[Capítulo prólogo - La vida monótona de Mauricio]

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El sol apenas se asomaba por el horizonte cuando el estridente sonido del despertador rompió el silencio en el pequeño apartamento de Mauricio Sánchez. Con un gruñido, el joven de 28 años extendió su brazo y apagó la alarma de un manotazo.

"Puta madre, otro día más en este infierno", murmuró Mauricio, frotándose los ojos mientras se sentaba en la cama.

Mauricio vivía en Monterrey, México. Su apartamento, ubicado en un barrio de clase media, era pequeño pero funcional. Las paredes, una vez blancas, ahora tenían un tono amarillento por el paso del tiempo y el humo de los cigarrillos que Mauricio fumaba a escondidas.

Se levantó y se dirigió al baño, pasando frente a un espejo que reflejaba a un hombre de estatura media, cabello negro desordenado y ojos color avellana con ojeras prominentes. Su cuerpo, antes atlético por sus años jugando fútbol en la preparatoria, ahora mostraba signos de una vida sedentaria y una dieta poco saludable.

Mientras se duchaba, Mauricio repasaba mentalmente su agenda del día:

"Oficina de 9 a 6, luego visitar a mamá... Chingada madre, olvidé comprarle sus medicinas ayer".

Mauricio trabajaba como asistente administrativo en una empresa de logística. Un trabajo que odiaba, pero que pagaba las cuentas y le permitía ayudar a su madre enferma.

Después de vestirse con su habitual camisa blanca y pantalones negros, Mauricio se preparó un café instantáneo y un sándwich rápido. Mientras desayunaba, llamó a su hermana menor, Sofía.

Mauricio: "¿Bueno? ¿Sofi?"

Sofía: "Hola Mau, ¿qué pasa?"

Mauricio: "Oye, ¿puedes pasar a comprar las medicinas de mamá? Ayer se me olvidó y hoy salgo tarde del trabajo".

Sofía: "Ay Mau, siempre se te olvida. Está bien, yo paso. Pero me debes una".

Mauricio: "Gracias, enana. Te lo compensaré".

Colgó el teléfono y suspiró. Su relación con Sofía era buena, pero desde que su padre los abandonó hace cinco años, Mauricio había asumido más responsabilidades de las que podía manejar.

Salió de su apartamento y se dirigió a la parada de autobús. El tráfico de Monterrey ya estaba en pleno apogeo, con el ruido de los cláxones y el smog llenando el aire.

En el autobús, Mauricio sacó su teléfono y miró las fotos de su última reunión familiar. Su madre, Carmen, sonreía débilmente desde su silla de ruedas. A su lado, Sofía y el pequeño Luis, el hijo de 3 años de Mauricio, posaban alegremente. La ausencia de Gabriela, la ex novia de Mauricio y madre de Luis, era notoria.

Mauricio: "Pinche Gabi, ni siquiera viene a ver a su hijo", murmuró con amargura.

El autobús se detuvo frente a un edificio de oficinas gris y sin personalidad. Mauricio bajó y entró, saludando sin entusiasmo al guardia de seguridad.

En su cubículo, Mauricio encendió su computadora y comenzó otra jornada de trabajo monótono: revisar correos, actualizar hojas de cálculo, atender llamadas de clientes molestos.

A la hora del almuerzo, su colega y único amigo en la oficina, Alejandro, se acercó a su escritorio.

Alejandro: "Ey Mau, ¿vamos por unos tacos?"

Mauricio: "Nel, hoy no. Tengo que terminar este informe".

Alejandro: "Cabrón, te vas a morir de estrés un día de estos. Bueno, tú te lo pierdes".

Las horas pasaban lentamente. Mauricio miraba constantemente el reloj, ansiando el momento de salir. Cuando por fin dieron las 6, recogió sus cosas rápidamente y salió casi corriendo del edificio.

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⏰ Última actualización: Oct 09, 2024 ⏰

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