Pienso en un vientre en el que estoy creciendo y las luces de los barcos y las casas abren sus ojos dorados, brillantes, ojos de gato, en el atardecer pálido del río.
A la deriva llega un cisne muerto y otro, majestuoso, se acerca a oler su humedad negra y lo acaba de empujar con su cuello hacia los bordes del muelle, impelido a ser el barquero que lo ayuda a cruzar las aguas en el último viaje a la otra orilla. Esas aguas que llegan en pequeñas olas de líquido amniótico y caliente hasta las plantas de mis pies, que están aún por definirse.Si no has recibido los ritos funerarios tienes que vagar durante cien años en las orillas de Estigia, dice la 'Eneida'. Pero esta noche un cisne puede ser Caronte. Podemos pasar años sin vivir en absoluto y, de pronto, que Óscar Wilde tenga razón y toda nuestra vida se concentre en un solo instante.
Sería maravilloso que hoy la vida se concentrase en un solo instante, pienso, tras tantos años sin nacer en este vientre que palpita y se angosta ante la formación de mis órganos y mis extremidades, que ocupan cada vez más un espacio que ya no ocupo yo. Hoy nada está escrito, digo hacia los adentros míos que cambian en cada instante y ya no reconozco.
Y me adormilo. Más de lo habitual estos días. Y sueño. Con la cara de la mujer desconocida dentro de la cual crezco. Me intriga la media cara de su rostro que no puedo ver, posada en la almohada como la cara oculta de la Luna. Es esa mujer que no encuentro al mismo tiempo alunizaje y planeta. Es dentro (donde ella no puede estar) y afuera (donde yo no veo).El cisne muerto también la observa. En la oscuridad, a los pies de la cama. Terrorífico. Doy patadas en el vientre para sacarla a ella de la vigilia, de la pesadilla. Araño el útero, pero no tengo uñas. El ave, inmóvil, nos mira a ambos sin más ojos que dos piedras negras y lisas que todo lo ven a ambos lados de las paredes del útero. Se posa en el cabecero de la cama sin ninguna transición de movimiento. Igual que estaba a un lado ahora está al otro, respirando cerca de su boca. Goteando agua negra.No se adentra, sin embargo, bajo las sábanas. Un fantasma no puede entrar bajo las sábanas que separan el mundo de los vivos y el de los muertos. Las sábanas que desde niños nos protegen al otro lado del sueño. Hay leyes no escritas que ni los mismos fantasmas se atreven a violentar.
Ella al fin se remueve en la cama. Pero no empuja desde sus adentros. No nazco. No hoy. Tampoco hoy. No se concentra la vida en un instante.
¿Queda alguien ahí al otro lado del vientre? ¿Esperáis aún oír mi voz?
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¿Queda alguien ahí?
Short StoryPienso en un vientre en el que estoy creciendo y las luces de los barcos y las casas abren sus ojos dorados, brillantes, ojos de gato, en el atardecer pálido del río. A la deriva llega un cisne muerto...