VIII

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1965

Mantuvo sus ojos fijos en la flor que peleaba con el viento por no ser arrancada y llevada a otro lugar probablemente nada agradable. Colocó su mano a un costado, prohibiendole el paso al viento y sonrió al ver que la flor se relajaba.

Dio un pequeño brinco en su lugar cuando sintió pequeños toques en su hombro, se enderezó y volteó.

– [Está anocheciendo, ven adentro]

Los labios del albino se movieron con normalidad, él los leyó sin dificultad.
Asintió con suavidad y agarró su mano, aunque antes de entrar, notó como un chico de cabellos negros y ojos azules los miraba apoyado en la pared del cubículo donde estaba su habitación y varios cuartos más.

– Buenas noches, Castiel.

Pronunció con tranquilidad.

– [Buenas noches, Rayne y a ti también, Belial]

La traición es algo a lo que mucha gente le tiene miedo y como culparlos, puede llegar a causarte incluso la muerte.

1963.

Sordo, eso es lo que le pasaba, que se había quedado sordo debido al primer golpe en la cabeza.

Ese hecho volvió su vida todo un tiovivo de emociones.

A pesar de la importancia de Rayne en todo aquello, a sus superiores no parecía importarles para nada eso, lo único que tenía relevancia era que el sargento quien alguna vez fue un pilar en toda esa situación, ahora no era más que un inútil.

El castaño veía como se movían sus bocas, como la expresión de su novio se volvía cada vez más dura y molesta, como la tensión florecía en el ambiente. Sin embargo, no tenía idea de que decían, sí estuvo practicando con Belial el leer los labios, pero eso no era algo que se aprendía de la noche a la mañana y cuando la persona hablaba rápido, le resultaba imposible entender lo que decía.

– Él dio el plan.

– Lo sabemos, Doctor, pero mirelo ahora, a nadie le da miedo una persona que ni siquiera puede escuchar un disparo a unos milímetros de su cabeza.

– Es cuestión de autoridad y él la tiene.

– Me temo que no, Doctor.

El ahora sordo comenzó a ponerse ansioso, el ambiente cada vez se caldeaba más y odiaba no poder defenderse.

Su corazón se aceleró, el sudor frío recorrió su nuca y con ello, recordó su primer día en el ejército. Su estómago empezó a revolverse y sabiendo que iba a vomitar, se levantó de golpe, callando a los presentes.

No dijo nada, sólo se marchó a toda prisa hasta que encontró el baño y pudo vomitar. Hacía mucho no le pasaba algo así y odiaba que volviera ese sentimiento de miedo, la angustia en su pecho por lo desconocido, por no tener el control de nada ni de nadie, ahora mismo era un blanco fácil para todos quienes buscaran herirlo y eso sólo revolvía cada vez más su estómago.
Una mano en su hombro lo sacó de sus pensamientos, volteó y miró al albino que tenía una expresión preocupada.

– [Relájate.]

Eso sí lo entendió. Belial se sentó en el suelo, apoyando la espalda contra la pared, luego lo ayudó a sentarse entre sus piernas para rodearlo con sus brazos.
Rayne se rompió y comenzó a llorar, pues desde que perdió la audición, perdió todo.

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