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Lucero y Mijares se conocieron en una tarde tranquila de verano, durante una pequeña fiesta del pueblo. Era uno de esos eventos en los que todos parecían conocerse, pero ellos dos nunca se habían visto. Lucero, con su cabello largo cayendo en suaves ondas sobre sus hombros, vestía un vestido blanco un poco flojo que resaltaba el brillo de sus ojos. Estaba riendo con sus amigas cerca de la fuente del jardín cuando, de repente, sus miradas se cruzaron con las de Mijares.
Lucero
Él estaba al otro lado del jardín, observándola desde la distancia con una curiosidad tranquila. Era un hombre de pocas palabras, pero su presencia tenía un peso que no pasaba desapercibido. Trabajaba como carpintero, y sus manos, siempre marcadas por el trabajo, contrastaban con su rostro serio y atento. Vestía una camisa ligera, arremangada, que dejaba ver sus brazos fuertes, bronceados por el sol de las montañas.
Manuel
Lucero sintió algo inexplicable al cruzar miradas con él. Había algo en su expresión, en la forma en que la miraba, que la hizo sentir expuesta, pero al mismo tiempo segura. Después de varios segundos, Mijares, tímido pero decidido, caminó hacia ella.
“Hola”, dijo, con una sonrisa apenas perceptible, sosteniendo dos vasos de limonada en las manos. “No sé si te gusta la limonada, pero pensé que podrías necesitar algo fresco”.
Lucero lo miró sorprendida, pero no dudó en sonreírle. “Gracias”, respondió, tomando uno de los vasos. “Me encanta la limonada”.
Mijares se sentó a su lado en el borde de la fuente, en silencio por un momento, observando cómo el sol comenzaba a teñir el cielo de tonos naranjas. “No te había visto antes”, comentó después de una pausa, sin mirarla directamente. “Eres nueva en el pueblo, ¿verdad?”
“Llevo aquí unos meses”, respondió Lucero, llevándose el vaso a los labios. “Mis padres se mudaron para cuidar la granja de mis abuelos. ¿Y tú? ¿Has vivido aquí toda tu vida?”
“Sí”, dijo Mijares, asintiendo levemente. “Siempre he estado aquí, trabajando con la madera. Es lo único que sé hacer bien”.
Lucero lo miró con interés. “Debe ser un trabajo fascinante. Crear cosas con tus propias manos, darle vida a algo que antes solo era un pedazo de madera…”
Él sonrió ligeramente. “Sí, supongo que tiene su encanto. Aunque, cuando lo haces todos los días, a veces olvidas lo especial que puede ser”.
La conversación fluyó más fácil de lo que ambos esperaban. Pronto, se encontraron riendo juntos, hablando de las pequeñas cosas de la vida, de cómo Lucero extrañaba la vida en la ciudad pero al mismo tiempo amaba la paz del campo, y de cómo Mijares encontraba consuelo en la rutina de su trabajo, aunque a veces deseaba algo más.
“¿Sabes?”, dijo Lucero, mirando el cielo que se oscurecía, “me encanta cómo todo aquí parece más real. Como si el tiempo pasara más lento”.
Mijares asintió, observándola de reojo. “Es verdad. Aquí no hay prisa. Es fácil olvidar lo que pasa afuera.”
El silencio cayó entre ellos, cómodo, mientras ambos observaban las estrellas empezar a brillar. Después de un rato, Mijares se levantó, ofreciéndole una mano a Lucero. “¿Quieres caminar un poco? Hay un lugar al final del pueblo donde el cielo se ve increíble a esta hora.”
Lucero lo miró, sorprendida por el gesto, pero aceptó su mano sin dudar. “Me encantaría”.
Caminaron juntos, sintiendo el aire fresco de la noche y la tranquilidad del pueblo, como si el mundo fuera solo de ellos dos en ese momento. No necesitaron decir mucho más. Desde ese día, ambos supieron que algo especial había nacido entre ellos, una conexión que no necesitaba explicaciones, solo la certeza de que sus vidas, de alguna manera, ya estaban entrelazadas.
