Prólogo

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Los gritos desgarradores el inconfundible olor a sangre y muerte rodeaban aquel hermoso carruaje donde Max Verstappen Duque de Buckinghamshire se refugiaba con el corazón lleno de miedo.

Con los gritos que escuchaba se imaginaba a todos sus fieles lacayos siendo asesinados, por un momento odio no haberle hecho caso al Archiduque  su padre  Jos Verstappen, quien le advirtió que no debía transitar por esa zona debido a los recientes hechos delictivos acontesidos, pero Max al ser un joven y terco  no obedeció las advertencias y se adentro en aquellos bosques llenos de neblina y oscuridad.

Cuando los gritos cesaron pensó que todo había terminado, pero la puerta de su carruaje fue abierta con fuerza y un par de manos  enfundados en guantes negros de piel lo jalo hacia afuera, miro a su alrededor y los cuerpos de su escolta y sus sirvientes estaban cubiertos de sangre, la oscuridad hacia que la sangre recién derramada brillará de un con la luz de luna pareciendo una obra de arte.

El bandido comenzó a buscar por la ropa del joven en búsqueda de alguna arma y otra cosa que pudiera dañarlo, Max escucho como desenfundaba su espada y  los ojos del menor se cerraron esperando su pronta muerte  pero no ocurrió y cuando la luz de luna llena iluminó el rostro de su asaltante pudo verlo semi  cubierto con un pañuelo  de color negro sólido, su cabello azabache brillaba como la seda con la luz de la luna, pero lo que no podía ocultar ese pañuelo eran aquellos hermosos ojos color café con tonos verdes que lo miraban fijamente.

Ya había visto esos enormes ojos antes, mientras leían un buen libro, mientras conversaban de astronomía o literatura, mientras disfrutaban de un buen té servido por la señora Piastri en aquel salón de té al que les gustaba ir casa semana. Cuando cabalgaban por la propiedad de los Leclerc hasta que los cielos se pintaban de un rojo sangre o aquella vez que mientras miraban el atardecer en las costas de Dover cuando aún siendo jóvenes e inexpertos compartieron su primer beso de amor.

Max miro el rostro de aquel hombre iluminado por la luna y deslizo uno de sus delicados dedos por el pañuelo que cubría su rostro.

M: Lord  Pérez... Es usted??

El ladrón no dijo nada y solo lo subió a su caballo negro como la noche lo acuno en su amplio y varonil pecho y huyeron de ahí.

The Duke & Highwayman Donde viven las historias. Descúbrelo ahora