Dicen que el destino es un susurro, apenas perceptible, hasta que se convierte en un grito ensordecedor. Para algunos, llega en forma de decisiones que parecen insignificantes, pero cuya sombra se alarga por toda una vida. Para otros, se manifiesta en encuentros fortuitos que abren puertas hacia lo desconocido, hacia un camino que jamás imaginaron recorrer. Gael nunca pensó en el destino. Su vida era simple, contenida en las fronteras de una cotidianidad que apenas ofrecía sorpresas, salvo en sus sueños más íntimos, aquellos que nunca se atrevió a compartir con nadie.
Las tardes en el colegio pasaban como el reflejo de una rutina que, aunque cómoda, no le permitía ver más allá del horizonte que había conocido desde pequeño. Vivía entre libros, partituras y el cálido abrazo de familia, cumpliendo con las expectativas que otros habían trazado para él. Sus tíos, su prima, su círculo cercano. La vida se resumía en días que se parecían demasiado entre sí, como las notas de un piano que, si bien bellas, se repetían una y otra vez.
Pero la vida, como el amor, tiene un modo extraño de irrumpir en los momentos más inesperados. A veces, no es más que una breve melodía, un cruce de miradas en medio de una gala deslumbrante, o el sonido del cristal rompiéndose entre conversaciones en lenguas extranjeras. Para Gael, todo empezó con una invitación que no buscaba, un evento diplomático que, al principio, no significaba más que una noche diferente. Sin embargo, algo en su interior le decía que esa noche sería distinta.
Entre los murmullos de los presentes y las luces de la ciudad, una presencia comenzó a destacar. No fue inmediata, no fue un relámpago, sino un lento despertar. En una sala repleta de personas que lo observaban sin realmente verlo, Gael tocó el piano, como tantas veces lo había hecho antes. Pero esa vez, había algo más. Un par de ojos que atravesaba cualquier barrera. Lo supo, aunque no entendía por qué.
Lo que vino después no fue menos confuso. Un nombre, un rostro, una figura que lo envolvió como la propia ciudad que, sin saberlo, estaba a punto de descubrir: Roma. Eterna, silenciosa, pero al mismo tiempo, llena de vida. Una ciudad que, al igual que el amor, puede mostrarse infinita e inalcanzable, hasta que de pronto te atrapa. Roma se convertiría en el escenario de algo más grande que cualquier sueño que Gael hubiera tenido. Allí conocería el verdadero significado de la pérdida, de la pasión, del deseo, del amor, y de la lucha por ser uno mismo.
Quizá el destino no sea más que eso: una ciudad lejana, un desconocidoque te enseña a mirar el mundo con nuevos ojos, y una elección. El viaje deGael estaba a punto de comenzar, pero como todo lo que necesita ser contado, sedesvelaría con lentitud, como una historia que debe ser descubierta mil veces,una y otra vez. Porque algunas verdades no pueden decirse de una sola manera. Yel amor, como Roma, es una de esas verdades.
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Roma, mil veces Roma | En proceso
RomanceEn una ciudad donde el pasado y el presente se entrelazan, dos almas encuentran su camino bajo las luces y sombras. Es un viaje de encuentros secretos y anhelos ocultos, en el que el amor se convierte en un desafío y la libertad en un sueño incierto...