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Estaba realmente exhausta. Tan solo habían pasado cuatro días desde aquél accidente. Por el momento solo éramos mi gran taza de café y yo contra el mundo; para mí, todos los comensales que se estaban en la misma cafetería donde yo me encontraba, eran invisibles. Admito que de vez en cuando, solía quedarme observando hacia algún punto fijo y pensar en todo y nada.

La cafetería estaba casi vacía. A lo mejor se debía a que era media noche en el pueblo Mapleholldale y no a muchos les apetecía ir a perder el tiempo en un sitio no del todo seguro. La página dentro de mi portátil aún era un documento en blanco, a pesar de que llevaba horas intentando escribir algo. Me resultaba casi imposible pensar con claridad después de todo lo que había sucedido en menos de una semana; no dejaba de juguetear con la cucharita que se encontraba dentro de mi taza. 

Aún no procesaba que Alice se hubiese suicidado. No tenía sentido, ella siempre fue alegre y siempre buscaba el lado positivo de las personas sin importar lo malas que fueran. Además, si Alice hubiese tenido un problema, me lo hubiera dicho sin importar lo que se podría desencadenar. Era mi hermana, yo lo sabía todo de ella; a veces siento que es mi culpa por no prestarle la atención que se merecía, por no notar la extrañez de sus actitudes días antes de acabar con su vida. Quizá pude evitarlo si tan solo le hubiera prestado algo de atención, si tan solo hubiera estado con ella.

Mi móvil comenzó a vibrar, lo que me hizo volver a la realidad y regresar de mis pensamientos. Lo tomé antes de que la llamada se cortara por el tiempo limitado de espera, y respondí sin siquiera mirar el número.

—¿Diga?. —Un silencio incómodo se desarrolló entre la línea telefónica—. ¿Quién habla?. 

—¿Dorothy?. —

—Ah, eres tú —mascullé—. ¿Qué pasa?.

—Dorothy, llevas evitando mis llamadas toda la semana. —

—Lo siento Myra —suspiré—. Sabes que no he estado de humor.

—Lo sé. —

—Entonces, si no te molesta me tengo que ir.

—Espera. Me preguntaba cuando volverías al instituto.—

—No lo sé.

—Venga, se acercan los exámenes y tenéis que ponerte al corriente.—

—Ya.

Escuché un corto y silencioso suspiro—. Está bien, cuando decidas volver me avisas. Sabéis que todos estamos para ti.—

—Venga, adiós.—corté la llamada y deslicé mi móvil por la mesa.

Di el último trago de mi café amargo y comencé a guardar mis cosas. Como de costumbre, dejé el dinero sobre la mesa y salí por la puerta de emergencia para evitar pasar a lado de los demás.

Mi departamento se sentía vacío, se sentía solo y en silencio. Era extraño, antes el salón estaba lleno de risas y peleas de almohadas; el comedor siempre era colorido por las flores que Alice cambiaba cada semana, sin mencionar la cocina en la que solíamos hornear galletas de distintas formas y sabores. La casa no tenía vida, no desde que Alice se fue.

Arrojé las llaves en la mesa que se encontraba detrás de la puerta, dejé las zapatillas en la bandeja que había debajo de esta y me dirigí hasta mi habitación. Me parece que estaba realmente agotada, ya que cuando desperté recién eran las cuatro de la madrugada; miré al techo y luego a mi al rededor. No conocía este lugar, todo era un desastre. Era lunes, estaba segura por el eco que hacían los tacones de la señora Evans; a esta hora ella solía ir al trabajo y Alice me despertaba con el sonido de su secadora para el cabello, era mi alarma para alistarme e ir al instituto. Hoy no quería ir, pero Myra tenía razón en algo; si no iba, iba a suspender la mayoría de materias. Así que por menos voluntad que tenía, necesitaba asistir.

El club de los pétalosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora