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Uno, dos, tres, cuatro

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Uno, dos, tres, cuatro...

Sus ojos, de un verde tan fuerte como el bosque, recorrieron con lentitud el vidrio de la ventana. Afuera, la ciudad seguía su curso indolente, un río humano de sonrisas prefabricadas, de miradas que se cruzaban sin un ápice de comprensión. Y allí, en esa habitación tan llena de cuerpos, ella estaba completamente sola.

Fleur regresó su atención, vacía como un espejo roto, hacia la profesora. La mujer hablaba con las manos, explicando los movimientos del baile con una precisión que parecía no importar a nadie, salvo a las otras chicas que, como sombras obedientes, seguían sus instrucciones. Las cejas de la maestra se fruncieron al posarse en Fleur, y por un segundo, el aire pareció cargarse de una preocupación palpable. Alzó la vista hacia la rubia, la observó con algo entre la incredulidad y la compasión, antes de continuar, como si nada hubiera ocurrido.

—Flor, pon atención.

La palabra flotó en el aire como una condena. Fleur se limitó a mirar a su compañera, que le susurraba con voz suave, casi inaudible.

—Fleur, mi nombre es Fleur —respondió sin ganas, su tono despectivo como si el mundo no mereciera una pronunciación correcta de su nombre.

Larys, sentada a su lado, sonrió con una mueca burlona y retomó su posición. Sus ojos oscuros nunca dejaron de mirarla, y por un momento, Fleur sintió el peso de esa mirada atravesándola, perforándola de una forma incómoda.

—Bueno, Flor, eso no es lo que te dije. Pon atención.

Un suspiro. Largas horas de tedio, de repetición. Su cuerpo seguía el ritmo por inercia, pero su mente, su alma, se hallaban en otro lugar. En algún lugar lejano, donde nadie le dijera qué hacer. Al fin, la clase terminó, y el eco de los zapatos de las demás chicas resonó por el gimnasio mientras todas se apresuraban a salir, a escapar de la rutina diaria.

Antes de que pudiera seguirlas, la voz de la profesora la detuvo, firme, sin dejar espacio para la evasión.

—Fleur, quédate un momento.

Larys pasó a su lado, ya con su bolsa deportiva colgando del hombro, y lanzó una última sonrisa burlona, un recordatorio de la distancia que siempre había entre ellas, que siempre había existido. Fleur la ignoró, encogiéndose de hombros como si todo le fuera indiferente, antes de acercarse a la figura de la maestra.

—¿En qué puedo ayudarle, profesora? —dijo con una dulzura vacía, tan disimulada como su tristeza.

Cory la observó, sus ojos verdes brillando con una suavidad rara. Ella conocía a Fleur de alguna manera, no solo como una alumna brillante, sino como una joven rota en su propio silencio.

—No intentes ocultarlo, Fleur. ¿Qué dijeron tus padres?

La rubia desvió la mirada al suelo, un gesto que traicionaba la melancolía que tan bien se empeñaba en ocultar. Un suspiro escapó de sus labios, tan profundo que pareció ir más allá de su propio ser.

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⏰ Última actualización: 4 days ago ⏰

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