El viento soplaba con fuerza esa noche, arrastrando las hojas secas por la acera mojada. Luna caminaba en silencio junto a su madre, Sonia, quien la llevaba firmemente de la mano. La pequeña de apenas 9 años no entendía por qué su madre estaba tan nerviosa, pero podía sentir el temblor en su mano, el apretón que se volvía más fuerte a medida que avanzaban.
—¿Mamá? ¿Adónde vamos? —preguntó Luna con voz temblorosa, mirando las sombras que se alargaban a su alrededor.
Sonia no respondió. Solo miró de reojo a su hija y siguió caminando. Parecía estar en alerta, como si cada ruido fuera una amenaza. Luna sabía que algo estaba mal. Su madre rara vez la llevaba a caminar de noche y mucho menos con tanto sigilo. De repente, se detuvieron frente a un pequeño restaurante en una esquina oscura. El letrero de neón parpadeaba en un rojo apagado, y el lugar parecía vacío, casi desolado.
—Es aquí —dijo Sonia en voz baja, más para sí misma que para su hija.
Abrió la puerta y empujó a Luna adentro. El sonido de una campanilla resonó por todo el lugar, aunque no parecía haber nadie que la escuchara. Dentro, el ambiente era aún más sombrío que afuera. Las mesas vacías, las sillas amontonadas en una esquina, y una tenue luz desde la cocina. Luna sintió que el lugar olía a humedad, a algo antiguo y olvidado.
—Siéntate —ordenó Sonia en un susurro, empujando a su hija hacia una mesa junto a la ventana, aunque las cortinas gruesas bloqueaban cualquier vista del exterior.
Luna obedeció, sentándose en una silla incómoda de madera. Su madre, mientras tanto, se dirigió al mostrador. Golpeó tres veces en la superficie con los nudillos, un sonido que resonó en el vacío del restaurante. No pasó nada por unos segundos, pero luego, una puerta oculta al fondo se abrió, y una mujer alta, de rostro severo y cabello gris recogido en un moño apretado, apareció en el umbral.
—Llegaron tarde —dijo la mujer con frialdad, mirando a Sonia con desaprobación.
—Lo siento, hubo... complicaciones —respondió Sonia con voz temblorosa, intentando mantener la compostura.
La mujer no dijo nada más y les hizo una seña para que la siguieran. Sin dudar, Sonia tomó a Luna de la mano y la arrastró detrás de ella. Atravesaron la puerta oculta, adentrándose en un estrecho pasillo que parecía descender bajo el restaurante. A medida que bajaban por las escaleras, el aire se volvía más denso, casi asfixiante, y el olor a comida desaparecía para dar paso a un hedor metálico, como el de una fábrica oxidada.
Luna sentía cómo su corazón latía con fuerza en su pecho. No se atrevía a preguntar nada, pero las dudas la invadían. ¿Por qué estaban allí? ¿Qué lugar era ese?
Llegaron al final del pasillo, donde una enorme puerta metálica se alzaba ante ellas. La mujer del moño sacó una llave de su bolsillo y la giró en la cerradura. Un sonido estruendoso acompañó el abrirse de la puerta, revelando una sala amplia, iluminada por luces industriales que parpadeaban ligeramente.
En el centro de la habitación había varias mesas llenas de papeles, máquinas y aparatos extraños. A lo largo de las paredes se alineaban filas de monitores, cada uno mostrando imágenes de personas desconocidas. Pero lo que más llamó la atención de Luna fueron las filas de personas sentadas en sillas, mirando fijamente hacia adelante, inmóviles, como si estuvieran esperando algo.
—Aquí se preparan los documentos —dijo la mujer, señalando una mesa donde un hombre vestido con un traje negro trabajaba rápidamente en una computadora—. Ustedes dos tienen un viaje esta noche, ¿verdad?
Sonia asintió, tragando saliva con dificultad.
—Pasaportes falsos —dijo el hombre sin apartar la vista de su pantalla—. Los necesitarán para pasar por el escáner de salida. Una vez que estén del otro lado, ya no habrá vuelta atrás.
—¿Escáner? —preguntó Luna, incapaz de contenerse más.
Sonia la miró con dureza, pero antes de que pudiera decir algo, la mujer de cabello gris habló:
—Sí, niña. El escáner detecta cualquier irregularidad, cualquier error en la documentación. Si algo no cuadra... bueno, digamos que no querrías saber qué sucede si fallas.
El corazón de Luna latía con tanta fuerza que sentía que iba a salir de su pecho. Miró a su madre con ojos suplicantes, pero Sonia solo bajó la mirada.
—Es por nuestro bien, Luna —susurró Sonia—. No podemos quedarnos aquí.
Mientras el hombre imprimía los documentos, Luna observó cómo algunas de las personas que estaban sentadas eran llevadas una por una hacia una cabina en la esquina de la sala. Al entrar, una luz brillante parpadeaba y un ruido agudo llenaba el aire. Los que pasaban volvían a salir con una extraña expresión en sus rostros, como si hubieran olvidado algo importante, algo vital.
—Tu turno —dijo el hombre, extendiendo dos pasaportes falsos hacia Sonia.
Sonia los tomó con manos temblorosas y le dio uno a Luna.
—Ven —le dijo a su hija, llevándola hacia la cabina donde los demás habían entrado.
Luna sentía un nudo en el estómago. Todo dentro de ella le gritaba que no cruzara esa puerta, pero el miedo a lo desconocido era aún más fuerte. Entraron juntas. El interior de la cabina estaba iluminado por una luz blanca cegadora. Luna cerró los ojos con fuerza cuando la luz brilló con más intensidad, sintiendo cómo su piel se erizaba y el aire se volvía cada vez más pesado.
El escáner zumbó alrededor de ellas. Sonia mantenía su mirada fija al frente, apretando el pasaporte falso entre sus manos. Entonces, de repente, la luz parpadeó de nuevo y se apagó. Por un momento, todo fue silencio.
—¡No! —gritó una voz desde fuera de la cabina.
La puerta de la cabina se abrió de golpe, y la mujer del moño gris apareció con una expresión de pánico. Pero ya era demasiado tarde. Algo en el aire había cambiado. Luna lo sintió en sus huesos. El pasaporte que sostenía ahora era frío como el hielo y comenzó a brillar tenuemente.
La mujer retrocedió, murmurando algo inaudible, y antes de que pudiera dar una explicación, la cabina se cerró nuevamente y la luz volvió a cegarlas. El viaje había comenzado, pero no al lugar que ellas esperaban.
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El legado de la luz
Mystery / ThrillerEn una noche oscura y tempestuosa, Luna, una niña de nueve años, se ve arrastrada por su madre a un misterioso restaurante donde se revela un mundo oculto de secretos y peligros. Al cruzar un escáner que las transporta a otra dimensión, Luna y Sonia...