"Es curioso", murmuró Mijares mientras caminaban, "siento que te conozco desde siempre, aunque apenas nos hemos hablado".
Lucero sonrió, sintiendo lo mismo. "A veces no se necesita mucho tiempo para saber lo que es real", respondió suavemente.
Lucero y Mijares caminaron en silencio por las calles empedradas, sintiendo el crujir de las piedras bajo sus pies y el suave susurro del viento entre los árboles. El pueblo estaba casi vacío a esa hora; apenas algunas luces de las casas permanecían encendidas. Lucero sentía una tranquilidad extraña, como si el mundo se hubiera detenido solo para que ellos pudieran disfrutar de ese momento.
Al llegar al borde del pueblo, donde los campos de trigo se extendían hasta el horizonte, Mijares se detuvo y señaló hacia el cielo. “Mira”, dijo en voz baja, “aquí es donde se ven mejor las estrellas. Siempre vengo cuando quiero pensar o simplemente estar solo”.
Lucero levantó la mirada. El cielo estaba despejado, y las estrellas brillaban con una intensidad que pocas veces había visto. Era como si cada una contara una historia, como si estuvieran observando todo desde arriba. “Es hermoso”, susurró, casi sin aliento.
Mijares la observó en silencio por un momento, su perfil iluminado por la delicada luz de las estrellas. Había algo en la forma en que Lucero contemplaba el cielo que lo conmovía profundamente. Había conocido a muchas personas en el pueblo, pero nunca había sentido lo que sentía con ella: una paz, una conexión que no podía explicarse con palabras.
“¿Por qué siempre vienes solo?” preguntó Lucero, rompiendo el silencio. “Este lugar es demasiado bonito para no compartirlo”.
Mijares sonrió con un deje de melancolía. “No es fácil compartir algo tan personal. Pero contigo... no me parece tan difícil”.
Lucero lo miró, sorprendida por su sinceridad. "Es curioso", dijo después de unos segundos. "Yo tampoco suelo compartir lo que siento tan rápido. Pero contigo se siente... natural".
Mijares asintió, sus ojos fijos en los de ella. "Quizá porque algunos encuentros están destinados a suceder", dijo en voz baja. "Como si, desde antes de conocerte, ya supiera que aparecerías en mi vida".
Lucero sonrió, sintiendo un calor familiar en el pecho. "Tal vez", murmuró, acercándose un poco más a él, "tal vez ya te estaba buscando sin saberlo".
Ambos quedaron en silencio de nuevo, pero esta vez, el silencio no era incómodo. Había una conexión palpable entre ellos, una sensación de que todo en ese momento era exactamente como debía ser. La brisa nocturna acariciaba sus rostros, mientras las estrellas continuaban brillando sobre ellos, testigos silenciosas de una historia que apenas comenzaba.
Mijares finalmente rompió el silencio, bajando la mirada. “No sé qué va a pasar después de hoy, pero me alegra haberte encontrado, Lucero”.
Ella lo miró, sus ojos brillando con la misma luz que las estrellas. “Yo también, Mijares”, dijo suavemente. “Yo también”.
Y así, bajo ese cielo estrellado, comenzó algo que ninguno de los dos esperaba, pero que ambos sabían que marcaría sus vidas para siempre.
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Segun como reaccionen a este capítulo, actualizare dos capítulos por semana. Espero y les guste, haganmelo saber con una estrellita 🌟 bye bbs.
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☆▪︎Nuestro silencio▪︎☆
RomanceEsta historia narra un encuentro significativo entre Lucero y Mijares, dos personajes que experimentan una conexión profunda en una noche estrellada. Caminar por un pueblo casi desierto, bajo un cielo despejado, les permite disfrutar de la tranquili...