Enzo, para variar, iba llegando tarde. Pero, en su defensa, estaba totalmente justificado si eso significaba que podía quedarse un ratito más remoloneando en la cama con Julián. Cuando entró por la puerta que daba al predio, se encontró con que los chicos ya estaban corriendo de acá para allá, entrando en calor. A veces, ver a aquellos adolescentes jóvenes llenos de sueños lo llevaba a sus inicios: la academia en River, tantos años de entrenamiento, los partidos amistosos en donde aprendía las tácticas que lo consagrarían un ícono del fútbol en las próximas generaciones. Se acordaba de la primera vez que lo eligieron de titular por sobre otros, de esos goles que actualmente le parecerían un poco desprolijos. Y no se olvidaría jamás de esos primeros besos que lo acompañaban en algún espacio recóndito de un vestuario, de las miradas cómplices y el deseo más grande de todos: de ser el ídolo al lado del amor de su vida. A veces, Enzo creía que vivía en un cuento.
Veía al pasado con cierta nostalgia, con orgullo, con emoción. Por eso, al ver a los más pequeños correr detrás de la pelota, atolondrados y torpes, el corazón un poco se le ablanda de amor. Porque al final, el que había escrito su cuento era él mismo, llenándolo de pasión.
Eso, y también era un chusma importante. Se hacía que era el amigo de los chicos que entrenaba, de los más adolescentes y de los más chiquitos. Todos le daban ternura por igual, pero tenía cierta empatía por los que rodeaban una edad algo complicada. Porque claro, uno por jugar a la pelota no deja de ser un varón. Un varón hormonal. Muy bien sabía él del tema, que tanta fama de pibe calentón le había traído.
Es así como, al ver a uno de los jugadores sentado en el banco, caracúlico y enojado, soltó una risa suave. Tranquilamente podría haber sido él, décadas atrás.
- A ver si nos vamos poniendo en marcha - exclamó Enzo entre algunos aplausos, acercándose al joven a través del césped.
Pasándose una mano por el pelo, el chico lo miró, por poco suplicando: no me rompas las bolas, quería decir. Enzo sabía que eso era. Pero, para la mala suerte del chico, Enzo era experto en ser un pesado.
- La otra opción es que ventiles qué te pasa.
El menor sonrió. No sería la primera vez que Enzo hablara de cosas personales con los chicos. Era fácil para él. Resolvía, se metía para que se amigaran, "por el equipo". Y aunque todo eso era totalmente cierto, Enzo hablaba hasta por los codos y de chusmear se trataba, él no iba a dar brazo a torcer.
- Que soy un boludo, me la mandé.
- ¿Con la minita? - Preguntó el mayor. Automáticamente, se arrepintió. No sabía porqué todavía generalizaba así. Él mismo estaba casado con un tipo. Todos lo sabían. Él lo sabía. Costumbre, supuso, de ser minoría.
- Me extraña araña, que siendo mosca no me conozcas. ¡Justo vos! - El menor rió, ahora un poco menos rojo y enojado que antes. Ya para Enzo, eso era suficiente. - Casi. El minito. Pero sí. Soy un tarado.
- Bueno, che. No puedo todo. En mi época era más difícil. Ustedes ya vienen todos desviados. Yo tenía que andar adivinando.
En un punto, era verdad. Pero, tenía cierto grado de mentira. A Enzo nunca le gustó nadie más que Julián. Enzo nunca se cuestionó qué le gustaba. Solo tenía ojos para el cordobés perdido que conoció cuando eran adolescentes, y jamás se fijó en alguien más. Un día lo vió y sabía que iba a ser suyo. El resto se cuenta solo.
La voz del chico devolvió a Enzo a su órbita.
- Sí, ponele. Es medio raro igual. Siempre te termina dando cosa - siguió el más chico. Suspirando, continuó. - Él es lo más lindo que hay y yo no sé decir lo que me pasa. O soy muy directo y digo burradas. Me pone nervioso que sea tan lindo. Se me mezcla todo.

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te amo un poquito y más también
Fiksyen PeminatEnzo va a trabajar y se encuentra con que uno de los chicos que entrena está perdidamente enamorado de otro. Julián está listo para conocer toda la historia. O, un día de jornada de Julián y Enzo donde no pueden dejar de ser dos pesados enamorados q...