Los Susurros de Wiltshire

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La mansión Ashford, una construcción imponente de piedra gris, se erguía entre la neblina de la campiña inglesa como un testigo mudo del tiempo. Sus jardines, cuidados meticulosamente, se extendían hacia el horizonte, rodeados de árboles centenarios que susurraban bajo el viento. Dentro de sus paredes, la familia Ashford había vivido por generaciones, conservando las costumbres y el honor del linaje.
El duque Aleron Ashford, un joven de 24 años, caminaba con paso firme por el gran pasillo central. Vestía con impecable elegancia, su chaqueta de terciopelo negro ajustada a la perfección y su cabello oscuro peinado hacia atrás. Su expresión era seria, como siempre. Hacía solo un año que había heredado el ducado tras la muerte de su padre, y desde entonces, sus días estaban llenos de responsabilidades y decisiones que afectaban a toda la región.
Los pensamientos de Aleron se interrumpieron cuando el sonido suave de unos pasos lo sacó de su ensimismamiento. Al girar, vio a Cael Morgan, su sirviente personal, acercándose con la misma calma y discreción de siempre. El joven de 22 años, de ojos grises y cabello castaño claro, había servido a la familia Ashford desde muy joven. Cael no solo era competente en su trabajo, sino también observador y paciente, cualidades que lo habían convertido en alguien indispensable para Aleron, aunque nunca lo admitiría abiertamente.
-Milord, el carruaje estará listo en una hora para su viaje a Londres -anunció Cael con una ligera inclinación de cabeza.
-Gracias, Cael -respondió Aleron, manteniendo su tono controlado, aunque no pudo evitar notar lo fatigado que se veía Cael. Se preocupó por un momento, pero lo disimuló rápidamente. Era propio de un duque no mostrar demasiadas emociones, incluso cuando alguien tan cercano como Cael estaba delante.
-¿Algo más que necesite antes de su partida, milord? -preguntó Cael, alzando la vista y encontrándose brevemente con los ojos verdes de Aleron.
Hubo un breve silencio incómodo, como solía ocurrir cada vez que sus miradas se encontraban. Aleron desvió la vista, sintiendo un cosquilleo en la nuca que no comprendía del todo. Había algo en la forma en que Cael lo miraba, una mezcla de lealtad y algo más, algo que Aleron no quería ni atreverse a identificar.
-No, eso será todo -dijo Aleron finalmente, sin darle importancia a sus pensamientos.
Cael asintió y se retiró con la misma gracia silenciosa, dejando a Aleron en el pasillo, solo con sus pensamientos. Cuando estuvo seguro de que el sirviente ya no lo escuchaba, Aleron dejó escapar un pequeño suspiro. Había demasiadas cosas rondando en su mente últimamente: los problemas financieros del ducado, la insistencia de las familias nobles en buscarle una esposa adecuada, y, por supuesto, ese extraño y creciente afecto por Cael, que lo desconcertaba.
Pero antes de que pudiera hundirse más en sus cavilaciones, un sonido alegre y desordenado llenó el aire: las risas de sus hermanas gemelas, Clarisse y Catherine.
-¡Hermano! -gritó Clarisse, irrumpiendo en el pasillo con la energía de un torbellino. Su largo cabello rubio ondeaba tras ella mientras corría hacia Aleron. Catherine, más tranquila pero igual de traviesa, la seguía a un paso más relajado, con una sonrisa juguetona en el rostro.
-¿Ya estás listo para ir a Londres? -preguntó Clarisse, sin perder la oportunidad de echarle una mirada burlona.
-Todavía no. Estoy terminando algunos asuntos -respondió Aleron, intentando mantener su semblante serio, aunque las gemelas siempre lograban sacarlo de su zona de confort.
-¿Y qué asuntos? -intervino Catherine, acercándose por el otro lado-. Oh, déjame adivinar. ¿Es algo que tiene que ver con Cael? -Sonrió, esperando la reacción de su hermano.
El ceño de Aleron se frunció casi de inmediato. Sabía hacia dónde iba esa conversación. Desde hacía meses, las gemelas se habían obsesionado con la idea de emparejarlo con Cael. Clarisse y Catherine, a pesar de su edad, no se dejaban intimidar por las normas sociales, y disfrutaban mucho poniendo a su hermano mayor en situaciones incómodas.
-No empiecen -les advirtió Aleron con un tono firme, pero las gemelas intercambiaron una mirada cómplice.
-Vamos, hermano, solo bromeamos -se apresuró a decir Clarisse, pero la sonrisa en sus labios dejaba claro que no se detendría allí-. Pero si estamos siendo sinceros, hemos notado algunas cosas. Es decir, siempre te apoyas en él, y pasan tanto tiempo juntos... ¡Es tan romántico!
Aleron bufó y cruzó los brazos sobre el pecho. No había escapatoria cuando sus hermanas se ponían de acuerdo en algo. Sabía que negar lo que decían solo avivaría más su curiosidad y haría que insistieran más.
-Lo que hagas con tu vida amorosa es asunto tuyo, pero no podemos evitar pensar que Cael sería una excelente elección -dijo Catherine con su tono más serio, aunque sus ojos brillaban con picardía.
-Suficiente -cortó Aleron, sintiendo que un ligero calor subía por su cuello. Detestaba cuando sus hermanas lo hacían enrojecer, pero peor aún, odiaba el hecho de que, en el fondo, parte de él no rechazaba del todo la idea.
Las gemelas rieron una vez más y, como siempre, se retiraron antes de que su hermano pudiera reprenderlas más. Mientras las veía marcharse, Aleron se quedó en el pasillo, con las palabras de sus hermanas aún resonando en su mente. ¿Cael? ¿Romántico? El mero pensamiento lo perturbaba, aunque no era la primera vez que lo consideraba. Desde hacía un tiempo, había notado una extraña conexión entre él y Cael, algo que iba más allá de la simple relación entre un noble y su sirviente.
Aleron sacudió la cabeza, intentando despejar esos pensamientos. Tenía mucho que hacer, y Cael estaba esperando para asistirlo con los preparativos del viaje.
Cuando llegó a su despacho, encontró a Cael organizando unos documentos sobre el escritorio. El sirviente levantó la vista cuando Aleron entró, pero esta vez hubo una tensión en el aire que antes no estaba. Tal vez las palabras de las gemelas habían sembrado una semilla de inquietud en ambos, una que, sin querer, comenzaría a germinar más rápido de lo que cualquiera de los dos estaba dispuesto a admitir.

El duque y el sirviente: Amor prohibido...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora