacando; y más compaginándolo con los entrenamientos de natación.
El día se había despertado radiante, sin una sola nube en el cielo. Y aunque me tocara trabajar, con días así uno iba más a gusto. Bebí el último trago de café y me encaminé a la cocina para dejar la taza en el lavavajillas.
–¡Buenos días, mi amor!–exclamé en el pasillo al pasar por el dormitorio y ver que mi mujer se desperezaba para disponerse a levantarse de la cama–. Tienes café en la cafetera todavía para ti.
Escuché un adormilado gracias de camino a la cocina. Metí la taza en el lavavajillas y entonces ocurrió. Al levantar la vista cerrando la puerta del electrodoméstico, pude ver aquel fulgor incesante y vibrante que inundaba el exterior. Era un brillo cálido y puro, aunque, por algún motivo desconocido, me estremecí. Sintiendo una extraña amalgama de paz e intimidación atenazar mi corazón. Entonces oí la voz de un vecino, desde la ventana de la cocina, que daba al patio de luces: "¡Rápido, subid todos a la terraza, tenéis que ver esto!". Hubiera jurado que, entremezclado con la voz, había percibido el lejano repicar de unas campanas.
No sé si me lo decía a mí, a su familia, a todo el bloque o qué, pero yo no iba a desoír aquello. Fuese lo que fuese, sentí que era algo que no podíamos dejar pasar.
–¡Iris, voy a subir a la terraza, ven en cuanto puedas, cariño!-grité antes de abrir la puerta de casa y ascender las escaleras del rellano. Cuando llegué arriba, más de la mitad de los vecinos del bloque estaban ahí ya.
Pude ver que todos miraban al cielo, algunos incluso señalaban algo. Guiándome por aquellos brazos alzados enseguida observé aquello a lo que apuntaban. Era una mujer, o al menos la figura translúcida de una mujer. Sus dimensiones eran colosales, como si se tratase de una gigantesca proyección holográfica. En el rostro de aquella mujer se podía observar una calma impertérrita, una expresión de tanta paz que casi parecía desprovista de toda vida o humanidad. Una fina y leve sonrisa en sus labios perfectos, y los ojos delicadamente cerrados. Un bello y prístino rostro de piel blanca como la nieve enmarcado en un cabello del color del hielo compacto, engalanado con velos de tul y finas redes de brillantes joyas. Un largo vestido blanco con adornos de hilo de oro y varias joyas más en él, que solo dejaban al aire unos desnudos y delicados pies, completaban la vestimenta de aquella mujer a la que cuanto más miraba menos humana me parecía.
Mi mujer llegó un par de minutos después que yo y, por el gesto de su rostro, supuse que también quedó impresionada ante aquella escena. Había un silencio sepulcral, ni siquiera se oía pasar a ningún coche, todos debían haberse parado a contemplar a la figura etérea suspendida en los cielos, aunque no bajé la mirada para comprobar mi teoría. Todos estábamos expectantes, esperando que aquella manifestación celestial hablase.
Al fin, y sin abrir sus ojos, sus labios se despegaron para comenzar a hablar.
–Habitantes de la Tierra, dejad todo lo que estéis haciendo y disponeos a escuchar mi mensaje, pues es palabra divina–se me erizó el pelo ante la solemnidad y la firmeza con que hablaba aquella mujer, pero sobre todo me inquietaba la frialdad y la falta de sentimiento que poseían sus palabras–. En todo lugar observáis mi figura, en todas partes os muestro mi omnipotencia. Ante vosotros, mortales, se halla Etrea, diosa del ciclo de la vida y la muerte. Es indiferente en quién creyeseis según vuestra religión, pues la verdad se os revela ahora frente vosotros.
»Yo rijo el eterno ciclo de muerte y renacimiento del alma, desde las Tierras Invisibles. Allá se alza mi palacio, más allá de las leyes del espacio y el tiempo. Desde mi trono en lo más profundo de mis dominios, hago que vuestras almas se purifiquen y puedan dar lugar a una nueva vida en un cuerpo naciente, para que tenga alma y no sea un cascarón vacío sin voluntad ni pensamiento. Sin embargo, durante los últimos siglos las almas que alcanzaban de nuevo las Tierras Invisibles, de donde las hice surgir al comienzo de todo, llegaban tan corruptas que se tornaban inservibles. Un fenómeno que ha ido en aumento hasta que el peso del mal ha logrado derrumbar la estructura natural que instauré–Etrea señaló con dedo acusador a la multitud que se aglomeraba bajo ella–. El ciclo de vida y muerte toca a su fin y es por culpa de vosotros, humanos. Vuestras ambiciones, vuestras guerras, vuestros egoísmos son los responsables. Sin embargo, he decidido daros una última oportunidad. Por ello he atravesado las dimensiones para exponeros mi mensaje de advertencia, que es designio divino.
Abracé con el brazo izquierdo a mi mujer, haciendo fuerza con mi mano. Ella pasó su brazo derecho por debajo del mío y rodeó mi cintura en respuesta.
–El mundo llegará a su fin en siete días tras esta medianoche. Ni uno más, ni uno menos. En cuanto rompa la medianoche de hoy, los muertos se alzarán de sus tumbas en todo el planeta, imbuidos en la misma corrupción absoluta con la que habéis quebrado el ciclo de muerte y renacimiento–se oyeron gritos ahogados y exclamaciones de pánico–. Aquellos que logréis sobrevivir hasta que llegue el último de los días, seréis recompensados con una nueva vida, en un mundo nuevo que yo misma crearé. Un mundo libre de maldad y corrupción, habitado por aquellos que hayáis demostrado ser merecedores de la gracia divina. Tenéis el día de hoy para prepararos. Consideradlo un regalo por mi parte, humanidad–y sin más, la imagen de Etrea desapareció de los cielos.
Ya con Iris en casa, ambos nos miramos a los ojos, viendo la preocupación del otro. No por nosotros, sino por nuestros hijos. Tras continuar abrazados en silencio durante los primeros minutos de histeria colectiva, arriba en la terraza, habíamos bajado a nuestro domicilio y, frente al ventanal del salón, adoptamos la misma postura. En la calle, la gente continuaba gritando presa del horror y la incertidumbre.
–¿Qué vamos a hacer, Marcos?–me dijo en un susurro quebrado. Yo no sabía cómo asegurárselo, pero sabía que no podía ni dejaría que muriese. Ni ella ni los niños.
–Vístetey vamos a por los niños. Tenemos que aguantar siete días más en este mundo.
ESTÁS LEYENDO
7 Días para el Mundo
Mystery / ThrillerEn 7 días, ya nada quedará de lo que antes fue la humanidad en la Tierra. Y sólo aquellos que logren seguir con vida hasta el último de los días podrán congraciarse del favor divino y nacer en un nuevo mundo. Él hará todo lo que esté en su mano por...