Único

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Jude Bellingham observaba su reflejo en el espejo, ajustándose la solapa de su elegante traje.

Estaba listo para la gran noche de los Balones de Oro, un evento en el que, como estrella del Real Madrid, recibiría toda la atención.

Sin embargo, esa emoción se sentía empañada por el malestar que había dejado en casa.

—Jude, no estoy pidiendo la luna, solo quiero acompañarte… Como siempre lo hago.—Había dicho Gavi horas antes.

Estaba sentado en el sofá, su barriga de seis meses evidente bajo su camiseta.

—No me trates como si fuera de porcelana. Puedo caminar, puedo estar de pie… Estoy embarazado, no lisiado.

Jude suspiró, recordando su respuesta, que en retrospectiva no había sido la mejor.

—Gavi, cariño, es solo por esta noche. Hay muchas cámaras, muchos eventos. Estás cansado y no quiero que te esfuerces de más.

—¿Cansado? ¡Jude, me siento perfectamente bien! No puedes decidir lo que puedo o no hacer solo porque estoy embarazado.—Gavi se había cruzado de brazos, su frustración era palpable.

—Sabes que siempre estoy a tu lado en estas cosas, y ahora, solo porque llevo a tu hijo, ¿Me vas a dejar aquí? ¡Me tratas como a un niño!

—Gavi…—Jude intentó acercarse, pero Gavi lo apartó con una mirada que podría haberlo partido en dos.

—No.—Dijo Gavi fríamente.

—Si no me llevas, vete. No me hables.

Y así había quedado la discusión. Jude pensó que el tiempo calmaría las aguas, que Gavi entendería que solo quería lo mejor para él y su hijo.

Pero al salir de casa y ver las luces de la ciudad reflejadas en las ventanas de su coche, no pudo evitar sentir que había cometido un error.

Pero al salir de casa y ver las luces de la ciudad reflejadas en las ventanas de su coche, no pudo evitar sentir que había cometido un error

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La gala estaba en su máximo apogeo. Jude sonreía para las cámaras, rodeado de otros jugadores y personalidades del fútbol.

Pero en algún rincón de su mente, no podía evitar pensar en Gavi, solo en casa, viendo todo desde la televisión.

Una punzada de culpa lo atravesó, pero antes de que pudiera sumirse más en esos pensamientos, sintió que alguien se acercaba demasiado a él.

—Jude, ¿Cómo te sientes esta noche?—Preguntó una beta, cuyo nombre apenas recordaba.

Ella se pegó a su brazo, riendo coquetamente mientras la prensa seguía capturando fotos.

—Bien, gracias.—Respondió cortésmente, tratando de mantener la distancia. Pero la beta no parecía captar la indirecta, o tal vez no le importaba.

—Sabes.—Continuó ella, bajando la voz como si compartiera un secreto.

—Nunca te había visto tan guapo de cerca. No sé cómo tu Omega te deja salir solo.

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