01

73 10 7
                                    


Phuwin siempre fue un joven solitario, uno de esos que prefería la tranquilidad del silencio y la calma del río que serpenteaba a las afueras del pequeño pueblo donde vivía. Mientras otros se reunían en las plazas o los bares locales, él encontraba consuelo en los sonidos de la naturaleza: el susurro del agua, el crujir de las ramas bajo sus pies, el canto lejano de los pájaros que volaban sobre su cabeza. A menudo iba allí al final del día, después de las clases o el trabajo, cuando el sol empezaba a ocultarse y los tonos naranjas y rosados cubrían el cielo.

Un par de auriculares siempre le acompañaban, reproduciendo su música favorita, especialmente las canciones melancólicas de Sufjan Stevens que tanto resonaban con su estado de ánimo reflexivo. Phuwin era el tipo de persona que encontraba en la música una forma de escapar, de sumergirse en un universo donde las emociones podían ser sentidas, pero no necesariamente explicadas.

Era una tarde de verano cuando todo comenzó. Phuwin estaba, como de costumbre, sentado en una roca plana a la orilla del río, viendo cómo la luz del sol jugaba con las ondas del agua. Sin previo aviso, un balón rodó hasta sus pies, interrumpiendo su paz. Lo observó por un momento antes de levantar la vista, y fue entonces cuando lo vio.

Pond.

Era imposible no notar a Pond. Tenía una energía casi desbordante, una vitalidad que parecía contagiar a todo lo que le rodeaba. El cabello despeinado, los ojos brillantes y esa sonrisa amplia que parecía haberse instalado permanentemente en su rostro. Phuwin lo conocía de vista, claro. Pond era el tipo de chico al que todos notaban en el pueblo. Siempre estaba en movimiento, ya fuera jugando fútbol en el parque, tocando la guitarra en las esquinas o bromeando con los demás.

-¡Perdón por el balón! -dijo Pond, acercándose con una sonrisa despreocupada, respirando ligeramente agitado por la carrera-. ¿Te golpeé?

Phuwin negó con la cabeza, todavía con un auricular en la oreja.

-No, todo bien.

Pond se sentó en la roca junto a él sin pensarlo demasiado, como si ese fuera su lugar también. Sacó una botella de agua de su mochila y bebió un trago antes de volver a mirar a Phuwin, quien permanecía en silencio.

-¿Qué escuchas? -preguntó Pond, señalando los auriculares.

Phuwin dudó por un momento, pero luego le pasó uno de los audífonos.

-Sufjan Stevens -respondió.

Para su sorpresa, Pond no solo conocía al artista, sino que empezó a tararear una de sus canciones con una voz suave, casi casual, como si el momento lo hubiera inspirado a cantar. "Tell Me You Love Me", una de las favoritas de Phuwin, resonaba en los labios de Pond, aunque lo hacía de una manera distinta. Pond no cantaba con la melancolía habitual de la canción; lo hacía con una ligereza que transformaba las notas tristes en algo casi alegre, como si el dolor y la belleza pudieran coexistir en perfecta armonía.

-Cantas bien -dijo Phuwin, algo sorprendido por haber hablado en voz alta.

Pond sonrió y dejó de cantar, aunque su entusiasmo seguía intacto.

-Gracias. Me gusta cantar, pero no suelo hacerlo con público. Bueno, no con un público tan exclusivo como tú -bromeó.

Phuwin se rió suavemente, algo que le tomó por sorpresa. No solía reírse mucho, y mucho menos con desconocidos. Pero Pond tenía esa capacidad. Hacía que todo pareciera más ligero, más sencillo.

A partir de ese día, Pond comenzó a aparecer con más frecuencia. No siempre jugaba al fútbol, ni siempre llegaba sudoroso y cansado. A veces simplemente se acercaba con una guitarra colgada al hombro o con un libro bajo el brazo, y se sentaba junto a Phuwin, como si fuera lo más natural del mundo. Al principio, Phuwin no sabía cómo sentirse al respecto. Estaba acostumbrado a la soledad, a disfrutar de su espacio personal, pero Pond no parecía querer invadirlo. Solo lo compartía.

under the stars - pondphuwinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora